El fino límite entre antiisraelismo y antisemitismo

JULIÁN SCHVINDLERMAN

Nadie puede poner en duda el hecho de que el Estado de Israel es globalmente discriminado.

El sionismo (es decir, el nacionalismo judío) es el único movimiento de liberación nacional alguna vez tildado de racista por la familia de las naciones. Alrededor de un tercio de todas las resoluciones de condena de las Naciones Unidas han caído sobre un único estado, Israel. La Comisión de Derechos Humanos monitorea a los 191 estados–miembro de la ONU colectivamente, en tanto que Israel es examinado separadamente bajo un ítem especial de la agenda. Cuando los Países Signatarios de las Convenciones de Ginebra se reunieron por primera vez, cincuenta y dos años después de su establecimiento, lo hicieron para debatir a Israel. Al Magen David Adom (la Estrella de David Roja, en hebreo), la organización de asistencia humanitaria israelí, se le niega membresía en la Federación Internacional de las Sociedades de la Cruz Roja y el Cuarto Creciente Rojo, donde la Cruz Roja cristiana y el Cuarto Creciente Rojo musulmán son agencias reconocidas. Solo Israel fue objeto de campañas de desprestigio.

Ídem para la Corte Internacional de Justicia (la más saliente institución legal de la humanidad para resolver disputas entre países), cuyos 15 jueces ponderaron la legalidad de la valla antiterrorista israelí. La CIJ, que ha emitido solamente 22 opiniones desde 1947, ha juzgado a Israel no por cometer crímenes contra la humanidad, sino por evitar que otros los lleven a cabo, tal como aptamente observó el experto en derecho internacional Alan Stephens.

Ninguna nación es tan cotidianamente catalogada de nazi, fascista, imperialista, colonialista, expansionista, genocida y segregacionista, como Israel lo es. Una encuesta europea del 2003 arrojó el sorprendente dato que el 60% de los europeos considera a Israel la principal amenaza a la paz mundial.

Lo que estamos presenciando aquí es esencialmente un proceso de palestinización del discurso intelectual occidental. Es como si algunos formadores de opinión en Occidente hubieran adoptado la terminología intransigente y ofensiva de la Carta Nacional Palestina, el documento fundacional de la OLP que llama a la destrucción de Israel. Este no es un comentario irónico. El Artículo 22 de la Carta denomina a Israel “una base para el imperialismo mundial” y “una constante fuente de amenaza vis–à–vis a la paz en el Medio Oriente y todo el mundo”, un punto de vista reflejado en la encuesta europea. El sionismo es descrito como “racista y fanático en su naturaleza, agresivo, expansionista y colonial en sus objetivos, y fascista en sus métodos”, una caracterización regularmente asignada a Israel aún en respetables plataformas occidentales. El Artículo 9 afirma que la “Lucha armada es el único camino para liberar Palestina”, un concepto ya incorporado literalmente en varias resoluciones.

Tal lenguaje escapa del ámbito de lo retórico para ingresar al de la incitación. Pierre–André Taguieff, autor de La Nueva Judeofobia, lo expresó de esta manera: si Israel se ha realmente transformado en una entidad tan fea, peligrosa y amenazadora de la paz comparable a la Alemania nazi y a la Sudáfrica del Apartheid, ¿entonces no debiera la comunidad mundial aislar –sino directamente abolir– la existencia del estado judío?

La demonización de Israel es tan total, la crítica tan dura, y la condena tan maniquea, que uno apenas si puede considerar esta actitud no tendenciosa o incluso no maliciosa. ¿Se ha convertido Israel, tal como cada vez se dice más seguido, en el judío entre las naciones? ¿Cómo sabemos exactamente donde termina el territorio soberano de la crítica razonable y comienza el del ataque odioso?

Obviamente, la crítica de políticas israelíes puntuales es juego limpio. No es solamente legítima sino también necesaria. Israel es una nación perfectible, tal como lo es cada nación del planeta. Y este es precisamente el punto: tomar solamente al estado judío para el juicio moral de entre una pluralidad de naciones imperfectas es un acto discriminatorio. Enfocar tanta atención internacional sobre la democrática y diminuta Israel cuando existen mucho más urgentes, y de hecho intolerables, violaciones a los derechos humanos, guerras y destrucción alrededor del orbe, parecería estar un poco fuera de lugar.

Sería incorrecto atar automáticamente toda crítica de Israel al prejuicio o al odio. Pero sería igualmente equivocado ignorar el hecho de que a veces el nexo realmente existe. Cuando la condena a Israel es tan impiadosa, selectiva, desproporcionada y absoluta como lo es actualmente, cuando el estado judío es discriminado de manera tan injusta y demonizado a escala tan vasta, entonces inadvertidamente o no se cruza una línea; la línea, “fina como un cabello”, en palabras del historiador León Poliakov, entre el antiisraelismo y el antisemitismo.

Extracto del ensayo “El Otro Eje del Mal: Antinorteamericanismo, antiisraelismo y antisemitismo” escrito por el autor y publicado recientemente por Editorial Mila.

Fuente:https:espanaisrael.blogspot.com.es

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Julián Schvindlerman: Analista político internacional, escritor y conferencista. Posee una licenciatura en administración de la Universidad de Buenos Aires y una Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad Hebrea de Jerusalem. Es autor de los libros “Roma y Jerusalem: la política vaticana hacia el estado judío” y “Tierras por Paz, Tierras por Guerra”, así como de los ensayos “Introducción al Nuevo Antisemitismo” y “El Otro Eje del Mal: antinorteamericanismo, antiisraelismo y antisemitismo”. Es columnista del periódico Comunidades, de Radio Jai, de FM Identidad y de Radio Universidad de Belgrano. Es profesor invitado en la materia Tópicos de Política Mundial en la Universidad del Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (UCEMA).