BECKY RUBINSTEIN F. PARA ENLACE JUDÍO
Hans Christian Andersen, el escritor nacido en Odense, aunque ligado de por vida a la ciudad danesa de Copenhagen – a la cual emigra a los dieciocho años- se soñó cantante de ópera, bailarín clásico, dramaturgo, novelista, poeta, además de cuentista.
Su “anhelo de ser” lo llevó de una ciudad a otra, de un protector a otro, de un género a otro. Y en cuanto a género, el escribir cuentos para niños le ganó la inmortalidad tan ansiada. Así escribió en “Notas para mis cuentos de hadas e historias” que aparecen en la antología, recopilada y traducida del danés al inglés por Eric Christian Haugaard, la intitulada Mis cuentos de hadas e historias han sido traducidos a casi de todos las lenguas europeas. Tanto en mi lugar de nacimiento, como en el ancho mundo, han sido leídos tanto por jóvenes como por adultos. Ninguna bendición podría compararse a la dicha de haber experimentado tal dicha (1096)
Andersen, recalcamos, intentó sin éxito dedicarse al teatro. Abandonó su tentativa para proseguir los estudios interrumpidos y componer el poema El niño moribundo (1827) y las Poesías (1829). Viajó posteriormente a distintos países europeos –Inglaterra, Italia, Francia y Alemania entre otros- y a su regreso a Dinamarca publicó varias novelas: El improvisador (1835) , O.T. (1836) y Ser o no ser (1857). Su obra más importante la constituyen los volúmenes de cuentes publicados entre 1835 y 1872 y originalmente dirigidos a los niños, aun cuando contengan oscuros simbolismos (así, La reina de las nieves) . En su tono humorístico o triste se mezclan elementos de carácter místico racionalista y otros autobiográficos (El patito feo), confundido en la trama fantástica de varios relatos. Obra clave es su autobiografía: Historia de mi vida (1855).
EL RUISEÑOR Y LA REINA DE LAS NIEVES.
El famoso cuentista danés, reunió durante su fructífera carrera literaria cuatro series de cuentos de diferentes fuentes: unos de su propia imaginación –como La Sirenita, Las flores de la pequeña Ida, o Pulgarcita-; los creados por pedido- como La aguja de zurcir; los inspirados en leyendas , como Madre Elderberry o en supersticiones, como Las cigüeñas y los escuchados en su infancia y posteriormente reelaborados como La piara. Otros, incluso, fueron, tomados de otras tradiciones: la griega en El niño más travieso; la española en El traje nuevo del emperador y la húngara como en El sirviente. E inspirado en Las Mil y una Noches crea El tronco volador. Entre paréntesis La pequeña cerillera nace –también por pedido- durante su visita al Castillo de Graasten para ser incluido en un almanaque de la época.
De las notas del propio Hans Christian Andersen, autor de cuentos inolvidables como El patito feo, Claus el pequeño y Claus el grande, Las zapatillas rojas, El soldadito de plomo, La princesa y el guisante entre otros, nos enteramos de cuándo y cómo fueron surgiendo a la vida. Por ejemplo El ruiseñor –cuento que nos compete- aparece en el año de 1845 junto con El ángel, Los enamorados y El patito feo, bajo el nombre de Nuevos cuentos de hadas y dedicada al poeta Carl Bagger, “en agradecimiento por sus inspiradoras ideas y riqueza de sentimientos perceptibles en su poesía.” (Hans Christian Andersen, The complete fairy tales and stories, 1074)
A nuestro parecer dicha historia de brillante humor y fino sentimentalismo- una posible alegoría de su propia vida- tiene lugar en la remota China. Y no por casualidad.
El escritor danés, por su parte, no sólo soñó con viajes a extrañas tierras: intrépido viajero, para quien “viajar era vivir”, viajó al Continente en varias ocasiones , e incluso, sus pasos lo llevaron a la exótica Turquía. Alison Lurie en Boys and girls forever cuenta sobre su “pasión de viajar, sobre todo a países más cálidos donde ya era famoso”.(The underduckling: Hans Christian Andersen, 7)
El ruiseñor es la historia de un pajarillo nada atractivo, aunque de sublime voz que llenaba de alegría a la gente común que tenía la bendición de escucharlo, ave que nos recuerda al propio Andersen, cuya voz resonó más allá de su natal Dinarmaca y, que sin embargo, fue un hombre carente de todo atractivo físico, considerado, incluso, estrafalario y extraño.
El emperador, quien escuchó hablar de tan singular ave canora, solicitó que le fuera traído de inmediato. Ya en palacio, en lugar de causar admiración, causó desencanto:
Se veía -eso comentó el visir- común y corriente, como si, avergonzado frente a tanta gente de alcurnia- hubiera perdido su original belleza.
A pesar de todo, el ruiseñor, el que hubiera preferido cantar en la libertad del bosque –donde su canto sonaba mejor- a insistencia del emperador, aceptó cantar para el monarca, quien, al escucharlo, derramó, algo impropio en un noble de su categoría, lágrimas, y de alegría. La corte en pleno, ataviada en sus mejores galas, quedó embelesada al escucharlo. Y un paréntesis más: no había deleite mayor para Hans como contarle cuentos a los poderosos. O a sus niños.
Si bien Andersen es conocido como el patito feo, a nuestros ojos, es también el ruiseñor de su propia historia: un ser aparentemente insignificante y de una riqueza interna que cautiva a quien en verdad lo aprecia, sin menospreciar al otro, por quien siente admiración; incluso misericordia.
En dicha alegoría de tintes autobiográficos, el autor remarca y exalta lo invisible.
Incluso critica la futilidad de los lacayos de los gobernantes frente a las almas puras de la gente común y corriente, la del pueblo compuesto por pescadores y sirvientes, que llega a apreciar lo simple , lo verdaderamente apreciable: lo oculto a nuestra mirada atraída vanamente por lo aparente, por lo superficial. Un tema recurrente en Andersen –afirma Lurie- es la superficialidad y la ambición de la sociedad (The underduckling, (6) falla de la cual no siempre pudo liberarse. Según parece, desde muy joven “escribió cartas a gente poderosa solicitándoles lo escuchen cantar, recitar poemas e historias.” (3)
Para Jackie Wullshlager, su biógrafa, ni la fama ni la seguridad económica, logró templar su necesidad de aprecio, de reconocimiento. “Andersen estaba consciente de ello: ‘Mi nombre está empezando a brillar, y es por lo único que vivo… Ansío honor de la misma forma que un miserable ansía el oro’ admitió en una carta.” (9)
Así pues-continuamos con nuestro análisis- dos ruiseñores cantan. Los dos son preciosos, pero uno supera al otro, el verdadero al de artificio, quien alcanza incluso, arrancar a la muerte el alma de un emperador. Y lo más importante: logra sensibilizar su alma. Sus lágrimas , para nada, son de utilería como el regalo que pretendía conmover las entretelas de su alma.
En el ruiseñor el humor y la sensiblidad se hermanan con un franco simbolismo cristiano -muy del gusto del autor- impregnado de misericordia, igualdad y francos valores humanos . Para la ya mencionada Jacky Wullschlager, especialista en el poeta y cuentista danés, Andersen “otorgo voz a aquellos grupos tradicionalmente sin voz: a
los oprimidos -niños, marginados; aquellos que no encajaban con los esteriotipos sexuales o sociales”(9)
Andersen mismo tuvo que luchar contra varias desventajas personales. Según cuenta Lurie en Boys and girls forever tuvo que luchar, desde su tierna infancia, de la mofa y el abuso de los demás niños y la ignominia familiar: una madre alcohólica, una tía prostituta, regenta de un burdel, y un tío loco, asilado en un manicomio.(8) Se dice, incluso, que Hans, el hijo de un pobre zapatero, a falta de un mullido lecho hogareño, llegó a dormir debajo de un puente.
La segunda historia que nos compete, La reina de las nieves, fue escrita por Hans Christian Andersen en el año de 1846. El primer capítulo fue escrito en Maxen cerca de Dresden, Alemania, y el resto en su país, natal, Dinamarca. Dicha historia aparece junto con La aguja insignificante y El Pino en un mismo tomo y fue dedicado al poeta profesor Hoegh-Guldberg.
La reina de las nieves es una historia dividida en siete historias , número cabalístico, ligado a fenómenos múltiples de la naturaleza: los siete días de la semana, los siete planetas, los siete colores del arco iris entre otros. Historia de intrincado simbolismo, es un cuento maravilloso cabal , el cual nos remite, por ejemplo, a la búsqueda de Ososris por parte de Isis por el inframundo, e incluso, así nos parece, se trata de una especie de vía crucis , no en catorce estaciones sino en siete, el de una niña, casi una santa, casi una mártir en su total entrega –viaja desclasa y casi desnuda- quien busca a su amado para rescatarlo de las garras de la muerte, representada por la Reina de las Nieves, su raptora letal.
Y un nuevo simbolismo de tintes cristianos: la lucha entre el bien y el mal, entre el niño Dios, los ángeles y el Demonio donde, a través del sacrificio de una alma pura, se alcanza la gloria tanto en la tierra, como en las alturas. Las rosas, símbolo del alma y de vida, que desaparecen , incluso en el jardín donde habitan todas las flores del universo, reaparecen como símbolo de la vida terrena, de la vida eterna.
El color blanco, por ejemplo, de la nieve y de la muerte –que por otra parte representa a la pureza- se contrapone a las rosas rojas y a los zapatos rojos que la niña sacrifica, para descalza salir en busca de su amado, viaje de iniciación donde ella crece como persona y como buena cristiana.
La pequeña Gerda, franca heroína vence no sólo a la muerte, sino al mismísimo demonio, creador de un espejo , el cual tras una lucha contra unos angelillos –lucha entre el Bien y el Mal- cae al suelo rompiéndose en añicos, mismos que, al penetrar en los ojos y en el corazón de la gente, trastocan sus sentimientos y la manera de captar la realidad., como en el caso de Kay, el amado de Gerda, quien víctima del maleficio, confunde el Bien y el Mal lo que lo pierde para la vida. “Cuando amanece, quedó dormido a los pies de la reina de las Nieves”. (240)
Por otra parte, resulta importante recalcar que, cuento maravilloso, al fin, cumple con los elementos del cuento maravilloso estudiado por el eminente filólogo Vladimir Propp. En dicha historia hallamos, por ejemplo, un peine mágico, utilizado por una especie de hechicera, para que Gerda permaneciera a su lado y no continuara su camino. También aparece el animal ayudante, en este caso un reno, quien, valga la redundancia, ayuda a Gerda a llegar a su destino. También hallamos a la mujer finesa, quien entregó a la protagonista una pócima, con la fuerza de doce hombres –de nuevo el número cabalista propio de las doce constelaciones, de las doce tribus de Israel y, sobre todo, de los doce apóstoles- que fortalece y conforta a la desvalida y aterida niña. Y la ayuda más efectiva, la providencial: la de los ángeles a quienes reza con sensible devoción.
Finalmente, el séptimo episodio, el del desenlace, tiene lugar en el palacio de la Reina de las Nieves donde el pequeño Kai, a punto de entregar el alma al Señor, recobra la memoria, requisito fundamental para alcanzar la eternidad. Al parecer, tanto el demonio, como la Reina de las Nieves , en su rol de agentes del Mal, favorecen el olvido.
Y las rosas retoñan nuevamente y los niños beben de la leche de los renos: alimento que reconforta y vivifica, símbolo de la misericordia frente al rigor de otro elemento blanco: la nieve, equivalente a frío, a muerte. No por casualidad en La vendedora de cerillos, la chiquita muere de frío. En este caso no hay quien salga en su ayuda, tan sólo el espejismo vano de su imaginación.
Y retorna la primavera, tan ansiada y festinada en los parajes que vieron nacer y escribir al gran Hans Christian, quien en La reina de las nieves promete a los hombres de buena voluntad- y por qué no a sus lectores- una infancia eterna, sinónimo de reconfortante florescencia, de eterna primavera, digna recompensa para la perseverancia, para el sufrimiento, a diferencia de otras historias como la citada
Vendedora de cerillos , entre otras., donde el rigor de una cruenta realidad vence a la posible misericordia de la ficción.
En resumen, se trata esta historia maravillosa de tintes cristianos y de eternos valores humanos -como el amor, el sacrificio, y la conservación de la memoria frente al olvido- como las historias relatadas por las abuelas, como la abuela que quizá contó más de una
historia al pequeño Hans, contador , asimismo, de historias nacidas de su entorno y de su fértil imaginación.
En Notas para mis cuentos de hadas e historias confiesa su temprana afición por escuchar cuentos. Los primeros tres cuentos que escuché de niño, dijo haberlos escuchado en el cuarto de costura o durante la cosecha (1071)
Imaginamos la escena: el pequeño Hans, atado al pecho materno, en su cuna o revoloteando como un endemoniado, o bien sentado en éxtasis junto a la rueca- escucha que te escucha la voz de la contadora de cuentos: quizá una anciana experimentada en el arte de hilar ovillos , de hilar historias. O, tal vez, la voz de una joven abierta al aprendizaje de hilar y contar: artes que se asemejan. Los cuentos se hilan en la rueca de la imaginación, nos parece.
Y, durante la cosecha del futuro pan, imaginamos, el pequeño Hans alimentándose de cuentos que lo alimentaron no menos que el pan. Contadores o contadoras –no importa quién cuente mientras desgrane bien la historia- cuentan y recuentan . Y los pequeños a su vera, antes de echarse a dormir, escuchan los cuentos que los habrán de alimentar durante el resto de sus vidas.
Andersen, cuya infancia distó de ser un feliz cuento de hadas, sin embargo, ancló sus primeras experiencias a escenas, diríamos, cuasi idílicas las que, según sus propias palabras, fueron el germen de una literatura dedicada en principio al público infantil.
Tal vez, dedicados a sí mismo.
BIBLIOGRAfÍA
Andersen, Hans Christian, The complete fairy tales and stories, translated from the
Danish by Erick Christia Hugaard, USA, 1974.
Cuatro cuentos de Andersen, vol. I, Barcelona, ed. Timún Mas.
Enciclopedia Salvat, Diccionario, vol. 1, A-ARRE, p.190.
Lurie, Alyson, Boys and girls forever, U.S.A, Pengüin Books, 2 003.
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