*MAURICIO MESCHOULAM
Estados Unidos se encuentra en proceso de repliegue global. O por lo menos, se encontraba hasta hace unas pocas semanas. Las razones son de carácter estructural y van desde cuestiones financieras hasta geopolíticas. Es cierto que una serie de eventos como la crisis en Corea o el fracaso de las últimas negociaciones con Irán podrían modificar temporalmente esta tendencia. Sin embargo, hay quienes podrían pensar que Washington está induciendo estas crisis con el fin de obtener beneficios económicos, o bien para recuperar posiciones geoestratégicas. Pero una mirada más profunda muestra que en el largo plazo la superpotencia empieza a jugar un papel muy distinto al que jugó durante el siglo pasado.
Como explica Paul Kennedy, el declive de los grandes poderes de la historia nunca es en términos absolutos, sino relativos. La cuestión no es qué tanto poder ejerce una potencia en un momento dado, sino qué tanto poder ejerce comparada consigo misma en el pasado, y comparada con otros poderes que emergen en el presente. Económicamente, por ejemplo, Estados Unidos sigue siendo la primera potencia global, pero la distancia que le separa del segundo lugar es cada vez más corta. En 2013 China superará a Estados Unidos como la máxima potencia comercial del planeta.
Pero independientemente de esos temas, hay una cuestión financiera que se vincula directamente con la posición geopolítica de Washington. Debido a factores muy variados que van desde la guerra contra el terrorismo de la década pasada hasta la crisis económica del 2008, Estados Unidos ha tenido que operar con los mayores déficits fiscales de su historia. La insostenible deuda pública que ese país enfrenta hoy equivale aproximadamente a 100% de su monumental PIB. No siendo ello suficiente, en los últimos años el Congreso ha tenido que discutir ríspidamente una y otra vez la necesidad de elevar aún más el techo de endeudamiento ante la insuficiencia de los recursos.
Todo ello restringe el margen de acción de Estados Unidos como potencia global hegemónica. Washington no tiene ya la capacidad de estar en todos lados del mundo al mismo tiempo. Entendiéndolo, la administración Obama se ha visto en la necesidad de priorizar recursos materiales y humanos, y ha tenido que avanzar sus intereses empleando a sus aliados. Así, en casos como la incursión aérea en Libia o la guerra civil de Siria, si bien Washington juega cierto papel, su intervención ha sido indirecta, permitiendo que sean otros actores quienes asuman los costos de las mismas.
En pocos años Estados Unidos se ha marchado de Irak, se está retirando de Afganistán (dejando un caos en ambos casos, por cierto), se encuentra desmantelando bases militares e incluso reduciendo el presupuesto para embajadas. Se reporta, por ejemplo, que uno de los factores que influyeron en el asesinato del embajador estadounidense en Libia el año pasado fue justamente la falta de presupuesto para cumplir con las necesidades de seguridad del consulado de Bengasi. En Asia, el relativo repliegue de EU ha sido percibido por sus aliados como sumamente riesgoso y por tanto se ha detonado una carrera armamentista regional ante el temor de que Washington se encuentre incapaz para defenderles si se llegase a requerir.
Esto último es precisamente lo que está llevando a Obama a efectuar un viraje de estrategia en el caso norcoreano. A diferencia de otras situaciones, la Casa Blanca en esta ocasión está demostrando a sus aliados que está dispuesta a pagar el precio de la contención a Pyongyang, a pesar de que un incremento de su presencia militar en esa región podría operar en contra de las reducciones al presupuesto militar que se tenían planeadas. Washington está mostrando un despliegue de fuerza inusual. No es casualidad que justamente el Pentágono ha sido el que ha emitido el discurso más temerario acerca de las capacidades de Pyongyang. Lo que está en juego es la priorización y asignación de los recursos escasos.
Pero hay que entender el fondo: al final del camino, con este tipo de virajes en la estrategia de Washington, el resultado terminará siendo una superpotencia cada vez más endeudada. Y su principal acreedor no es otro que su mayor adversario: China. Por lo tanto, la crisis con Pyongyang no estaba en los planes de Obama. Tampoco lo está una guerra con Irán, ni alguna otra aventura que cueste dinero que no se tiene. Lo que quería Obama, aunque no lo logre, era entregar cuentas más sanas, no seguir hipotecando el futuro de su nación. Pero para ello hay que asumir algo que mucha gente aún no termina de comprender: Estados Unidos ya no puede abarcar todo el pastel planetario. Necesita repartirlo si no quiere quedarse fuera de la fiesta.
@maurimm
*Internacionalista
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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