Estimadas familias afligidas y distinguidos invitados,
Al comenzar la semana de conmemoración, renacimiento e independencia, inclinamos nuestras cabezas y bajamos nuestra bandera en memoria de los 23.085 soldados caídos en las campañas militares de Israel.
Judíos, drusos, cristianos, musulmanes, beduinos, circasianos – los soldados caídos de Israel provienen de diferentes estratos en la sociedad israelí. Valoramos la enorme contribución realizada y no existe mayor igualdad que permanecer de pie en los frentes de batalla, sacrificando sus vidas para que podamos vivir.
En pocas horas, cuando la sirena resuene en todo Israel señalando el minuto de silencio, nos reuniremos alrededor de las velas de recordación, estaremos juntos en una profunda angustia, añorando a nuestros seres queridos, nuestros gloriosos héroes.
Desde que nos convertirnos en una nación, fuimos forzados a luchar por nuestra libertad y nuestra existencia. Quienes odian a los judíos en cada generación nos desterraron, nos persiguieron, nos asesinaron e intentaron erradicar la memoria de Israel de la faz de la tierra. Hoy, aún existen quienes amenazan con aniquilarnos – no lo lograron en el pasado, y nunca lo lograrán. La gloria de Israel permanecerá por siempre.
Si somos tan condenados, entonces alzaremos nuestras espadas y lucharemos contra aquellos que desean dañarnos. No queremos la guerra. No somos despiadados. Nuestro brazo está extendido en son de paz hacia todos los pueblos y todas las naciones, cercanas y lejanas, pero a lo largo de los años, aprendimos que sólo las fuertes defensas pueden garantizar nuestra seguridad.
Como ustedes, familias afligidas, mi familia también pagó el precio de la soberanía de Israel. También sentí el tormento de la pérdida y la ausencia, el llanto del corazón. Mi consuelo, nuestro consuelo, es que nuestros hijos e hijas, madres y padres, hermanos y hermanas no cayeron en vano. Es gracias a ellos que, ahora, somos un pueblo libre en nuestro propio país.
Recuerdo muy bien a Rivka Guber, quien perdió a sus dos hijos Ephraim y Zvi, en la Guerra de la Independencia. Ella no sucumbió ante su pena y dedicó su vida a la absorción de inmigrantes en Israel.
Estoy asombrado de la fortaleza de Miriam Peretz, quien perdiera a dos de sus hijos, Uriel y Eliraz, que cayeron en batalla en el Líbano y en la frontera con Gaza. Dijo que lo que les dio fuerza fue su fe absoluta en nuestro derecho a ser un pueblo libre en nuestro país.
Bendito es el pueblo que tiene esos hijos; bendito es el pueblo que tiene hijos con esas familias.
Los miro a ustedes directo a sus ojos y me identifico con la inmensidad del dolor. Mi padre, Profesor Ben-Zion Netanyahu, bendita sea su memoria, falleció hace un año. Décadas después de que mi hermano Yoni falleciera, publicó el trabajo de su vida, un amplio estudio de los judíos españoles y la inquisición. En la primera página escribió que dedicaba el libro a su hijo Yonatan, asesinado salvando a su pueblo en Entebbe. Dijo: “Dedico este libro con una pena incesante”.
El dolor no aliviana esa opresión en nosotros, la familia de la aflicción. Sin embargo, puedo ver que las heridas ocasionadas por el dolor no opacaron la firmeza de alma y espíritu – y ese es el secreto de nuestra fortaleza y nuestra fuerza.
La nación, en su totalidad, nos sigue; los sigue a ustedes, los abraza en sus corazones y honra vuestra noble conducta frente al incesante dolor proveniente de vuestra fortaleza mental. Hoy, el pueblo entero y yo rendimos homenaje al coraje de sus nobles hijos e hijas, llenos de gloria para toda la eternidad.
En virtud al amor de Israel, nuestra unidad, la total devoción, fe y sacrificio, Judah será habitado por siempre, y Jerusalén de generación en generación.
Que la memoria de nuestros amados caídos sea bendecida por siempre.
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