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jueves 21 de noviembre de 2024

El orgullo de ser judío

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MARCOS AGUNIS

Conferencia dictada por el Dr. Marcos Aguinis en la Universidad de Tel Aviv, 15 Mayo 2008.

[…] Un hito histórico fue sin duda el exilio babilónico, hace 2.600 años. Allí surgió el imperioso anhelo por conocer los textos escritos que se venían acumulando desde centurias y proveían una identidad regada de nostalgia y emoción. Esos textos empezaron a ser leídos al pueblo, hábito que se consolidó tras el regreso a Eretz Israel bajo el liderazgo de Ezra y Nehemías.

Pero no fue un rito intrascendente, sino una revolución cultural. Hasta entonces todas las castas sacerdotales de las numerosas religiones existentes, mantenían su poder mediante el secreto de los libros. Sólo los sacerdotes tenían acceso a la palabra y los mandatos de los dioses. Esa tradición fue subvertida por los judíos. Decidieron que la Torá fuese leída a toda la comunidad, hábito que rige hasta nuestros días y fue imitada luego por las otras religiones monoteístas. El Libro dejó de ser la propiedad de unos privilegiados para convertirse en un bien común.

Pero junto con esa revolución, enseguida vino otra, más radical todavía. En efecto, medio milenio antes de la era común ¡se suprimió la plaga del analfabetismo! El judío fue el primer pueblo que dejó de tener analfabetos al instituir el Bar Mitzvá, rito que implica la incorporación a la comunidad de Israel mediante la lectura de los libros sagrados. Sin lectura, no hay incorporación. Fue un terremoto histórico, sin paralelo.

Lástima que el patriarcado que existía -y aún subsiste-, no tuvo en cuenta a las mujeres. Pero al menos desaparecieron los varones analfabetos. Esta situación excepcional explica la producción masiva de literatura en el antiguo Israel. Según el historiador inglés y católico Paul Johnson, Israel produjo más escritos que la Grecia clásica. Muchos textos fueron quemados, olvidados o no consiguieron ingresar en el canon del Tanaj, y casi estuvo a punto de ser excluido nada menos que El Cantar de los Cantares. Un amor intenso por la letra escrita se mantuvo y potenció sin cesar. No es extraño que en las sinagogas, el lugar más reverenciado sea donde se guardan las palabras escritas. Las letras fueron la patria portátil de los judíos. Las cuidaron y cincelaron. No es casual que se lo llame el pueblo del Libro. El Tanaj reluce en la cima, porque es una obra mayor de la literatura universal. Allí no sólo hay crónicas, poesía, narraciones, sueños, amores, plegarias, sabiduría, enseñanzas, profecías, piedad, rencor y contradicciones, sino hasta los brotes de géneros literarios que tardaron mucho en florecer, como por ejemplo la novela.

El monoteísmo ético

El segundo punto de mi exposición se refiere al monoteísmo ético. Monoteísmos hubo en la antigüedad, no fue exclusividad del pueblo de Israel. Había monoteísmo en Egipto bajo Akenaton o Amenhotep IV (como lo prefieran llamar). Los incas impusieron el culto del Sol, también dios único. Pero no existía el monoteísmo ético, y esa categoría novedosa fue mérito exclusivo del pueblo de Israel, sus líderes y profetas. Un monoteísmo que exige moral y que se estableció mediante un pacto.

El pacto compromete a Dios, a la comunidad y a cada uno de sus miembros. Ahí se jerarquizó la responsabilidad del individuo. Fue un pacto que sacraliza la vida, los derechos y las obligaciones de cada persona, que compromete el cuidado del planeta, de los animales y un respeto sin precedentes por el distinto, por el extranjero. Marcó un ascenso espectacular de la calidad humana en todos los rubros, como un viento lleno de polen cuyo destino era esparcirse al resto del universo.

El monoteísmo ético incluía la hermandad de la raza humana.

Todos provenimos de una pareja mítica, Adán y Eva. Y como si no fuera suficiente, hubo un diluvio y después se consolidó el origen común a partir de otro padre de todos: Noé.

En el monoteísmo ético se jerarquiza la libertad. ¿Por qué? Porque uno es libre de actuar bien o de actuar mal, y será castigado si actúa mal y será premiado si actúa bien. Los derechos individuales, reiteradamente sesgados por tiranías de derecha o de izquierda, fueron consagrados desde la antigüedad y están profundamente engarzados en la mentalidad judía. Si algo resulta insoportable a esa mentalidad, es la esclavitud, la opresión. Todos los pueblos remontan sus comienzos a un fenómeno heroico. El judío, en cambio, a la ofensa de la esclavitud. Desde niños se nos enseña a repetir que “fuimos esclavos en Egipto”. El sufrimiento no se olvida para que se convierta en una bendición del presente, es decir, para que amemos y defendamos la libertad. También para que comprendamos el sufrimiento de quienes no son libres. Por eso no es casualidad que todos los movimientos libertarios de la historia contaron con una desproporcionada presencia judía.

El involucramiento con quienes son perseguidos, oprimidos o discriminados es tan intenso entre los judíos que condujo a su participación destacada incluso en movimientos antisemitas, como fue el estalinismo.

La solidaridad se convirtió en moneda común. Tan común que ha generado multitud de chistes, muchos de ellos centrados en el hábito de la colecta para fines nobles. Son incontables las organizaciones que realizan colectas dentro del pueblo judío. Hierve la responsabilidad por el otro. A tal extremo que si alguien va a pedir apoyo, es como si fuese a hacer un regalo, porque le da la ocasión de hacer una mitzvá.

…Otro elemento notable del monoteísmo ético, que aún no fue reconocido debidamente, es el compromiso con la ecología. El hecho de dejar descansar la tierra y respetar a los animales merece admiración. En el Tanaj existen abundantes versículos de inspirada poesía sobre árboles, frutos, flores, plantas, valles y colinas, que se aman y elogian. Theodor Herzl, antes de morir, creó el Keren Kayemet. Su misión, además de comprar tierras para permitir un legal crecimiento del Ishuv, fue plantar árboles y fertilizar la tierra. Esta antigua tierra, en casi toda su extensión, sufría abandono, depredación, desierto, calvicie.

El objetivo del Keren Kayemet era devolverle a este país algo espléndido que tuvo en la antigüedad y había desaparecido: el bosque. Los bosques de Israel, casi todos, son producto de un esfuerzo titánico, también admirable.

Paso al tercer punto. Uno de los grandes orgullos que podemos tener es que siendo tan pocos, los judíos hayamos producido una enorme cantidad de paradigmas. Repasemos los patriarcas, jueces, reyes y profetas de hace más de dos mil años.

Sus nombres se siguen evocando y usando hasta el día de hoy en todo el mundo, en diversas culturas y hasta diferentes religiones, con las modificaciones impuestas por el color de los idiomas. Esos paradigmas tienen fuerza porque dan vida a rasgos de una profunda humanidad. Reúnen aspectos recónditos, conforman una enciclopedia de emociones, impulsos, tendencias, deseos, miedos, heroísmos, lealtades y deslealtades. Se han grabado en la conciencia humana con sus infinitas sutilezas. Mucho antes de que los genios del Renacimiento y la modernidad describiesen la envidia, el fratricidio, el egoísmo, el altruismo, el amor, esos paradigmas ya los habían cincelado. El amor, en esos paradigmas, se extendió a las más diversas manifestaciones: amor a Dios, a los padres, a los hijos, a los hermanos, a los cónyuges, a los amigos, a los extranjeros.

El amor de Abraham y Sara, de Isaac y Rebeca, de Jacob y Raquel, de Ruth y Boaz, de David y Betsabé, de Salomón y Sulamita, etc. Protagonizaron hechos que ponen al desnudo la complejidad de la vida, y son recordados como si hubiesen ocurrido ayer. Para los judíos, los lejanos patriarcas son como tíos abuelos, sólo nos falta poner su fotografía en el living de casa. Los griegos también produjeron paradigmas gigantescos, pero no son parte íntima de la vida cotidiana griega moderna, no son parte inescindible de la familia, quedan en el pasado, maravilloso, pero pasado. Entre los judíos, en cambio, esos nombres repican en tiempo presente.

Los paradigmas mantuvieron su primavera en la etapa postbíblica con Hilel, Jesús, Filón de Alejandría. Nombres y más nombres. Salteo siglos y llego a Maimónides quien, además de producir una obra ejemplar, nos ha dejado enseñanzas de enorme potencia y formulación humilde, como por ejemplo:
“Soy una persona que no siempre puede tener razón”. Ahí existe también sensatez y objetividad: los seres humanos podemos equivocarnos.

La joroba de Moshé Mendelsohn

Otro paradigma fue Moshé Mendelsohn, el abuelo del compositor Felix Mendelsohn. Tenía una joroba, y esa joroba le impedía enamorar a una chica muy bella. Una tarde ella le dijo: “Mire, reconozco sus cualidades excepcionales, habla de una manera fascinante y merece mi dura franqueza: su joroba me impide amarlo”. Mendelsohn respondió: “Esa joroba tiene historia. Daba vueltas en la eternidad implorando un cuerpo donde reposar. Entonces Dios le tuvo piedad y planeó depositarla sobre una bella mujer. Le rogué que no hiciera daño a la hermosura de esa mujer, que la instalase sobre mi espalda”. Pocos meses después Mendelsohn se casó con esa muchacha.

Dejo los paradigmas que llenarían bibliotecas enteras, y paso al cuarto punto.

El pueblo judío ha soportado tragedias enormes, persecuciones sin paralelo y una discriminación inclemente y obstinada.

El antisemitismo es la expresión de odio más tenaz, antigua y firmemente arraigada en el mundo. Sin embargo, ese sufrimiento no nos ha transformado en una cultura que ame la venganza. Recordamos que fuimos esclavos en Egipto, recordamos los pogromos, recordamos las persecuciones religiosas, recordamos las persecuciones raciales, recordamos y estudiamos la Shoá, pero no cultivamos el desquite, aunque tendríamos credenciales para ello.

Debemos estar orgullosos de semejante logro. Jamás en Israel ni en ninguna comunidad judía del mundo se han celebrado las muertes de árabes o palestinos, por ejemplo.

Es frecuente reclamar justicia, pero nunca venganza. El honor no pasa por el daño al otro, sino en la superación de la ofensa.

Esta cualidad no deriva de genes ni fenotipos. Es producto de una larga historia, en la cual a los judíos les resultaba imposible defenderse físicamente. Imaginen un shtetl (poblado) invadido por hooligans o cosacos, que invadían la aldea, violaban a mujeres, arrancaban barbas, mataban chicos, degollaban al que se les ponía delante, rapiñaban, incendiaban y se iban gozosos.

¿Qué podían hacer los judíos? ¿Perseguirlos? ¿Matar cosacos? ¿Con qué? ¿Cómo? Lloraban, enterraban a los muertos, curaban los heridos, consolaban a los deudos y después rezaban, cantaban, reconstruían. Seguía la vida. De esa manera se instauró un valor impresionante, ejemplar, de oponer a la tragedia y el sufrimiento, la gloria de la creación.

Kol Nidré, por ejemplo, es un fenómeno musical único. Nos preguntamos cómo una melodía perfecta, triste y honda se pudo expandir por varios continentes en una época en que no había automóviles ni teléfonos, ni celulares. Desde París a Bagdad, desde Ucrania a Marruecos, se entonaba el mismo Kol Nidré. Imposible encontrar un fenómeno musical parecido.

En esa música se ruega perdón, se muestra humildad, se reconoce la falibilidad del hombre. Es la antesala que lleva a los recintos subjetivos más profundos de la paz. Integra el repertorio de rituales que impulsan hacia la concordia, la bondad y la ética. Después del Holocausto, por ejemplo, algunos grupos quisieron vengarse de los nazis y los colaboracionistas.

Pero no fueron grupos significativos. El esfuerzo del pueblo judío fue volcado a lograr la independencia de Israel, a caminar hacia delante, a superar la tragedia más terrible de su historia mediante la creación solidaria.

Los judíos estamos acostumbrados a sacrificarnos para construir.

Es una conducta opuesta a otras culturas, donde la gente también se sacrifica –y mucho-, pero para destruir. Basta con echar una ojeada a lo que sucede en esta región. Mientras los israelíes vienen construyendo desde muchas décadas antes de la independencia nacional, los palestinos vienen destruyendo hasta lo que podría ser tomado como botín de guerra, y pongo como ejemplo lamentable lo ocurrido en Gaza.

Paso al quinto y último punto, el que se refiere a la razón por la cual estamos hoy aquí reunidos: el Estado de Israel, en su sexagésimo aniversario de la Independencia. Para decirlo en pocas palabras, afirmo que es el emprendimiento colectivo más grandioso que realizó el pueblo judío en dos mil años. No hay otro país que en tan poco tiempo haya logrado todo lo que logró el Estado de Israel. Hace poco leí un artículo del escritor y periodista cubano-español Carlos Alberto Montaner. Señalaba que se empezó hablando de los Tigres del Extremo Oriente: Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Malasia. Después se erigió el Tigre de Oceanía: Nueva Zelanda. Más adelante, surgió otro, inesperado, porque había sido un país periférico, agrícola, católico y muy conservador: Irlanda, bautizado ahora como el Tigre Celta. Estonia se ha convertido en el Tigre Báltico.

Pero de lo que se olvida el mundo es de que también existe otro Tigre, muy vigoroso, y que él llama el Tigre Semita: Israel. No hay otro país en las extensiones del ámbito semita que haya logrado el crecimiento asombroso de Israel a partir de una carencia casi absoluta de recursos naturales. Pese a las incesantes y graves dificultades padecidas, ha conseguido instalarse entre los treinta países más adelantados del universo.

Observemos. ¿En qué lugar se consiguió transformar un idioma dormido como el hebreo, en un lenguaje moderno y eficiente, provisto de todas las sutilezas, el color y la emotividad que exigen la ciencia, la tecnología, las artes, la literatura y la vida cotidiana? Israel generó escritores que son traducidos a decenas de idiomas y gozan de alto prestigio.

El hebreo moderno penetra en el alma y se ha erigido en un filoso instrumento comunicacional. Este fenómeno lingüístico no tiene parangón. Tampoco hace falta galopar por los innumerables aportes que brindó Israel a la biología, la informática, la irrigación, etc. La lista es apabullante, parece imposible, parece un derrame de la fantasía. Pero es cierta.

Debemos poner vehemencia en manifestar que para cada judío constituye un orgullo -que no deberíamos escatimar- la firmeza y naturalidad con que se mantuvo la democracia. Rodeado por un océano de países donde la democracia no existe o es apenas una ilusión, este pequeño y enérgico Israel la ejerció y ejerce a rajatabla.

También rindo mi homenaje a su Justicia, que figura entre las más confiables del planeta. Seguramente saben mejor que yo que el palacio de Justicia en Jerusalén está en una colina algo más elevada que la de la misma Kneset, ni digamos respecto al poder Ejecutivo.

La justicia por arriba. La justicia es un elemento axial de la vida comunitaria que los judíos aprendimos a valorar desde la antigüedad más remota, y ha sido ejercida incluso en los shtetls, como la base y el cemento unificador de esos mini-estados.

En calidad de argentino y latinoamericano confieso mi envidia por esta democracia, por esta justicia y por el impulse obstinado de progresar que reina aquí. Expreso con la mano en el pecho mi admiración por su rica y dinámica pluralidad ciudadana. El Estado y el pueblo de Israel, con sus infinitas complejidades, son protagonistas de una de las epopeyas más notables de la historia.

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