ESTHER SHABOT
La dimensión acostumbrada para el título de un artículo periodístico impidió completar con justicia el que encabeza a este texto, ya que la renuncia hace una semana del primer ministro palestino, Salam Fayyad, ha sido una pérdida no sólo para su pueblo, sino también para la posibilidad de negociar la paz con los israelíes y con ello crear una nueva realidad que redunde en mayores posibilidades de estabilidad regional.
Ciertamente Fayyad no poseía la popularidad que en su tiempo tuvo alguien como Yasser Arafat, ni su nombre aparecía repetidamente en la prensa occidental como lo hace el del presidente palestino Mahmoud Abbas. Y sin embargo, cualquier análisis serio del curso que ha llevado la vida de los palestinos en Cisjordania considera que Fayyad ha sido una figura clave sin la cual no hubiera sido posible mucho de lo positivo que se ha registrado en ese entorno.
Fayyad, quien ocupó el cargo de primer ministro a partir de 2007, ha sido siempre un nacionalista palestino que a diferencia de muchos de sus colegas nunca ha practicado el estridentismo de la violencia revolucionaria, sino que se ha caracterizado por ser un hombre realista dedicado a construir las bases de la institucionalidad necesaria para convertir a Palestina en un Estado funcional. Poseedor de un doctorado en economía, Salam Fayyad combatió persistentemente la corrupción y el caos administrativo, trabajó a favor del respeto a las leyes, a la transparencia y a la responsabilidad en las operaciones gubernamentales, por lo cual su figura estuvo alejada siempre de la retórica vacía al ser en la práctica sinónimo de competencia y productividad.
Cierto que muchos de los males que él intentó curar siguen gravitando en la sociedad palestina, y sin embargo, nadie puede negar que los desarrollos positivos registrados tuvieron que ver en gran medida con su gestión. Durante un periodo de ésta hubo un crecimiento económico muy importante que en ciertos momentos fue a tasas de dígitos dobles. Sus esfuerzos consiguieron de hecho suavizar la crisis en la que se hallaba el entorno palestino tras la devastadora intifada que se registró entre 2000 y 2005. Y parte de su éxito se explica por la confianza que su personalidad despertaba en los donantes internacionales de fondos, quienes vertieron inmensos recursos a la economía palestina, gracias a la seguridad que daba el saber que era Fayyad quien manejaba el timón. El entrenamiento de las fuerzas de seguridad palestinas coordinado por él, fue también fundamental para el combate de la violencia y el terrorismo que obstaculizaban la posibilidad de mejoría en las condiciones de vida de los habitantes de Cisjordania.
Pero es evidente que quien combate la corrupción, el nepotismo y el resto de las prácticas ilegales tan frecuentes en la administración pública, posee un sinnúmero de enemigos en virtud de los intereses que afecta. Fayyad fue así blanco frecuente de ataques, además de que la crisis económica mundial, al recortar sensiblemente las donaciones de las que se nutre la vida palestina, obligó a Fayyad a poner en práctica medidas de austeridad que le ocasionaron una pérdida de popularidad. Para enfrentar el periodo de vacas flacas consistente en aumento del déficit y el desempleo, reducción del crecimiento económico y retrasos en los pagos a la burocracia, Fayyad se vio obligado a tomar medidas que le granjearon animosidad popular. Todo esto dentro del marco de confrontaciones y discrepancias con el presidente Abbas, y en medio de una parálisis en el proceso de paz con los israelíes cuyo gobierno en los últimos años hizo bien poco para alimentar el círculo virtuoso que en algún momento estableció la figura de Fayyad en el escenario. Y si observamos el panorama amplio de lo que ocurre en el vecindario árabe donde la violencia y el caos siguen imperando, más lamentable es todavía la renuncia de Fayyad, uno de los escasos políticos poseedores de sensatez, realismo, inteligencia y honestidad.
Fuente: excelsior.com.mx
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