ENRIQUE CHMELNIK LUBINSKY PARA ENLACE JUDÍO
Es un joven alto, bien acicalado y muy elocuente. Tiene el don de la palabra, como dice la jerga. Es ingenioso. Peca, con cierta inocencia, de memorizar nombres, lugares y fechas, para dispararlos a la menor provocación. Cuando alguno de sus interlocutores está a punto de dejar al descubierto la precariedad de sus argumentos, interrumpe, alza la voz, prepara una embestida de datos duros. A veces parece almanaque, otras veces repetidora. Cuando la discusión no le favorece, vuelve una y otra vez a la carga: “En 1968, cuando se firmó el Tratado de No Proliferación…”
Se llama Antonio Attolini, fue líder del movimiento “Yo soy 132”, es estudiante del ITAM, futuro politólogo e internacionalista, y está dando sus primeros pasos en los medios de comunicación, en el programa de televisión “Sin filtro”, que se transmite semanalmente en Foro TV.
En una reciente edición del programa, en la que se trató el tema de la amenaza nuclear en el mundo, Attolini presentó una curiosa reflexión, por así llamarle, de acuerdo con la cual Corea del Norte no debería poseer armas nucleares (aunque sea evidente que las tiene), mientras que a Irán le sobran razones para poseerlas. De acuerdo con Attolini, la diferencia reside en que Corea del Norte se sirve del poder nuclear para llevar a cabo “una política de chantaje”, mientras que Irán se serviría de las armas nucleares únicamente para “disuadir” (sic).
Lamentablemente, hay unas cuantas declaraciones de Mahmud Ahmadineyad, Presidente de Irán, acerca de la aniquilación de Israel, que prueban fehacientemente que la “disuasión” no es un término que se ajuste precisamente a los propósitos de su régimen.
Pero el análisis de Attolini va todavía más lejos. Él afirma categóricamente que Irán debería tener armas nucleares porque su propósito es primordialmente defensivo. “Irán nunca ha sido un estado violento”, afirma, mientras que el Estado de Israel tiene, en relación con Irán, una actitud intimidante y ofensiva, a decir de sus “amenazas abiertas”.
No deja de ser curioso que Attolini considere abiertamente amenazante la actitud de un país que nunca ha aceptado poseer armas nucleares, ya no se diga hacer alarde de ellas o amenazar siquiera con emplearlas.
Israel ha enfrentado numerosas guerras desde los años sesenta -época en que, de acuerdo con lo que asume Attolini, se hizo con armas nucleares-. Inclusive, Israel acarició su aniquilación en 1973 y analistas versados en la materia consideran que fue vencido en 2006, durante la Segunda Guerra del Líbano. Pero, aún a expensas de semejantes reveses, Israel se abstuvo de emplear armas nucleares. Es más, ni siquiera se asomó un atisbo de amenaza nuclear. ¿Es acaso esa la postura abiertamente ofensiva de Israel a la que se refiere Attolini?
En términos de lógica formal el argumento sería como sigue: Un país que tiene armas nucleares, tendría una actitud ofensiva si amagara con un ataque nuclear o si perpetrara un ataque nuclear (máxime en caso de que peligrara su existencia). El Estado de Israel, del que asumimos –incluyéndome- que posee armas de destrucción masiva, jamás las ha empleado; por disyunción, Israel tendría que ostentar una inclinación por la amenaza o la intimidación. Pero, como ya dijimos, el Estado de Israel no alardea, ni tan siquiera, admite poseer armas nucleares.
Caso contrario, Irán aún no tiene capacidad nuclear, pero ha amenazado invariablemente al Estado de Israel con hacerlo desaparecer. Y esta amenaza, recurrente y abierta, es para Attolini -a honras de no sé qué genial ocurrencia- un claro indicativo de que el régimen de Ahmadineyad tiene visos meramente “defensivos” (sic).
Toda reflexión “sin filtro” puede ser meritoria, pero no se puede pretender que el análisis político sea el único juego que no tiene reglas. Attolini abriga, como es natural, un personalísimo enfoque acerca del conflicto en Medio Oriente, que lo lleva a sostener que “Israel es un estado bandolero”. Esa es su opinión y, por errada que pueda parecer, tiene derecho a defenderla. El análisis es otra cosa. De acuerdo con la lógica, los argumentos no son verdaderos o falsos, sino válidos o inválidos, y los argumentos de los que echa mano Attolini en su análisis, a más de parecer erróneos, son definitivamente inválidos.
Es muy problemática la credibilidad de aquellos internacionalistas (o prospectos) que defienden una agenda a ultranza, sobre todo a expensas del “análisis”. El análisis debe sostenerse con argumentos válidos, no con estimaciones privadas. De manera que, a efecto de sostener genuinos argumentos y como no sea para arrebatar una discusión, de nada le sirve a Attolini memorizar tantas fechas, lugares y nombres.
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