MAURICIO MESCHOULAM
Times Square era el siguiente objetivo de los hermanos Tsarnaev, los atacantes de Boston, de acuerdo con declaraciones de Dzhokhar, el menor de ellos. Las plazas públicas fueron siempre los blancos predilectos del terrorismo desde la antigüedad. Era la mejor forma de llamar la atención en un mundo en el que no existían medios masivos de comunicación. Aunque ya no estamos en la antigüedad y los medios de comunicación sí cuentan, lo casero de las tácticas de los Tsarnaev, es ejemplo de un patrón que se empieza a repetir cada vez más en el planeta. Es decir, debido a las acciones de seguridad implementadas por varios países, el riesgo de ataques con la sofisticación de los atentados del 11-S, o incluso como los de Madrid o Londres en aquella década, ha disminuido notablemente. Pero eso no significa que el terrorismo haya desaparecido. Solo cambia de cara. A pesar de ser menos sofisticado, esta otra clase de terrorismo también mata, hiere, lastima, produce pánico y afecta psicológicamente a millones de seres humanos cada año.
El número de ataques terroristas en el mundo subió dramáticamente entre 2001 y 2007 estabilizándose en la parte alta de la gráfica desde entonces. De acuerdo con el Instituto para la Economía y la Paz (IEP, 2012), solo en Irak, esta clase de violencia dejó 1800 muertes y 5000 heridos entre el 2002 y el 2011. Países como Afganistán o Pakistán, han visto también incrementada la actividad terrorista en esos años. Otras naciones como India, Nigeria, Somalia o Tailandia no se quedan atrás. Este tipo de ataques no siempre consigue el mismo impacto mediático global. No obstante, son enormemente eficaces. Por eso la estrategia se repite. Los atentados de Boston son solo un ejemplo de esa eficacia.
En efecto, las investigaciones parecen revelar que los hermanos Tsarnaev no actuaron bajo órdenes de organización transnacional alguna. Lo que ocurre normalmente en este tipo de casos es que determinados individuos se empiezan a adherir a cierta ideología y pasan por un proceso psicológico de radicalización hasta el punto en el que perciben que el terrorismo resulta la única estrategia adecuada para posicionar sus reivindicaciones, en este caso, su protesta por las intervenciones estadounidenses de Afganistán e Irak, y el mensaje del Islam radical.
Estos grupos locales o actores individuales, pueden (o no) recibir entrenamiento o adoctrinamiento a manos de algún grupo internacional. Se informan a través de sus contactos o incluso a través de páginas de Internet, acerca de los métodos más eficaces para conseguir un ataque exitoso. Su filiación a organizaciones extremistas globales es meramente ideológica. La decisión de perpetrar el acto, su operación y financiamiento no depende sino de ellos mismos.
Por consiguiente, se trata de una clase de terrorismo mucho más difícil de detectar y desarticular. No hay transferencias de dinero a través de redes internacionales. No hay grandes compras de armas ni cadenas de mensajes electrónicos. El FBI y la CIA alegan que si bien fueron advertidos por Rusia de la posibilidad de un comportamiento extremista y radicalizado de Tamerlan, el hermano mayor, nunca detectaron alguna clase de actividad terrorista típica. Por eso fallaron en la prevención de los eventos de Boston.
Estos ataques, sin embargo, terminan siendo enormemente eficientes en términos de los recursos utilizados en proporción al daño producido. Dos jóvenes empleando bombas muy poco sofisticadas, además de un plan de salida aparentemente improvisado que conllevó asaltos y asesinatos en el camino, fueron capaces de clausurar materialmente la ciudad de Boston y capturar la atención de todos los medios de comunicación nacionales y globales. Las redes sociales no hablaban de otra cosa. Se reproducían los anuncios de paquetes sospechosos en diversas ciudades de Estados Unidos. Se evacuó aeropuertos y oficinas. En otras palabras, el estado generalizado de psicosis fue logrado con gran efectividad y con el uso de recursos verdaderamente limitados. Y entonces, ya con una sociedad sumida en el estrés colectivo, llegó la reivindicación ideológica.
Normalmente cuando los atacantes terroristas llegan al punto de radicalización en el que han decidido perpetrar un atentado, ya se encuentran dispuestos a ser capturados o muertos. Por ello, el despliegue masivo de las fuerzas de seguridad del Estado para aprehenderles, no tiende a disuadir a otros de cometer actos similares; al contrario, se percibe como señal del éxito obtenido.
Si lo anterior es correcto, debemos esperar varias cosas para los años que siguen: Primero, estos atentados servirán de inspiración para muchos atacantes dentro y fuera de Estados Unidos que operan en solitario o en grupos pequeños, y por tanto, habrá gente dispuesta a golpear por esta vía los intereses de esta y otras potencias percibidas como enemigas. Segundo, debemos esperar que las agencias de inteligencia -que no querrán volver a fallar- se enfoquen ahora no únicamente en la búsqueda de grandes operaciones o transacciones financieras, o en los lazos misteriosos de personas con organizaciones criminales transnacionales. Intentarán ahora además, monitorear con mucha mayor precisión, los pequeños detalles y las pequeñas señales que podrían resultarles sospechosas. Para eso cuentan con una poderosa legislación que lo permite, y ahora seguramente, con el aval de una sociedad a la que, como dice Zimbardo, se le ha metido el monstruo debajo de la cama.
@maurimm
Internacionalista
Fuente:eluniversalmas.com.mx
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