ESTHER SHABOT
La información presentada acerca de los presuntos responsables del atentado terrorista en el Maratón de Boston, los hermanos Tsarnaev, es ciertamente desconcertante. Llevaban varios años residiendo en Estados Unidos, habían vivido en el país de una forma bastante convencional, sin penurias o traumas especialmente dramáticos y con oportunidades de educación y participación social aceptables en la vida social estadunidense. Varios de sus conocidos y vecinos nunca vieron en ellos comportamientos peculiares que los hicieran sospechosos de albergar intenciones violentas capaces de traducirse en un acto tan terrible. Si su integración al país parecía relativamente exitosa, ¿qué puede entonces explicar su transformación en fríos asesinos de masas motivados por un odio demencial contra el entorno social en el que vivían?
La misma interrogante puede encontrarse en un suceso ocurrido en 2002: el asesinato en Pakistán por degollamiento del periodista de The Wall Street Journal, Daniel Pearl, a manos de la banda jihadista comandada por Omar Sheij. Tal acto, filmado y transmitido a los medios internacionales por los propios perpetradores, inquietó tan fuertemente al filósofo francés, Bernard-Henri Lévy, que dedicó varios años a investigar el caso. Uno de los enigmas que más intrigaban a Lévy era cómo Omar, un hijo de paquistaníes radicados en Inglaterra, brillante y jovial alumno de la London School of Economics y con un futuro exitoso a la vista, se transformó en el dirigente de una agrupación jihadista luego de un viaje a Bosnia durante la guerra en los Balcanes de principios de los años 90.
Bernard-Henri Lévy escribió un libro titulado ¿Quién mató a Daniel Pearl?, texto que da cuenta de sus hallazgos y reflexiones sobre el caso. En él maneja diversas hipótesis entre las que sobresale una en particular, la de la disonancia emocional que en ciertos individuos produce el choque cultural entre los valores heredados de la tradición islámica de la que se procede y los vigentes en la sociedad en la que se vive. La inmensa mayoría de los inmigrantes no padece ese choque con tal intensidad, pero hay algunos que por razones diversas viven un vuelco dramático equivalente a una conversión religiosa apasionada y a una iluminación mística, lo que los hace radicalizarse hasta el extremo de convertirse en furiosos combatientes contra todo lo que represente a esa forma de vida distinta a aquella de la que provienen.
Sicológicamente, la explicación se funda en ese desgarramiento, esa doble lealtad en conflicto derivada en el fondo de un sentimiento de culpa por haber sucumbido en su pasado personal a la irresistible seducción ejercida por la sociedad receptora. Esa sociedad liberal, laica, consumista y permisiva sexualmente, a la que se integraron, no sin cierto placer, les resulta, a final de cuentas, una fuente de culpabilidad y remordimientos cuando se contrasta con los principios básicos del otro entorno, ése del que provinieron ellos o sus padres. En el caso Pearl, Omar vivió su transformación jihadista luego de su estancia en Bosnia, y tal parece que Tamerlan Tsarnaev vivió algo parecido a raíz de su viaje de seis meses de duración en su tierra natal. Se puede aventurar que Dhzokhar, su hermano menor, fue contagiado de tales sentimientos o indoctrinado por éste. Y siguiendo esta línea explicativa, nada más lógico que la necesidad de expiar las culpas y purificarse del pecado de haber cedido a las tentaciones ofrecidas por la corrupta cultura occidental, que emprender la “misión sagrada” de intentar castigar o destruir esa fuente de degeneración moral mediante el “ajusticiamiento indiscriminado” de quienes forman parte de ella y la siguen nutriendo. Se trata pues, de una salida patológica en extremo a uno de los dilemas más serios que ofrece, dentro de las actuales condiciones de globalización, la convivencia entre culturas distintas cuyas bases y principios difieren entre sí a menudo en cuestiones fundamentales.
Fuente:excelsior.com.mx
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