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miércoles 18 de diciembre de 2024

Hungría, la amenaza europea

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BENJAMIN ABTAN

Ya es un hecho: Hungría ha dejado de ser una democracia.

El presidente János Áder acaba de firmar los decretos de aplicación de las nuevas reformas constitucionales que borran del mapa los restos de oposición antigubernamental. Más concretamente, el Tribunal Constitucional ya no puede dar su opinión sobre el contenido de las leyes ni remitirse a su propia jurisprudencia, lo cual conduce a la pérdida de prácticamente cualquier capacidad de control sobre el Parlamento y el Ejecutivo.

Esta concienzuda destrucción de la democracia y sus valores, cuyo punto de partida fue el maremoto electoral causado por Fidesz en 2010, está en marcha desde hace muchos meses y a la vista de todos.

El ataque ha sido claro y continuado: la perniciosa restricción de la libertad de prensa; la tutela política del Banco Central; la incorporación a la Constitución de alusiones al cristianismo y a la “utilidad social” de los individuos, vista como condición necesaria para acceder a derechos sociales; la eliminación de la palabra “República” de la propia definición que del sistema político hace la carta magna; la condena de la homosexualidad, la criminalización de los sin techo; el ataque a los derechos de la mujer; la impunidad otorgada a los autores de asesinatos racistas; la agudización de un virulento antisemitismo, y así sucesivamente.

Hace pocos días, Orban otorgó condecoraciones oficiales a tres destacadas figuras de la extrema derecha: el periodista Ferenc Szaniszlo, conocido por sus diatribas contra judíos y romaníes, que él compara con “monos”; el arqueólogo antisemita Kornel Bakav, que atribuye a los judíos la organización de la trata de esclavos en la Edad Media y, finalmente, el “artista” Petras Janos, orgulloso de proclamar su simpatía por Jobbik y su milicia paramilitar, responsable de varios asesinatos racistas de gitanos y heredero del Partido de la Cruz Flechada, artífice del exterminio de judíos y gitanos durante la Segunda Guerra Mundial.

Esta degradación política nos proporciona una truculenta lección histórica y política. Durante el siglo XX, la democracia representativa sufrió el embate de los dos principales regímenes totalitarios de la centuria: el nazismo y el comunismo. Hoy en día, en el siglo XXI, la democracia ha caído, en pleno corazón de Europa, ante las arremetidas de un populismo antieuropeo, nacionalista, racista y antisemita, y en medio de la indiferencia de la Unión Europea y de demasiados de sus ciudadanos y líderes.

Obsesionada con problemas económicos y financieros, demasiado indiferente a sus propios valores fundamentales —libertad, igualdad, paz y justicia— la UE ha abandonado la lucha por el fomento e incluso el mantenimiento de la democracia como sistema político de sus Estados miembros.

Al contrario que, por ejemplo, la Rusia de Putin, Hungría carece de resortes de poder, así que no podemos invocar la realpolitik para justificar este abandono. En vista de que Hungría depende enormemente de las subvenciones y la ayuda de Europa y de que la UE ha demostrado inquietantemente en Grecia hasta qué punto su apoyo financiero puede alcanzar un grado de politización extrema, tampoco podemos aducir una supuesta falta de margen de maniobra.

Por desgracia, la razón principal de este abandono por parte de Europa es tan simple como preocupante: la falta de compromiso de los ciudadanos y líderes europeos con el mantenimiento de la democracia representativa como sistema político.

Esta es la razón de que, desde su reelección en 2010, Orban haya recibido el inquebrantable apoyo de muchos dirigentes europeos, sobre todo de su propia familia política: esto explica también que la Comisión Europea no utilice ninguno de los instrumentos de que dispone, aunque tiene muchos, para imponer el respeto a los valores fundamentales de la UE.

Por ejemplo, la Comisión, el Parlamento y el Consejo europeos, donde los Estados están representados, pueden actuar de manera concertada para llevar a cabo acciones en consonancia con el Artículo 7 del Tratado de la UE, introducido en 1997 en Ámsterdam para evitar cualquier paso atrás en materia democrática en cualquiera de los Estados miembros. El objetivo del Artículo 7 es suspender el derecho a voto en el Consejo de un país en el que exista una “posible violación de valores comunes”.

Sin embargo, en Hungría hace tiempo que se superó la fase de riesgo. En consecuencia, para comenzar a mostrar un fuerte compromiso de la UE con la defensa de la democracia y sus valores, habría que tomar medidas urgentes para aplicar el Artículo 7. Igualmente, la sociedad civil europea debe seguir manteniendo un compromiso firme con los demócratas húngaros, que valientemente luchan dentro de su propio país.

Si el compromiso de la UE y la sociedad civil no mostraran la decisión que exige la gravedad de la situación, estaríamos condenados a asistir a un rápido deterioro de la misma, en Hungría y pronto en otros lugares, si el compromiso europeo resultara insuficiente.

No nos equivoquemos: lo que está en juego es la naturaleza del proyecto europeo y la capacidad de Europa para preservar nuestro bien más preciado: la democracia. Durante varias décadas no había sido tan evidente la alternativa entre barbarie y democracia. Sin dudarlo, debemos elegir Europa y la democracia.

Fuente:elpais.com

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