Jacobo

GUILLERMO ORTEGA

Conocí a Jacobo Zabludovsky un día de junio de 1976. Él era ya entonces un personaje de la televisión noticiosa y yo un joven aspirante a reportero. A instancias de don Gregorio Ortega Hernández -maestro de periodistas de toda una época-, llegué a su oficina de Niños Héroes 27 para expresarle mi interés de trabajar con él. 24 Horas era aspiración natural de quien deseaba hacer periodismo en la televisión. Sencillo como es –como ha sido siempre-, Jacobo me recibió en aquel entrañable despacho de Televisa Chapultepec abarrotado de periódicos, libros y recuerdos.

Una fotografía de grandes proporciones, colgada en una de las paredes de su oficina, llamó mi atención. Mostraba a un hombre de apariencia humilde armado con un rifle de cacería y una vieja cartuchera al momento de ser derribado por un disparo. Jacobo observó la mirada curiosa y explicó: “Impactante, ¿no? Es una de las más importantes fotografías periodísticas del siglo XX. Fue tomada por Robert Capa y dice más de la guerra civil española que todos los libros que se han escrito”. La imagen -Muerte de un Miliciano-, correspondía a un campesino español que salió a pelear sin más armas que su antigua carabina y sus ideales. Capa captó el momento preciso en que una bala le destrozaba el cráneo y lo privaba de la vida. Después supe que Jacobo ha sido un voraz lector de títulos sobre la guerra civil, doloroso momento de la historia de España, del que conserva una abundante colección de libros.

“Con que eres sobrino de Orteguita”, comentó. “El árbol es fuerte, vamos a ver cómo resulta la rama”. No dijo más. Jovial y ágil, como sigue siendo, me llevó hasta la oficina del legendario jefe de información de los noticieros de Televisa, Raúl Hernández –recientemente fallecido–, y me presentó con él: “Quiere ser reportero, ahí te lo dejo”. Dio media vuelta y de despedida soltó: “Ahora todo depende de ti y de él”.

Durante 24 años gocé el privilegio de trabajar al lado de Jacobo. Nunca cerró la puerta a quien deseaba aprender. Recuerdo con emoción muchas tardes observándolo en su oficina decidir la edición de las imágenes que aparecerían en el noticiario nocturno, mientras Toño Bustamante accionaba el viejo proyector de 16mm que reproducía ruidosamente los testimonios capturados a lo largo del día por el Toby Pérez Verduzco, Graciela Leal, Rita Gánem, Juan Manuel Rentería, Norma Meraz o el inolvidable Guillermo Herrera. Córtale aquí, pégale allá, le decía con seguridad a Bustamante, cuando el trabajo de edición con película de cine que tardaba en revelarse hasta ocho horas era, literalmente, cortar y pegar.

Jacobo revisaba personalmente los textos que escribían todos los reporteros. “No te vayas a pasar de un minuto”, ordenaba, mientras estampaba con lápiz la JZ que autorizaba que la nota fuera grabada; y ante la mirada reprochante del reportero que aspiraba a más tiempo, remataba: “no hay nada -o casi nada- que no se pueda decir en 60 segundos”.

Reportero hasta la médula, Jacobo sabía exactamente qué decir y cómo decirlo y eso mismo exigía a quienes trabajaban con él. Demandaba ir más allá en el relato de hechos y circunstancias y no limitarse a referir los dimes y diretes, en un país donde declarar es noticia. “Niño, esta nota no dice nada, está llena de palabras vacías -recriminó al reportero recién llegado de Managua de donde volvía después de cubrir los funerales del asesinado periodista Pedro Joaquín Chamorro-. Describe a qué olía, qué se escuchaba, qué se veía, hazme sentir ahí”.

Trabajador y disciplinado como pocos, Jacobo era el primero en llegar y el último en irse. Comenzaba el día muy temprano leyendo los periódicos y lo terminaba tarde con la lectura de uno o varios libros. Él mismo planeaba, organizaba y decidía lo que contendría el noticiario que fue referente obligado durante casi tres décadas. Dedicaba la larga jornada a mover reporteros, obtener imágenes, captar testimonios, buscar exclusivas y verificar noticias. “Es preferible perder una nota, que tener que disculparse”, decía, convencido de que la credibilidad es patrimonio fundamental de quien ejerce éste que es el mejor oficio del mundo.

No hubo nunca compromiso o excusa que impidiera a Jacobo cumplir con el deber de informar. Si había elecciones, estaba. Si había disturbios, estaba. Si cambiaba el Presidente, estaba. Si había inundaciones, estaba. Si temblaba, estaba también. Así, construyó una de las crónicas más sentidas y emocionadas del periodismo contemporáneo, aquel inolvidable 19 de septiembre de 1985. Ese día, cuando se le quebró la voz frente a los derruidos edificios de avenida Chapultepec, Jacobo mostró el rostro humano del periodismo ante la tragedia que lo alcanza a uno. “Mi casa, Televisa, está destruida”, relató al borde del llanto, sin objetividad posible. Y dejó cátedra grabada para los futuros estudiantes de comunicación.

Leal y congruente como ha sido, aprendió a ejercer el oficio en una empresa asediada por los afanes de control y de censura, sexenio tras sexenio. Viejo lobo de mar, mantuvo firme el timón y soportó las tormentas y los vientos huracanados que amenazaban hundir el barco, una y otra vez. Con habilidad extraordinaria, capoteó las exigencias de fuera y las órdenes de dentro, que empujaban a ejercer un periodismo servil y postrado. Soportó con dignidad y decoro las feroces e irracionales críticas que con infamia cuestionaban la calidad y estatura de quien es periodista por antonomasia. Y salió con la cabeza erguida y victorioso a mostrar que es el comunicador el que hace a la tribuna y no a la inversa, para llevarnos a disfrutar de la palabra escrita y dicha de un Jacobo que está más lúcido y más pleno que nunca.

Hace unos días, la Cámara de Diputados entregó un reconocimiento -merecido y obligado- a Jacobo Zabludovsky por lo que ha sido y es. Como lo hizo Crónica en noviembre pasado, al otorgarle el Premio en Comunicación Pública por sus indiscutibles méritos, el Congreso le confirió la medalla “Eduardo Neri”, destinada a reconocer a ciudadanos que se han distinguido de manera relevante, sirviendo a la colectividad y a la nación. Fue una momento inolvidable no sólo por el reconocimiento mismo, sino por el brillante discurso de Jacobo, inusual -por sincero, honesto y elocuente- en ese recinto. Con gratitud y humildad, propios de los grandes, hizo un recuento emocionado -de lectura obligada- de una vida que ha sido a la vez intensa y plena, para concluir con dos sílabas que lo encierran y lo dicen todo: ¡Gracias!

Hoy, con el mismo agradecimiento, por lo que ha sido como maestro, amigo y compañero, y disculpándome por hablar en primera persona, comparto con ustedes amables lectores, estos recuerdos al lado de quien es sin duda un personaje non: Jacobo Zabludovsky.

Verba volant, scripta manent.

gor@cronica.com.mx

Fuente:cronica.com.mx

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