El pasado domingo 5 de mayo de 2013 se presentó en Bet-El una lectura y traducción de fragmentos del libro “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote De La Mancha”; dicha lectura fue amenizada magníficamente con música del maestro Alex Schabess a cargo de la guitarra flamenca. De igual modo contó con piezas de baile y con la presencia de la maestra Angelina Muñiz-Huberman. Ella dirigió una pequeña cátedra acerca del afamado libro. Éstas fueron sus palabras:
“Si algo caracteriza la obra de Cervantes es la inclusión de un mundo total que refleja su intenso momento histórico. Tal vez la figura de don Quijote sea el símbolo de la universalidad perdida, una universalidad que añora tiempos de tolerancia, de libertad religiosa, de convivencia de lenguas, de alta cultura. Todo ello expulsado y perdido después de 1492. A don Quijote sólo le queda evocarlo y esforzarse por seguir viviendo en una situación imposible. No se trata de una burla de las novelas de caballería sino de la triste realidad de valores perdidos, de libertades olvidadas, de mundos suprimidos. Las grandes culturas medievales, la judía y la árabe, son borradas. Apenas unas breves menciones desde el comienzo del libro reflejarán esa pérdida y, sin embargo, la necesidad de aludir a ella aunque sea por lenguaje velado, entrelíneas, juego de palabras, que se hacen presentes de manera constante. Ya el nombre del personaje es alusivo: don Quijote de la Mancha.
Personaje manchado, no limpio, en alusión a los nuevos cristianos. Y aquello que diferenciaba a los judíos de los cristianos, por ejemplo la comida, se sintetiza en la mención, desde el principio del libro de: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos…” (p. 35), donde “duelos y quebrantos” aunque diversos investigadores lo atribuyen a cierto tipo de comida, muy bien podría aludir al duelo y al quebranto que significaba la imposibilidad de celebrar el shabat judío.
De este modo, las fuentes utilizadas por Miguel de Cervantes para la realización de su obra fueron cobrando presencia contínua. De su extenso conocimiento, de sus cuantiosas lecturas, de su sabiduría de la vida incorporó las más preciadas esencias que pudieron penetrar hasta lo hondo del ser humano. No sólo reflejó en su obra la historia y la cultura, sino algo más: una intuición del lenguaje de lo implícito, de lo sugerente, del doble filo del habla.
La conflictiva situación en que vivían los españoles después de 1492, no sólo afectó al pueblo judío, por el Edicto de Expulsión, sino al hispanocristiano también, o aún más. Nadie escapaba de la sospecha de ser de origen judío o converso. La sociedad se dividió en dos grupos: los cristianos nuevos y los cristianos viejos. Para todo había que demostrar el origen y los apellidos. Llegó a tales extremos que era más importante ser cristiano viejo, por el solo hecho de serlo, que poseer educación o ser un buen médico, un orfebre excelente, un profesor de la universidad, tener cultura o simplemente saber leer y escribir. Todo esto sinónimo de judaísmo y, por lo tanto, prohibido y peligroso.
Cervantes otorga a sus personajes la posibilidad de una vida que está en su quehacer. Trasmuta los valores judíos recibidos y mantenidos a pesar de la conversión. Intenta establecer un lazo entre él y sus lectores por medio de pequeños gestos, signos mínimos, claves para leer entre líneas. La batalla que emprende Cervantes es la de defender el pasado y la tradición, la de salvar los restos de un naufragio que más valía que la tierra firme.
La existencia del converso estaba fundada en la total inseguridad y en la apariencia de las cosas. Cualquiera podía ser delatado ante el Tribunal de la Inquisición, sin que para ello hubiera límite alguno. Por eso, dos verbos, ser y parecer, son la mejor representación de ese dilema. A ello se debe que Cervantes adopte la postura de la relatividad. Dice don Quijote: “Eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa.” (I, 25) [1] Cuál sea el ser verdadero, queda por descubrirse. Las cosas son de determinada manera, pero parecen otras. A los conversos se les acusa de parecer cristianos pero de seguir siendo judíos.
Lo que cuenta es la variedad de las interpretaciones y todo es interpretable: “Y pues [el autor del Quijote] se contiene y cierra en los estrechos límites de la narración, teniendo habilidad, suficiencia y entendimiento para tratar del universo todo, pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir.” (II, 44) Palabras éstas que aseveran la importancia de lo no dicho sobre lo dicho, es decir, de lo sobreentendido. Así, el hecho literario no es cerrado, sino abierto a toda interpretación y a una lectura para iniciados, aquellos que saben leer lo que no se ha escrito.
Cervantes dice y es verdad: “Saber leer lleva a los hombres a la hoguera.” Todo lo referente a la situación opresiva tenía que ser dicho en forma sesgada, irónica, ambigua.
Por este deseo de vida interna corren los anhelos de libertad. Todo sucede al aire libre y por los caminos, donde no hay reglas, donde se puede escapar a la opinión de los demás. Se camina, se cabalga y todos sueñan en vivir a su modo, libremente. El ejemplo más notorio es el de los galeotes y el discurso de don Quijote para probar que Dios hizo libres a los hombres: “Porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres.” (I, XXII, pp. 210)
Antecedentes hebraicos
Los antecedentes hebraicos en la obra cervantina, aparte del conflicto encubierto, son literarios y provienen de: León Hebreo, Fernando de Rojas, Sem Tob de Carrión, Juan Luis Vives y los antiguos cabalistas.
La Celestina era el libro favorito de Cervantes: “Libro en mi opinión divino si encubriera más lo humano.”
Cervantes tomó de Yehudá Abrabanel o León Hebreo, como fue llamado en Italia donde se refugió su familia después de la expusión de España, los principales conceptos filosóficos que aparecen en el Quijote. Su obra Diálogos del amor es fundamental para entender la teoría del amor que expone don Quijote en relación con Dulcinea. La utilización de fuentes judías para sus propias obras es una característica de los conversos que, de este modo, encontraban apoyo para sus ideas atribuyéndoselas a otros autores. Más aún, Cervantes se defiende simulando que la obra que ha escrito no es suya, sino que la tomó de un manuscrito en una lengua muy antigua, con lo cual alude al idioma hebreo sin decirlo.
Frente a don Quijote, Sancho aparece como un personaje cristiano viejo que así se define y que, constantemente lo afirma al expresar que “cuatro dedos de enjundia” lo demuestran, aludiendo a las cuatro generaciones de antepasados cristianos viejos y al hecho de comer carne de cerdo. En cambio, don Quijote guarda silencio y nunca dice que lo sea.
Pero será, sobre todo, en la actividad cotidiana donde la presencia de lo judaico se manifieste: en la preocupación por viudas y huérfanos (discurso a los cabreros), en el derecho a la libre elección (el episodio de los galeotes), en los cambios de nombres o la vacilación en su uso (Quejana, Quijana, Quesada, Quijote, p. 36) Dulcinea-Aldonza, como reminiscencia judía de la traducción de apellidos ante la conversión.
La Celestina y los Diálogos del amor, son fuentes cervantinas. La primera escrita en lo que será, de inmediato, una España represiva y la otra escrita en libertad, ambas por dos judíos: uno, obligado a convertirse al cristianismo, Fernando de Rojas, y otro, de familia expulsada que se afinca en Italia y no tiene temor ni será perseguido por ser llamado León Hebreo. Ambas obras representan también dos enfoques opuestos del concepto de amor: uno, violado y violentado; otro, positivo y teórico; uno con apego a la muerte; otro, a la vida.
Estos dos libros serán principios regidores, a su vez del Quijote, según lo afirma su propio autor. Son clásicas las citas del prólogo que lo apoyan, 1) sobre La Celestina: “libro, en mi opinión, divino/ si encubriera más lo humano”; y 2) sobre los Diálogos del amor: “Si trataredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas.”
La religión o el eco subyacente
Por ejemplo, esto dice Sancho de don Quijote: “Pero él no quiso sino ser emperador, y yo estaba entonces temblando si le venía en voluntad de ser de la Iglesia, por no hallarme suficiente de tener beneficios por ella; porque le hago saber a vuesa merced que, aunque parezco hombre, soy una bestia para ser de la Iglesia.” [2]
Desde luego que la primera y más directa alusión es la de la quema de libros, como muestra de la intransigencia y del mínimo paso entre quema de objetos y quema de personas. La quema de libros se convierte en un tema recurrente en las conversaciones y don Quijote se confirma como mejor lector que teólogo: “En verdad, hermano, que sé más de libros de caballerías que de las Súmulas de Villalpando. “ [3]
Otras alusiones al Tribunal de la Inquisición aparecen en la segunda parte del Quijote y envuelven un vocabulario de típica referencia a su poder aterrorizador, la manera de proceder y los elementos fácilmente reconocibles: “Salió, en esto, de través, un ministro, y llegándose a Sancho, le echó una ropa de bocací negro encima, toda pintada con llamas de fuego, y quitándole la caperuza, le puso en la cabeza una coroza, al modo de las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio, y díjole al oído no descosiese los labios, porque le echarían una mordaza, o le quitarían la vida. Mirábase Sancho de arriba abajo, veíase ardiendo en llamas.“ [4] Si bien se trata de una broma contra Sancho, la crueldad entre burlesca y verídica, es patente. Por último, la anticristiana forma de matar de la Inquisición lleva a Cervantes a considerar que sus acciones sólo podrían aplicarse en animales. El episodio de Sancho se corona al vestir a su asno con las prendas de los penitenciados: “Acomodóle también la coroza en la cabeza, que fue la más nueva transformación y adorno con que se vio jamás jumento en el mundo.” [5] El procedimiento es hacer del dolor una desmedida burla. Ante la insoportable época que le toca vivir, Cervantes recurre al humor y la ironía como tabla de salvación.
En el episodio de Sancho como gobernador de la ínsula de Barataria resalta la historia en la que al impartir justicia se presentan dos hombres, uno deudor y otro reclamando la deuda. El investigador Bernard Baruch encontró que ese mismo relato aparece en el Talmud cuando el deudor asegura que ha entregado las monedas y le pide a su acusador que le detenga el bastón o cañaheja que es donde guarda las monedas, para luego pedírselo de nuevo.
Podríamos seguir mencionando otros episodios, pero estos tan representativos son muestra del lenguaje cifrado utilizado por Cervantes para que su mensaje permaneciera a lo largo del tiempo y pudiera ser descifrado algún día”.
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