RICARDO RUIZ DE LA SERNA
Este domingo se celebra en Budapest la décima cuarta asamblea plenaria del Congreso Judío Mundial y los líderes del partido ultraderechista Jobbik la han recibido con una concentración antisemita. Los mismos que propusieron elaborar listas de judíos los culpan ahora de los crímenes del régimen comunista y del proceso revolucionario de 1919. El viejo mito de la conspiración judía mundial vuelve avivado por la crisis. También de eso acusan a los judíos.
El antisemitismo resurge en Europa recuperando las viejas acusaciones contra los judíos y adoptando el nuevo rostro del odio a Israel, el único país del mundo que los antisemitas consideran ilegítimo. No se debe calificar de antisemita en vano, pero es evidente que algunas de las voces que hoy se alzan en Europa exceden la crítica legítima que puede ejercerse sobre la política de cualquier Estado y aplican a Israel la deslegitimación, la demonización y el doble rasero que delatan al antisemita. Junto a esta nueva cara del mismo odio de siempre, reaparecen los viejos libelos, las acusaciones colectivas contra un pueblo al que se considera culpable por el solo hecho de existir. Jobbik afirma que los judíos —como pueblo- deberían pedir perdón por la revolución bolchevique y por el estalinismo de los años 50. Hungría hoy, como otros países de Europa, sigue luchando contra sus fantasmas. El antisemitismo es una enfermedad de nuestro continente y por ahora no hemos logrado superarla.
La judería de Budapest fue exterminada en 1944 mientras los soviéticos avanzaban sobre Hungría. Los nazis dedicaron tanto esfuerzo a destruir a los judíos como a contener la ofensiva soviética. Comparativamente, tal vez incluso dedicaron más trabajo a lo primero: a fin de cuentas, los judíos no tenían ejército aunque sí trataron de resistir cuando pudieron. Apenas llevó unos meses acabar con la comunidad judía de Hungría. Algunos se salvaron y, entre ellos, están aquellos a quienes Ángel Sanz Briz, Justo entre las Naciones, protegió concediéndoles pasaportes y cartas de protección españolas. Gracias a hombres y mujeres como él, España y Europa aún pueden mirarse al espejo. A veces, la diferencia entre salvar la dignidad y la memoria o hundirse para siempre estriba en aquellos que se comprometen. Quizás sea así siempre.
Joseph Roth escribió en Auto de Fe del Espíritu que los primeros que cayeron defendiendo la civilización europea fueron los judíos de lengua alemana. Vasili Grossman, uno de los mayores escritores soviéticos, descubrió su identidad judía al contemplar el lugar donde se alzaba Treblinka. Europa sufre hoy un nuevo ataque de antisemitismo. Los partidos más radicales están utilizando el discurso del odio para ganar votos y entrar en las instituciones. Una vez dentro, se trata de hacerlas estallar. Tómese el ejemplo del Frente Nacional en Francia o Amanecer Dorado en Grecia. Véase el caso de los neofascistas italianos o los neonazis españoles. Violeta Friedman decía que no había que llamarlos neonazis porque eran los mismos de siempre, los de Hitler, los de los campos. En unos países dirigen el odio contra los extranjeros; en otros contra los gitanos o los homosexuales. Cada día atacan más a los musulmanes. Siempre odian a los judíos, a Israel y a todo lo que representa.
Frente al odio, frente a sus ideologías y sus legitimaciones, el discurso sólo puede ser de fundamentos y la respuesta debe ser la defensa firme de la democracia y sus valores. La República de Weimar fracasó, entre otras cosas, porque quienes creían en ella no supieron defenderla de los radicales de uno y otro signo. Hoy nosotros debemos afrontar el mismo desafío. Jobbik y sus amigos en toda Europa pretenden sacar rédito político de la crisis. Se envuelven en banderas nacionales para esconder el odio que profesan hacia la democracia, la libertad y la razón. So pretexto de defender Europa, quieren destruir todo lo que el nombre de Europa representa.
Depende de nosotros que no lo consigan.
Fuente:elimparcial.es
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