ENRIQUE KRAUZE
Fernando Savater no se engaña: desde sus primeros libros (Apología del sofista, La filosofía tachada) hasta los más recientes como Ética de urgencia, Savater piensa, cree o sabe que todo termina mal. Pero sabe también que, mientras llega el final, nos quedan muchos refugios gozosos: los libros, el cine, las artes, el amor y la amistad. Tal vez la forma más sabia de disipar las sombras del pesimismo (lo sabía el Doctor Johnson y lo ha practicado y predicado Savater) sea el cultivo de la amistad.
Octavio Paz y Fernando Savater fueron buenos amigos. Hace más de tres décadas, invitado por Héctor Subirats, Savater visitó México por primera vez y llamó por teléfono a Paz, quien de inmediato lo invitó a su casa a cenar con “un señor francés” que resultaría ser nada menos que Claude Levi-Strauss (Leonora Carrington, que también estaba invitada, no llegó.) Antes de esa visita, habían cruzado una buena cantidad de cartas. “¡Qué bonitas y amables eran las cartas de Octavio!”, recuerda Savater en Mira por dónde, su autobiografía razonada. A esa visita seguirían otras y, a esas cartas, muchas más. La amistad entre ambos escritores nació de una carta inicial del poeta al joven filósofo que, en La filosofía tachada (un enjundioso libro publicado a los veinticinco años) había mencionado con admiración el libro El arco y la lira. Esa amistad sólo se interrumpió con la muerte de Paz, en abril de 1998. Pero ahora, con la entrega del Premio Internacional Octavio Paz, ambos amigos vuelven a conversar.
Presidida por Marie José Paz, la Asociación Amigos de Octavio Paz (que fundamos a principio de los años noventa) convocó a un Jurado que tuve el honor de presidir. Lo integraron cuatro notables escritores: Ida Vitale, Hugo Hiriart, Christopher Domínguez Michael y Aurelio Asiain. La lista de candidatos era amplia y distinguida, la discusión fue intensa y abierta, pero al final nos inclinamos por premiar la obra y la trayectoria de Savater.
Al otorgarle el Premio, reconocemos en primer lugar su amor por la palabra, expresado en una lista casi interminable de libros, de ensayos, artículos periodísticos, novelas, cuentos y hasta de obras dramáticas como Último desembarco y Vente a Sinapia, pieza en la que desarrolla uno de sus temas recurrentes, la crítica de la utopía. Recordando la improbabilidad del paraíso, Savater ha escrito numerosos libros de Ética que nos iluminan sobre la libertad de elegir. Esa postulación de la libertad (tesis rectora de Invitación a la ética, La tarea del héroe, Ética como amor propio, Ética para Amador, entre otros) es el segundo motivo de nuestra decisión. Su defensa de la libertad ha sido tan apasionada como la de Paz. Una libertad siempre acechada por la necesidad, la opresión, la mentira. Pero en su caso, una libertad amenazada por adversarios muy concretos, no sólo ideológicos sino físicos y, más aún, armados. Ante ellos, en la cátedra, en su obra y en su valeroso compromiso cívico (jugándose literalmente la vida) Savater ha sido, y sigue siendo, el baluarte intelectual de España contra el fanatismo de la identidad nacionalista.
Pero, bien visto, hay modestos paraísos en la obra de Fernando Savater. En libros como El juego de los caballos y A caballo entre milenios, podemos palpar el gozo inmenso ante una buena carrera de caballos. En Derbys como el de Kentucky, Epsom o Longchamp, Savater ha rozado la felicidad. Y la felicidad es otra de las enseñanzas éticas que le debemos. La felicidad por los puros, el vino y la gastronomía. La felicidad casi infantil de releer a Stevenson, a Voltaire, a Chesterton, pero también a Michael Crichton y a J.K. Rowling. La paradójica felicidad de vivir en compañía de dos pesimistas universales, Cioran y Schopenhauer. Y claro, la felicidad que Spinoza -estoico y sereno- llamó Amor Dei Intelectuallis: la divina felicidad de comprender.
Su obra se levanta, en un primer momento, contra el Estado y más tarde contra las Iglesias, los militarismos y las necedades ideológicas o políticas de toda laya. Hemos asistido a su alegre evolución desde sus iniciales y provocativas posiciones anarquistas hasta su inteligente vindicación del humanismo liberal, desde sus ensayos filosóficos contra el Todo hasta su transformación en novelista de aventuras. Savater comenzó a colaborar en Vuelta desde el número 11, en 1977, con un penetrante ensayo sobre la España convaleciente. Nunca dejó de publicar en aquella revista y ha sido, desde el inicio, colaborador de Letras Libres.
He mencionado tres motivos de reconocimiento: el amor a la palabra, la defensa de la libertad y la búsqueda ética de la felicidad. Agrego uno más: Fernando Savater es uno de los máximos escritores de la lengua. Con este premio celebramos los libros que ha escrito y los libros que vendrán.
Y alguien más celebra a Fernando Savater con nosotros. Alguien que lo leyó y lo quiso, alguien que murió y no ha muerto, Octavio Paz.
Fuente:debate@debate.com.mx
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