IANAI SILBERSTEIN
Escribo esta editorial en memoria de mi querida amiga Ría Okret (z”l).
Cuando era niño y asistía a una sinagoga tradicional en Montevideo era común ver a las mujeres ataviadas con rebuscados y elegantes sombreros. Las menos ostentosas usaban pañuelos o redes cubriendo el cabello. Ya sea por dictados de la moda o por pudor, las mujeres con sombrero eran lo común.
Hoy, salvo contadísimas excepciones, no se ven sombreros en la sinagoga. Sin embargo, hay mujeres que han decidido usarlo en un sentido muy distinto al que recuerdo de mi infancia. Un sentido ideológico y manifiesto. Si en otras tiendas de nuestro variado espectro otros códigos ideológicamente aplican, ¿por qué no incorporar el uso del sombrero como manifestación de una ideología en nuestro entorno liberal e igualitario? La verdad es que la mayoría de las mujeres no adhieren a esta costumbre, pero en la NCI de Montevideo uno puede ver unas cuantas orgullosamente usando su kipá al estilo de los judíos de Bukharan. Por sus colores y su forma cumplen su cometido: mujeres con sombrero.
Con el correr de los años he aprendido a tener un profundo respeto por las diferentes opciones de vida que mis semejantes adoptan, tanto en lo judío como en lo genéricamente humano. No siempre es fácil aceptar y reconocer las diferencias, pero es un ejercicio útil de maduración y crecimiento. Después de todo, una de las pautas de que una persona realmente crece es su capacidad de desprenderse de su ego para reconocerse como una más entre tantos otros.
Hay algo infantil en quienes procuran, a todo costo, imponer sus ideas en forma exclusiva sin reconocer las opciones que eligen los demás. Algo infantil y algo peligroso: es el principio del dogmatismo y el totalitarismo. Es más fácil ser dogmático que ser plural. Esta última opción supone apertura, desprendimiento, aceptación, renuncia. Siempre he sostenido que una cosa es predicar el pluralismo, una muy otra ejercerlo. Aprendí también que el pluralismo se ejerce tanto hacia la “izquierda” como hacia la “derecha”: tanto vale reconocer el derecho a abortar como el derecho al celibato; son todas elecciones.
En el judaísmo no somos ajenos a los mismos fenómenos que atraviesan a otros grupos humanos. El problema en el judaísmo es que hay ciertos límites y cualquiera de los extremos puede traspasarlos, ya sea en la intolerancia absoluta (si existe) como en la tolerancia absoluta (si existe). En el primer caso la intolerancia conduce a extremos que son contrarios a la prédica del judaísmo; en el segundo, la tolerancia absoluta conduce fuera del marco judío.
Las mujeres con sombrero son una opción activa de mujeres que quieren ser parte y vivir su judaísmo igual que los hombres. Pero sobre todo, es producto del devenir del tiempo que ha tendido a igualar aquello que el hombre, artificiosamente, segregó: mujeres, opciones afectivas, o al “extranjero que vive entre nosotros”.
Personalmente no preciso de explicaciones en base al texto bíblico que me expliquen o justifiquen el rol de la mujer en la liturgia o en el ejercicio de los preceptos; siento y sé que su rol es igual al de los hombres. Si alguien precisa justificarlo tiene su derecho y está bueno que esté justificado. Para mí, es natural e inherente a la naturaleza humana.
Celebro a las mujeres con sombrero de mi sinagoga y respeto profundamente a la mayoría que han optado por no usarlo. Igual a aquellas que suben a leer la Torá que a aquellas que prefieren no hacerlo. Sobre todo, celebro una sinagoga que da opciones. También celebro las experiencias que, dentro de la ortodoxia, buscan alternativas para resaltar el rol de la mujer dentro del judaísmo, como vi en la sinagoga “Shirá Jadashá” en Jerusalem, liderada por Tova Hartman. Me consta que muchas mujeres dentro de la ortodoxia buscan caminos para hacer sus vidas más significativas más allá de la experiencia tal como la heredaron de sus padres y abuelos. Aun cuando el esfuerzo pueda quedar en el plano reflexivo, celebro.
La semana pasada en la NCI de Montevideo se celebraron dos bat-mitzvot en las que las dos mujeres subieron a leer la Torá: una era una mujer de doce años, otra una mujer pasados los cincuenta años. La primera hizo uso en su tiempo de una posibilidad que nuestra comunidad brinda a las mujeres judías; la segunda cerró para sí un tema pendiente por razones generacionales e históricas, pero sobre todo por razones personales: quienes nos criamos en los años sesenta y setenta no tuvimos las opciones que hoy existen. Una de ellas usó sombrero, la otra no. Una viene de una familia activamente liberal, la otra viene de una familia tradicional. Sea como sea, ambas leyeron de la Torá y manifestaron su presencia como mujeres judías en su comunidad.
Me pareció todo un detalle incluir “Eshet Jail” (“Mujer Virtuosa”) en el servicio de Kabalat Shabat cantado por una de las bnot-mitzvah. “Eshet Jail” tiene una connotación muy tradicionalista, muy “ortodoxa”, porque en círculos liberales se supone que la mujer judía está en igualdad de términos que los hombres, mientras que en la ortodoxia parece estar “detrás de bambalinas”. Pues ni tanto ni tan poco: no está de más hacer hincapié en su rol único y especial dentro de nuestra tradición como no está de más que tengan la opción de hacer lo mismo que los hombres en término de ritos y costumbres. Parafraseando a Silvio Rodríguez, “no es lo mismo aunque sea igual” (de “Pequeña Serenata Diurna”).
Fuente:jai.com.uy
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