La doble apostasía de Magdi Allam

JULIÁN SCHVINDLERMAN

En coincidencia con las Pascuas últimas, el celebrado comentarista italiano Magdi Cristiano Allam anunció que abandonaba el catolicismo. Cinco años después de dejar el islam para recibir el bautismo -en el Vaticano y por el mismísimo Papa Benedicto XVI- Allam anunció el motivo de la despedida en una nota publicada en Il Giornale que puede resumirse en dos palabras: demasiado relativismo.

La decisión fue extrema y el anuncio, dramático. Su vida como católico se desarrolló por cinco años, entre las Pascuas del 2008 y las Pascuas del 2013, y su final coincidió con la renuncia al cargo papal de Benedicto XVI. “Creo en Jesús que me encantaba cuando era niño, leyendo los Evangelios y traído a la vida por auténticos testigos -religiosos y laicos cristianos- a través de sus buenas obras” escribió, “pero ya no creo en la Iglesia”. Allam se pronunciaba todavía creyente y se comprometía a no cejar en la lucha por la santidad de la vida, la unión familiar, la dignidad de la persona y la libertad religiosa. También reafirmaba su nacionalismo al subrayar su rechazo a la caridad que la Iglesia mostraba hacia los inmigrantes, especialmente a los ilegales, en Italia y proclamaba: “Estoy a favor de la recepción de las normas y la primera regla es que en Italia, primero debemos asegurar el bien de los italianos, la correcta aplicación de la exhortación de Jesús ama a tu prójimo como a ti mismo”.

El autor empleaba la ocasión para cuestionar a la Iglesia en aquellos elementos de disidencia individual que consideraba estar en oposición a la naturaleza humana, como el celibato sacerdotal, la abstención de relaciones sexuales fuera del matrimonio y el rechazo al divorcio. Reflexionaba, a su vez, sobre la misión universal de la Iglesia y concluía que al buscar la comunión de todos los católicos del mundo tomaba una postura contraria a la de la identidad nacional que él veía como necesaria para preservar a la civilización occidental.

Yendo al núcleo de su apostasía, Allam explicaba que lo que más lo alejó de su nueva fe había sido el relativismo y la legitimidad conferida al islam “como una verdadera religión de Allah como el único Dios verdadero, a Mahoma como un profeta verdadero, al Corán como libro sagrado y a las mezquitas como lugares de culto”. Para un hombre que había abandonado el islam en repudio a las violencias e intransigencias que en su visión anidaban en su seno, el respeto pontificio acordado a la religión Mahometana en el marco del diálogo interreligioso le resultó inadmisible. En su artículo, Allam se mostró consternado por la decisión de Juan Pablo II de haber besado el Corán en 1999, porque Benedicto XVI haya orado hacia la Meca desde la Mezquita Azul de Estambul en el 2006 y porque Francisco extendiera su consideración a los musulmanes del mundo, llegando a lavar los pies a dos de ellos en una prisión italiana el pasado mes de abril (esto ocurrió posteriormente). No por casualidad su artículo se titulaba “Por qué me voy de esta Iglesia débil con el islam”.

Y finalizaba: “voy a seguir adelante con la espalda recta y la cabeza alta para dar mi aporte al renacimiento de los valores e identidades italianos. Voy a ser un hombre íntegro en la totalidad de mi humanidad”.

Esta era una despedida fuerte, en consonancia con una determinación absoluta y forjada en su propia historia personal. Magdi Allam nació en Egipto en 1952 en el seno de una familia musulmana. Su educación estuvo en manos de salesianos en el Cairo y el contacto con sus muchos docentes italianos nutrió su primer vínculo con Italia, país al que emigró en 1972, donde se graduó de sociólogo en la Universidad de La Sapienza y en el cual, catorce años después, obtenía la ciudadanía. Llegó a ser subdirector de Il Corriere della Sera y se hizo famoso por su crítica al islam radical. En el 2008 trocó al islam por el catolicismo, y un lustro después anuló su pertenencia a la Iglesia Católica. Su viaje espiritual e ideológico ha sido ciertamente extraordinario.

Independientemente de lo extraño que pueda lucir el hecho de abandonar una religión por razones de opinión más que de fe, su decisión ha alertado a propósito de un atributo del diálogo interconfesional que promueve el Vaticano con el islam: la mitigación de los temas reales de preocupación en pos de las apariencias políticamente correctas de la coexistencia. Ésta posiblemente haya sido la alarma más clara que ha sonado con su acto insólito el doble apóstata Magdi Allam. Aunque Roma esté comprensiblemente indignada con el mensajero, su mensaje merece ser escuchado.

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