Jacobo Zabludovsky, la memoria periodística de América

VERÓNICA CALDERÓN

El mexicano Jacobo Zabludovsky (Ciudad de México, 1928) es uno de los periodistas más influyentes de América Latina. Durante 30 años condujo el informativo estrella de Televisa, 24 horas. Es un rostro tan conocido en México que no hace falta citar su nombre completo para referirse a él. Basta decir “Jacobo”.

Zabludovsky —o “Jacobo”, para entendernos— es periodista desde hace más de 70 años, uno de los más famosos del continente americano. Su trayectoria ilustra buena parte del siglo XX. Jacobo con Cantinflas, con Maradona, con Frida Kahlo, con el Che Guevara. Un jovencísimo Jacobo con Fulgencio Batista, que le aseguró que la revuelta contra su régimen había sido aniquilada. Jacobo con Castro, entrando a La Habana en 1959. Jacobo con Salvador Allende. Jacobo, al borde de las lágrimas, narrando la catástrofe que dejó el terremoto de 8,1 escala Richter que arrasó la Ciudad de México en 1985.

Pero su vasta carrera no se salva de la polémica. Buena parte de su trayectoria está ligada a los años en que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ejercía el poder hegemónico en el país. Jacobo condujo entre 1970 y 1997 el informativo estrella de Televisa, empresa cuyo presidente —el poderoso Emilio Azcárraga Milmo (1930-1997)— se definía sin complejos como “soldado del PRI”.

Empezó en el oficio a los 14 años como corrector del diario El Nacional. “Así me empezó a gustar el olor de la tinta”, recuerda. Pero la radio es su gran pasión. “Alrededor de la radio estaba todo. La comida, los juegos, las charlas. Ahí estaba el locutor, que hablaba con la gente, con el presidente, narraba los deportes, que contaba las noticias. Y supe que yo quería ser ese señor”.

Pregunta. Usted ha entrevistado a prácticamente todos los grandes personajes del siglo XX…

Respuesta. No a todos, pero sí a casi todos.

P. ¿Quién le impactó más?

R. El Che Guevara. ¡Yo entré con Fidel Castro a La Habana en 1959! Artur Rubinstein. Pau Casals. A él lo entrevisté en Puerto Rico, exiliado. Salvador Dalí. Rufino Tamayo, Diego Rivera, Frida Kahlo… Ella era muy impactante.

P. ¿Era guapa?

R. No era guapa. Era… interesante. La recuerdo pintando, en su silla de ruedas, con un pincel muy largo. Muy chiquita, muy frágil. Pero era un espectáculo verla abrazar a ese sapo enorme que era Diego Rivera, y ver que esa mujer, que él se podía meter en un bolsillo, lo trataba como si fuera su madre: “Mi niño, ya llegaste, estás muy asoleado, vamos a comer”.

P. ¿Y Dalí?

R. Era muy difícil conseguir una entrevista con él. Pero una vez que te la daba, era muy fácil. Era un hombre consciente de los medios. En cuanto se encendían los reflectores, cambiaba. Ya no era el señor Dalí: era el Divino Dalí. Muy culto, divertido.

P. ¿Cuál ha sido la noticia más difícil que ha tenido que dar?

R. El terremoto de 1985 de la Ciudad de México, sin duda. Yo nací aquí. Viví y crecí en la parte más destruida. Vi las oficinas de Televisa, la dirección de noticias que estaba a mi cargo, derrumbadas. Sabía quiénes estaban ahí ese día y sabía que estaban muertos. Fue una mañana traumática. La radio fue lo único que permitió la comunicación en ese momento. Obtuve el premio Rey de España por esa cobertura, pero no me gustó recibirlo, por lo que narré. Al menos doné la parte económica del premio.

P. ¿Un momento histórico?

R. El asesinato de [el candidato del PRI a la presidencia de México, Luis Donaldo] Colosio, en 1994. También muy difícil. Estuvimos al aire seis o siete horas.

P. Usted ese día regañó en directo a una presentadora de Televisa porque no podía conseguir declaraciones de la viuda…

R. ¡Olvídate de eso! [risas].

P. Es un jefe muy exigente…

R. Cuando comencé en [el informativo] 24 horas,en 1970, yo no quería contratar una agencia para las noticias internacionales, quería elegir a mi propio equipo. Y escogí a personas que, aunque en algunos casos no tenían el oficio, tenían talento. En 1974 conocí a una chica que viajaba con su mamá hacia Italia. Muy jovencita. Hablaba cuatro idiomas: español, francés, alemán e inglés. Le pregunté si trabajaba y me dijo que aún no. Le ofrecí que trabajara como corresponsal en Italia. “Pero yo no sé cómo se hace eso”, me dijo. Le expliqué que era muy fácil: “Mira lo que pasa y me lo platicas”. Se llamaba Valentina Alazraki.

P. La corresponsal de Televisa en El Vaticano…

R. Y que ha recibido premios, escrito libros, y ha sido presidenta de la Asociación de Corresponsales Extranjeros de Italia. Mira, cuando Juan Pablo II anunció que viajaría a México en 1979, le pedí que lo entrevistara. “Jacobo: el Papa no da entrevistas”, me contestó. “Pues luego me cuentas cómo hiciste para entrevistarlo”, respondí.

P. ¿Y consiguió la entrevista?

R. Sí, se puso un sombrero de charro para llamar su atención. Ella lo cuenta en sus memorias.

P. México es actualmente uno de los países más peligrosos para ejercer periodismo. Usted vivió en una época en la que, aunque de otro tipo, también había muchas dificultades para ser periodista en este país, ¿cómo recuerda esos tiempos?

R. Tuvimos durante 70 años un partido político que lo dominaba todo, no entraremos en más detalles. Todos estábamos sujetos a ese poder omnívoro, absoluto. Hoy, con el Twitter y el Facebook estamos quizá en el otro extremo. Hay excesos, un mal uso en ocasiones. Pero es preferible ese abuso a la falta de libertad de expresión.

P. ¿Qué es la libertad de expresión?

R. Tener la posibilidad de decir que no. Negarse. Que si alguien presiona para que no se publique algo, decidir publicarlo de todas formas. Decir: “Usted no me da órdenes a mí”. La autocensura es lo peor.

P. ¿Usted cree que fue el periodista más poderoso de América?

R. No comparto esa afirmación. Yo nunca perdí la convicción de que lo importante no era yo, sino el medio en que trabajaba. Nunca me equivoqué en eso, me equivoqué en muchas cosas, pero en eso no.

P. ¿Qué consejo da a un periodista joven?

R. Que no se equivoque: esta es la mejor profesión del mundo. Tendrá momentos de angustia, de duda, de indecisión, pero eso lo tienen todos los oficios. Lo único que recomiendo es que lea, que se cultive. La lectura es lo más importante. Te da estilo, vocabulario, adjetivos, elegancia.

P. ¿Usa las redes sociales?

R. No las uso. A lo más que llegué fue cambiar mi Remington por una computadora. No pasé por la máquina eléctrica. Es un aparato fascinante. Corriges, escribes, ¡puedes imprimir las copias que quieras, nada de papel carbón! Pero eso de las redes sociales no lo practico. Es para los muy iniciados.

P. ¿Cuál es su medio favorito?

R. La radio. Es el medio que más me gusta. En el que empecé. Como dice la canción: “Sutil llegaste a mí…”.

P. ¿A quién considera su maestro?

R. Al que creo que ha sido el más grande reportero de radio en México, Alonso Sordo Noriega. Me enseñó que todo depende de la voz del que habla, y del oído el que recibe la noticia. Nada más. La voz y el oído.

P. ¿Y del periodismo escrito?

R. José Pagés Llergo, fundador de la revista Siempre, que surgió de un escándalo periodístico. Un día le llegó una foto del yerno del presidente, que mientras iba con su esposa miraba por detrás a una bailarina que iba desnuda. La publicó y lo echaron. Él se fue como si fuera un pastor de genios. Entre ellos estaba Indalecio Prieto, el mejor orador que he escuchado en mi vida y muy amigo mío pese a la diferencia de edad.

P. ¿Cómo empieza a colaborar con él?

R. Yo entonces escribía una columnita en un periódico que se llamaba El Redondel, que se especializaba en toros. Escribía cosas como que María Félix había cambiado el color a su coche…

P. Quien después se convirtió en su amiga…

R. Inolvidable amiga. Queridísima.

P. ¿Y por qué conoce a Pagés?

R. Estábamos en un sitio al que íbamos después de la corrida. Yo estaba en otro salón y me entero de que [Pagés] me mandaba llamar. “¿A mí?”, pregunté. Me dijo que me leía y se sentó conmigo. Yo estaba por ir a Europa, pues Air France iba a inaugurar un vuelo París-Roma-Estambul para estrenar algo que llamaba jet, un avión que no tenía hélices [ríe] y lo iba a cubrir. Entonces me preguntó si sabía quién era Pierre Loti. Le dije que sí y le mencioné los libros que había leído. Se sorprendió mucho. “Usted debe de ser el único mexicano que ha leído a Pierre Loti”, me dijo. Me pidió cinco cuartillas sobre el escritor, y se las entregué. A la semana siguiente, me volvió a llamar. Me dijo, “Jacobito, ¿soy su pendejo? Estoy esperando su columna”. Así me enteré de que ya colaboraba con él. Era un tipo raro. Él no era dueño de su medio. Lo fue durante un tiempo, pero antes de ser dueño, era un periodista.

P. Usted lleva 70 años de carrera y sigue ejerciendo, conduce un informativo todos los días, ¿no se ha cansado?

R. De ninguna manera. La pasión nunca se pierde. Si pierdes la capacidad de asombro, perdiste todo. A veces veo a los reporteros jóvenes que trabajan aquí, conmigo. Cuando llega una noticia, siempre observo quién se levanta de su silla y quién no. A quién le late y a quién no le late.

P. La vocación…

R. ¿Es que cómo te vas a quedar sentado? El día del terremoto, por ejemplo. No contestaba ningún teléfono de Televisa. ¿Y qué hago? ¿Volverme a la cama? Esa no es una opción.

P. Una fecha: 30 de marzo de 2000.

R. El día que renuncié a Televisa.

P. ¿Cuántos años trabajó ahí?

R. Más de 50.

P. Debió haber sido duro…

R. No. Tomé una decisión y sabía que era la correcta. Sin dudas. Mi hijo renunció y decidí irme yo también.

P. Usted trabajó décadas con Emilio Azcárraga Milmo (1930-1997), dueño de Televisa entonces y quizá uno de los empresarios más poderosos en la historia de México. ¿Cómo lo recuerda?

R. Era un hombre de carácter muy fuerte, que decidía con inteligencia. Dirigía Televisa como un capitán. Pero se podía discutir con él y eso es muy importante. Era un jefe con el que se podía dialogar.

Fuente:elpais.com

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