ESTHER SHABOT
En recuerdo de Morris, amoroso y amado inventor de juguetes y sonrisas.
Hago un paréntesis en mis artículos habituales sobre Oriente Medio para dedicar este espacio a desahogar sentimientos que nacen a partir del trance de perder a un ser querido. Es cierto, como tanto se ha repetido, que cuando uno es, la muerte no está y cuando ella es, uno no está. Es un pensamiento que brinda tranquilidad sin duda. Pero también es verdad que cuando la muerte del prójimo cercano y amado es, uno sí está y eso es lo que vuelve las cosas diferentes, dolorosas, difícilmente aceptables y rodeadas de una perplejidad desoladora al tener que enfrentar el misterio de esos incomprensibles conceptos de eternidad e infinitud que rodean a la muerte de nuestros seres queridos.
Cuando las pérdidas se van acumulando, quizá se va aprendiendo que el tiempo finalmente hace su paciente y minuciosa labor de cicatrizar heridas y suavizar el filo cortante de la pena primaria. Por más que en un principio y paradójicamente nos aferremos al dolor ya sea porque no podemos deshacernos de él o porque nos resulta la forma más inmediata de seguir conectados con quienes partieron, a fin de cuentas la vida, con su fuerza y complejidad, encuentra maneras de irse imponiendo para empujarnos no a olvidar, pero sí a sublimar ese dolor y así transformarlo en algo menos violento y devastador. Imagino que ese algo puede tener que ver, más allá de las obras y hechos recibidos en legado, con el descubrimiento paulatino de qué tanto de quienes se fueron ha pasado a formar parte de nosotros, cuántos de nuestros cimientos, paredes y techos del edificio personal que conforma nuestra identidad fueron aportación de quienes ya no están, pero que formaron parte de nuestras biografías de manera tan trascendental que de algún modo los hace seguir subrepticiamente vivos.
Al lado de esta inefable, imprecisa y discreta integración de ellos en nosotros, se presentan también con terquedad la nostálgica memoria, los recuerdos y los sueños, que cuando están marcados por el amor continuarán, a pesar de la levedad espesa de su materia, siendo puentes para seguir sintiendo la presencia de quienes se fueron. Intentamos conjurar así, aunque sea tramposamente, esa desoladora e irremediable ausencia. Trucos ellos para defendernos tal vez de esa cruel mutilación que se nos ha impuesto, pero trucos válidos supongo, si de lo que se trata es de sobrevivir a esa inconmensurable fragilidad que la muerte de nuestros seres queridos despliega sobre nosotros.
Fuente:excelsior.com.mx
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