FERNANDO DWORAK
Hace tiempo leí en el libro Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, de John Gray (Paidós, 2008), que la política es un medio de afrontar la imperfección humana. Esto es, en la medida que nuestro carácter es el mismo desde que hay civilización, necesitamos mecanismos para resolver de una manera aceptablemente pacífica nuestros problemas.
Bajo este supuesto se abre la posibilidad de que las reglas del juego puedan perfeccionarse a lo largo del tiempo, aunque la sociedad cambia tanto y se hace tan compleja este proceso será permanente y nunca perfecto. En esta dinámica quizás lo mejor que hemos logrado crear son los mecanismos de la democracia liberal, la cual trata de poner controles, pesos y contrapesos a individuos que tienen virtudes y defectos.
Al contrario, prosigue Gray, los regímenes totalitarios surgen cuando se concibe a la política como un instrumento de re-creación de la sociedad. Es decir, cuando se piensa que la acción política puede originar una modificación de la condición humana. El libro se dedica a revisar cómo una y otra vez el pensamiento utópico y la creencia de que la historia tiene un sentido pre-determinado (sea de izquierda o derecha) lleva a escenarios catastróficos.
Un error común del individuo, especialmente si es joven, es creer que se puede cambiar a un régimen con entusiasmo en lugar de conocimiento y estrategia. Sin embargo, ese desconocimiento puede llevar a efectos contrarios a los deseados. Como cualquier otro movimiento juvenil, los diversos grupos que actuaron bajo el membrete de #YoSoy132 ejemplifican estos dos escenarios.
Quien haya leído este espacio a lo largo de los meses sabrá que nunca simpaticé con el movimiento desde los acontecimientos en la Ibero. En “El retorno a la horda”, publicado el 14 de mayo de 2012, hablé sobre cómo un lenguaje agresivo y un conjunto de visiones simplificadas y manipuladas por los calificativos puede llevar a estropear la convivencia.
También a lo largo de esos meses comparé en otros espacios a la movilización de #YoSoy132 con una masa, acorde con los escritos de Elías Canetti: un grupo inmerso en su propia dinámica, códigos y consignas que, para sobrevivir, genera su narrativa y rituales de manera reiterada en un entorno donde hay amigos y enemigos.
Aunque soy creyente de la participación en la política y en la validez de la organización para tales efectos, también reconozco que la acción debe basarse en un conocimiento de la problemática y en una estructura aceptablemente estable para ser eficaz. De lo contrario sobreviene el fracaso o, peor, la manipulación por parte de otros agentes.
Algunos hablan de que #YoSoy132 perdió una oportunidad para cambiar el país. Lo dudo y permítanme explicarlo bajo los supuestos del párrafo anterior.
El movimiento no tuvo ideas de política claras más allá de un marcado anti-peñismo que profesaban la mayoría de las células universitarias. Esa postura los hizo, hayan querido o no, actores políticos y los ponían automáticamente en una posición que no supieron aprovechar y frente a la que algunos optaron por rechazar a los partidos en su conjunto.
¿Se puede hacer política fuera de los partidos? Sí, pero ésta suele hacerse para causas específicas como lo hacen organizaciones civiles. Y la movilización desaparece una vez que el problema se soluciona o la demanda se cumple. Para acceder al poder los institutos políticos seguirán existiendo por el futuro previsible, toda vez que se espera que recojan las diversas posiciones en la sociedad y negocien en el órgano legislativo.
¿Dónde queda el utopismo entonces? O se diluye en tertulias o se manifesta en la calle. Pueden ser movilizaciones pacíficas o no. Pero al fin y al cabo terminan siendo testimoniales.
Cabe reconocer que de este movimiento salieron activistas que aprendieron la lección y han sabido pulir sus demandas y estrategias, como vimos en el debate sobre telecomunicaciones. Pero también hay otros que entraron en las sesiones de comisión para obstaculizar e incluso retar vía Twitter a los diputados para que los enfrentasen a la salida del salón. Y ambos grupos estuvieron dentro de #YoSoy132.
Si el colectivo hubiera “aprovechado la oportunidad” habría comparado su postura con el resultado legislativo, generando así un frente eficaz para el cabildeo. Eso nos lleva al segundo supuesto. Una organización que desea tener éxito requiere de una estructura que asigne responsabilidades, identifique a sus miembros y presente una serie de demandas. Es decir, ciertas condiciones que generen uniformidad y certidumbre frente a sus interlocutores.
Lamentablemente las diversas células universitarias cancelaron esa posibilidad desde su inicio. Con el fin de evitar personalismos, optaron por la máxima descentralización. El resultado: grupos que decían algo que rápidamente era desmentido por otros, en detrimento de la credibilidad de todo el movimiento.
No, #YoSoy132 no dejó pasar oportunidades. Simplemente no supo cómo construirlas.
Como ha pasado con otros movimientos, dentro de algunos años veremos algunos de sus militantes más destacados en todos los partidos políticos. Otros vivirán del prestigio que les dieron esos meses. Algunos más dejarán lo público. Esperemos que la mayoría dejen de creer que la dignidad se defiende a gritos y comiencen a hacerlo de manera asertiva y con un conocimiento de sus demandas y las de los otros.
Y ciertamente hay quienes se construyeron su oportunidad con “Sin Filtro”. Personalmente no veo el programa, pero gústele a quien le guste ya encontraron un público. A partir de ahí dependerán de sus capacidades para seguir. ¿Qué tan importante terminó siendo #YoSoy132 en la vida del país? Quizás no mucho como una organización. Posiblemente impactó más la idea que generó en la ciudadanía.
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