Discurso en la Cámara de Diputados. Parte II

JACOBO ZABLUDOVSKY

Tiene razón Miguel León Portilla y por ello la tarea que esta Cámara habrá de realizar para concretar, para reglamentar la reciente reforma constitucional en materia educativa reviste la mayor relevancia y sería una tarea a la que en primer lugar se hubiera abocado un mexicano legendario y heroico como Eduardo Neri.

Vengo a dar las gracias porque un periodista ha sido premiado. En 1980 el programa de televisión “24 horas” celebró sus primeros 10 años con una fiesta insólita en la Universidad de Salamanca, en España, con la presencia de personalidades como Camilo José Cela, Juan Rulfo, José Luis Martínez, Víctor García de la Concha, Fernando Lázaro Carreter y otras cumbres de la literatura española, reunidas ahí con el propósito de fortalecer un esfuerzo para unir a los hispanoparlantes de todo el mundo en esa patria que es el idioma. Recojo las palabras que pronuncié en la bienvenida a los selectos invitados porque hoy, 33 años después, a la luz de las nuevas herramientas de comunicación, siguen vigentes si partimos de la base de que palabra es poder. El desarrollo de los medios legitima el axioma.

Evoco estos datos personales para señalar la suerte de vivir y crecer en un país abierto, tolerante y protector de los derechos escritos y no escritos de cada ser humano. Aquí accedimos a las mejores escuelas del mundo sin discriminación, ni religiosa, ni política, ni económica y las oportunidades logradas en siglos de luchas fueron también para quienes se integraban a una patria suave donde una familia agobiada por las opresiones, en busca de un porvenir de oportunidades semejantes para todos, para los menos favorecidos por sistemas obsoletos, pudiera vivir con dignidad. Vivió y vive, suerte muy distinta a la de quienes no decidieron a tiempo. A mi padre lo sedujeron las fotos de Zapata y Villa y las noticias de una Revolución preñada de promesas y esperanzas. Los ecos de esa lucha salvaron distancias y estremecieron a muchos jóvenes como él. Quiso venir a México y sus ilusiones no fueron defraudadas. Nos enseñó a amar a este país. Aquí descansa y junto a él mi madre, mis hermanos, mis suegros, en tumbas con lápidas y nombres.

Señores diputados, señoras y señores:

Para concluir mis palabras quisiera darle a este momento un tono de mayor intimidad, hallar en el fondo del corazón algunas ideas de estas últimas noches durante cuya lenta y difícil marcha, a veces en la soledad de la casa silenciosa, he querido comprender el significado profundo de la distinción, sus orígenes; el momento del país, mi vida intensa y larga, la historia de mis padres y el destino de mis generaciones.

Y en este tránsito del mundo informativo, como sucede con los diputados o cualquier otro hombre elegido por el voto, me he sometido a la calificación de los demás. Durante un tiempo cada 24 horas, por cierto.

No puedo olvidar aquí en este juego de malabares de mi vocación y mi destino, las manos trémulas y los pasos vacilantes de Jorge Luis Borges a quien escuché decir en voz murmurante estas líneas en las cuales quisiera retratarme:

“Un hombre que ha aprendido a agradecer las modestas limosnas de los días; el sueño, la rutina, el sabor del agua…”

Si yo pudiera hacer míos esos versos, diría a todos ustedes el tamaño de mi agradecimiento.

Mi rutina ha sido el trabajo, el interminable y a veces fatigante y absurdo trabajo del reportero quien como Sísifo sube todos los días la piedra de la realidad, para verla caer en la mañana siguiente, cuando de nuevo está plana la llanura y altiva la montaña, para subir otra vez y otra más, día con día en el interminable rosario de los hechos que debemos recoger para entregarlos a los demás.

Porque el periodista, por encima de todo, necesita siempre pensar en los demás y por eso casi nunca tiene tiempo para la primera persona, excepto cuando —como lo hago yo ahora— reflexiona sobre sí mismo frente a seres cuya generosidad lo ha colmado.

He llegado a este punto de la vida después de parar en muchas estaciones. He visto la mudanza de los tiempos, el cambio de las costumbres, la decadencia de las sinfonolas y la apabullante mirada de las estrellas.

He sentido amor y dolor en mi trabajo. He visto muertos, he visto recién nacidos. He conocido héroes y tiranos. He visto revoluciones triunfantes y gobiernos de oprobio. He nacido mil veces en cada página del periódico y en cada lanzamiento al espacio y en cada cabina de radio y en muchos estudios de televisión.

No ha sido una vida vana; no al menos en el juicio de ustedes quienes hoy me recuerdan el mérito de mis afanes.

He conocido el mundo y he sentido el olor especioso de casi todos los mares y la nieve azul de algunas montañas y he mordido el jugoso durazno de tantas alegrías con mi compañera de toda la vida, Sarita, y mis hijos Jorge, Abraham y Diana y mis 5 nietos, 5 nietas y el biznieto, a quienes no menciono uno a uno pues podría parecer que estoy pasando lista en la escuela.

Hoy es una buena ocasión para la gratitud. La plena virtud del agradecimiento para ustedes, pero también y por encima de todo, a la vida misma y a ese ser multiforme, anónimo y ubicuo al cual llamaré el público. Los lectores, los radioescuchas, los televidentes. A todos ellos.

A la vida y a sus muchas oportunidades, a sus pruebas y a sus castigos, a su rigor y a su ternura.

Parece mentira, pero en este momento, a mis escasos 85 años de vida y mis 70 en el periodismo veo que aún hay sol en las bardas y que todo cabe en dos simples sílabas: gracias.

Fuente:alianzatex.com

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