SHULAMIT BEIGEL PARA ENLACE JUDÍO
¿A quién nos parecemos?
Todo mundo o casi todo el mundo lo sabe. Los seres humanos nos identificamos con el paisaje y con los demás individuos con quienes convivimos. “Dime con quién andas y te diré quién eres”, ha sido la frase que escuchamos desde que éramos niños.
Tratando de comprobar si esto es verdad, me dediqué durante la semana a hacer una pequeña investigación sobre el tema, y he aquí lo que descubrí.
Los osos y las osas polares son blancos, no porque así nacieron, sino porque blanca es la nieve de las regiones árticas. Los grillos, me enteré, son oscuros de noche porque la noche es negra, y hay flores que de tanto que se posan en ellas las mariposas, acaban pareciéndose a ellas, aunque la verdad es que las flores, al igual que las mujeres, lo hacen con la intención de atraparlas.
Pero el ejemplo más palpable que encontré fue el de las sardinas, que se adaptan perfectamente a la forma y el tamaño de las latas en que las meten…como muchos de nosotros, que nos adaptamos a lo que sea, a lo que nos dan…como decimos en Israel, ze ma yesh..esto es lo que hay.
Fue así que llegue a la conclusión queridos Watsons, de que todos o casi todos los seres vivos terminan (terminamos) adquiriendo cierto parecido con el medio en que habitamos y cohabitamos con otros seres y los objetos que nos rodean, es decir, que nos identificamos con el paisaje y con los demás seres humanos con quienes vivimos.
Conocí hace años en Suiza a un tal Sr. Scwartz, relojero como tantos otros suizos, que se había pasado la mayor parte de su vida en una relojería. Y definitivamente llegó a tener cara de reloj, y sus bigotes parecían manecillas giratorias dando la hora.
Igualmente los jockeys del hipódromo, muchas veces tienen cara de caballo y hay muchos caballos que definitivamente tienen cara de jockeys y hasta tienen el mismo apodo.
Pero en este asunto del mimetismo lo más interesante son las parejas, que después de muchos años de vida conyugal, terminan siendo idénticos el marido y su mujer, o al revés, que es lo mismo, distinguiéndose solamente en que ella es la que grita y pega y que él ha dejado de hacerlo.
En México hace un tiempo conocí a una señora llamada Rosita, una solterona que tenía un loro. Además de llegar a parecerse físicamente a ese loro o perico que pienso que son lo mismo, había adquirido Rosita las costumbres de su animal. Se la pasaba comiendo galletas y había adquirido cierta tonalidad verdosa en su piel. Y la voz del loro o perico de Rosita se había vuelto insípida y siempre andaba de mal humor, molestándose por cualquier cosa.
Y ni qué hablar de los perros y sus amos. Moisés L. sacaba a Blacky todas las tardes a dar una vuelta. Yo veía a ambos desde mi ventana. Moisés se detenía a cada rato ante un árbol o poste de luz, y Blacky movía la cola al pasar frente a una cantina.
Ustedes creerán que esto no es cierto, pero quien haya visitado cualquier zoológico del mundo, seguramente habrá advertido que los monos, los osos, los leopardos, los pelícanos, los búfalos, las serpientes etc. tienen un extraordinario parecido con sus guardianes y los guardianes lo tienen con los animales. Los cuidadores de monos por ejemplo, siempre están haciendo bromas, y los que cuidan a los leones casi siempre andan bravos.
En el caso de los seres humanos la cosa es bastante seria, pues no es solo el paisaje el que influye en nosotros, es decir, si vivimos en el desierto, en una ciudad o cerca del mar, sino también y básicamente influyen en nosotros las personas con las que vivimos y trabajamos. Es decir, las que nos rodean casi a diario.
Se han hecho muchas investigaciones al respecto, descubriéndose por ejemplo que en ciertas ciudades hoy en día, una gran cantidad de jóvenes tienen cara de celular, hablan como hablaría un celular, o piensan como una computadora.
¿Qué piensan ustedes cuando ven una pareja de enamorados bizcos? Seguramente uno de ellos no lo era, pero terminó siéndolo de tanto mirar a su pareja. Lo mismo ocurre con los tartamudos, después de un rato de escucharlos empieza uno a tarrrtaaamudeeear también.
Casi todas las sirvientas de una casa tienen un indudable parecido con sus patronas, por lo cual muchas veces los esposos de estas patronas, por no decir patronos, las confunden y se equivocan de recámara por las noches.
En los bancos u otras oficinas, los empelados remedan o imitan a sus jefes, y los que son más barberos o serviles, adquieren una semejanza increíble con sus jefes. Hablan como ellos, gritan como ellos…son arrogantes como ellos. Sobre todo cuando “ellos” no los ven.
Aunque todo esto suene muy chistoso, el mimetismo humano tiene sus peligros y sinsabores. Recordemos a Hitler y sus seguidores, parecían una misma persona. O al camarada Mao, por solo citar a estos dos ya que la lista es muy larga.
Por este fenómeno de adquirir semejanzas al cabo de un periodo prolongado de convivencia, hay personas ingenuas que se arriman, por no decir se pegan, a los millonarios. Desean ser invitados a sus casas etc., se convierten en su sombra, creyéndose que así conseguirán que se les pegue algún milloncito, aunque sea por herencia. ¡Qué esperanzas!…Lo único que adquieren son los gustos de los millonarios, los cuales, como todos sabemos, son bastante caros.
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