SUSY ANDERMAN
“… Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras.”
Ernesto Sabato
“El infierno ha sucedido. Y el hombre ha sido su artífice. Nietzsche proclamó la muerte de D-os. Con el último judío aniquilado en las cámaras de gas murió definitivamente el Hombre. El horror no debe ser olvidado. Quién se disponga a pensar el Bien ha de hacerlo ahora desde los Lager alemanes y los gulag soviéticos. Y habrá de hacerlo sin fruncir el ceño, sin intentar siquiera eludir con un gesto tibio de la mano el hedor que allí eternamente se desprende. De no ser así, que la maldición de Primo Levi se cumpla: que vuestra casa se derrumbe, la enfermedad os imposibilite, vuestros descendientes os vuelvan el rostro. Hannah Arendt encabeza un capítulo de su obra sobre los totalitarismos con una frase de Davis Rousset: «los hombres normales no saben que todo es posible». La consigna debe ser ahora no ser un hombre normal. Nadie debería ser ya un hombre normal. Lo que Dante tan sólo imaginó en la leve ficción, nosotros estamos obligados a recordarlo ahora como grave realidad, a modo de penitencia obsesiva propia de sísifos despeñando eternamente la piedra: «sé que es posible, el infierno ha sucedido, puede volver a suceder…» Grabémoslo en brazos y piernas, en la espalda y en las manos. Grabémoslo en la frente de todos los recién nacidos. Grabémoslo en el pecho con un hierro candente hasta que llegue al corazón: «es posible, ha sucedido, puede suceder…» Y junto a las insistentes palabras, a modo de imborrable amén, el nuevo mandato de la razón impura, el nuevo imperativo categórico que, como proclama Teodhor Adorno, deberá guiar nuestra conducta: «actúa de tal manera que Auschwitz no se vuelva a repetir».1
Continuar con el tema del Holocausto, no es sólo un deseo inconsciente que da como resultado el estado mental de ser prisioneros de la historia, los judíos probablemente hemos permanecido detrás de las barras de una prisión, como lo manifiesta gráficamente la obra de Luis Filcer que ilustra este artículo. En los campos de exterminio no existieron los barrotes, se colocaban las púas al final de una barrera de “monstruos o locos”, sin embargo, ni eran monstruos ni estaban locos, y esto nos viene a determinar que no debemos finiquitar la reflexión ante el peligro de futuros acontecimientos similares, aunque la historia no condena a un futuro preciso, pero sí tiende a ciclos espiralados. (Sorokin, 1945).
Además como explica Hannah Arendt, el diálogo interior fortalece nuestra conciencia y, en algún sentido, dificulta el olvido. O a la inversa, precisamente porque dificulta el olvido de aquello que vemos y hacemos fortalece nuestra conciencia y nos avoca al diálogo con ella.2
Más allá de la conciencia, es prudente traer las características que se dieron en el hecho histórico, qué tan similares pueden ser en nuestros días. Justamente lo que decía Ernesto Sabato, “al ser humano se le están cerrando los sentidos”, lo que nos impida observar algunos factores que por el transcurrir de lo cotidiano, dé factibilidad de otra circunstancia similar o sea, disponibilidad de los recursos necesarios.
“No es nada nueva la atracción que para la mentalidad del populacho supone el mal y el delito. Ha sido siempre cierto que el populacho acogerá satisfecho los “hechos de violencia con la siguiente observación admirativa: serán malos, pero son muy hábiles”.3
¿Mencionar a Heidegger?, a quien la joven estudiante Arendt, decía: “Enséñeme a Kant… tu piel descubierta”4 , el filósofo de los nazis, quien nunca reconoció sus errores ni se distanció de sus simpatías por los nazis. Su teoría sobre el ser inauténtico, el que se entrega al mundo del ‘se dice…’, el decir de los demás, determinado desde afuera en un modo de pasividad, inmerso en el mundo de lo anónimo, no es él, es uno más para no pensar por sí mismo y consagra su vida a la negación. El otro como responsable de todo. Las habladurías construyen el mundo, como dijo Michel Focault “los sujetos son sujetados”.
Arendt explica que los movimientos totalitarios pretenden lograr organizar a las masas, no a las clases, la pura fuerza del número indiferente a los asuntos públicos, la neutralidad, no son en sí mismas, causa suficiente para el auge de los movimientos totalitarios. “En esta atmósfera de ruptura de la sociedad de clases, se desarrolló la psicología del hombre masa-europeo”5 , algo así como Heidegger define su ‘Das man’ en su existencia banal, que vive sin profundizar a diferencia del que escoge sus posibilidades reales. Es entonces cuando una ideología al ser un sistema de valores, creencias, representaciones, hace daño y nubla a quienes son capaces de realizar atrocidades con mínimos o nulos remordimientos. Masas de individuos atomizados, sumado a un Hitler no sólo como fenómeno aislado que viene acompañado de las raíces de la historia, como consecuencia de la Alemania castigada por los Tratados de Versalles. Todo esto conjuntado a tres grupos que perdieron la capacidad de juicio y que distingue Arendt: los nihilistas, los dogmáticos y los ciudadanos normales. Los nihilistas para quienes no existen valores definitivos y sólo se mueven bajo sus propios intereses, los dogmáticos que asumen con rigidez una idea para darle sentido a su vida y a su comportamiento, y el de los ciudadanos normales, quienes asumen costumbres al ser irreflexivos por “el terror inevitable de la guerra psicológica en una población completamente sometida o debido a los factores subjetivos como la existencia de las leyes de un país, vaciando su contenido utilitario, de los intereses de una clase o nación. La calificación principal de un líder de masas ha llegado a ser una interminable infalibilidad; jamás puede reconocer un error”.6
“Quien en una oposición de opiniones, afirma que posee la verdad, expresa su pretensión de dominación”. (Arendt).
Arendt determina como características principales de las masas modernas, que no creen en nada visible, ni en la realidad de su propia experiencia; no confían en sus ojos ni en sus oídos, sino sólo en sus imaginaciones, que pueden ser atraídas por todo lo que es al mismo tiempo universal y consecuente en sí mismo.7
El hombre no es culpable de nada, y así, puede volver a suceder, porque el mundo en la actualidad, en cualquier lugar del mundo, posee tales características. También los medios de comunicación y las redes sociales trascienden como explicaba Marcuse, “reproducen y socializan en los valores el sistema dominante y amenazan con eliminar el pensamiento y la crítica. Los efectos de esta orientación mediática crean un escenario cultural cerrado, unidimensional, que propicia una especie de pensamiento único y determina la conducta del individuo en la sociedad. Los medios crean una estructura de dominación, bajo la apariencia de una conciencia feliz que inhibe la posibilidad de cambio hacia la liberación. Los medios de comunicación, a través de un lenguaje informal, no dan explicaciones ni ofrecen conceptos, sino que aportan imágenes. Descontextualizan, niega la referencia histórica. Lejos de moverse entre la verdad o la mentira, se limitan a imponer un modelo”.8
Esos modelos absorbidos por las masas, se sitúan como grandes generadores de pensamientos e ideas, que en un descontrol dentro de una circunstancia determinada, puede provocar otro espectáculo, al decir de la muerte para otros.
Los ejemplos son muchos, los países de dictadura y totalitarismos aún siguen cavando extensivas posibilidades en todos los continentes. Heidegger le había dicho a Marcuse: “Auschwitz en 1933 no era visible”, y él le contesta: “para usted sí era visible”. Resultó ser, que el Dasein (ser-aquí) de Heidegger, el ser auténtico, se hizo consciente de su finitud, de su posibilidad de muerte, en Auschwitz.
Para todos debe ser visible el peligro que implica permanecer estático ante cualquier acontecimiento que pueda llegar a imitar la historia del Holocausto. En Adiós a la verdad, el autor Gianni Vattimo, habla de cuestionar la verdad en el consenso social, el llamado a pensar formas de vida en un ejercicio colectivo. “El consenso sobre la elección individual es ante todo un problema de interpretación de la construcción colectiva de los paradigmas compartidos, o por lo menos su reconocimiento explícito. Es allí donde se sitúa el desafío de la verdad en el mundo del pluralismo postmoderno. La verdad ya no está ligada al “cumplir”, sino que está basada en el consenso y el respeto de la libertad de cada uno y la de las diferentes comunidades que conviven, sin confusión, en una sociedad libre.”9
Arendt finaliza su libro diciendo: “Pero también permanece la verdad de que cada final en la Historia contiene necesariamente un nuevo comienzo: este comienzo es la promesa, el único mensaje que le es dado producir al final. El comienzo, antes de convertirse en un acontecimiento histórico, es la suprema capacidad del hombre. Este comienzo es garantizado por cada nuevo nacimiento; este comienzo es, desde luego, cada hombre.10
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1 Textos tomados del documental Hannah Arendt y la banalidad del mal. Guión y dirección de Jesús Palomar Vozmediano.
España, 2006.
2 Ibídem.
3 Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo. Alianza Universidad. Madrid, 1987. Pág. 484.
4 Beatriz Rivas. La hora sin diosas. Editorial Alfaguara. México, 2003. Pág. 219.
5 Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo. Alianza Universidad. Madrid, 1987. Pág. 495
6 Ibídem, pag. 537.
7 Ibídem, pág. 541
8 https://portal.educ.ar/debates/protagonistas/ciencias-sociales/el-hombre-unidimensional-marcuse-a-25-anos-de-su-
muerte.php
9 Gianni Vatimmo. Adiós a la verdad. Editorial Gedisa. 2011. https://www.lecturalia.com/libro/60572/adios-a-la-verdad
10 Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo. Alianza Universidad. Madrid, 1987. Pág. 707.
Fuente: CDI
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