ALFONSO M. BECKER PARA ENLACE JUDÍO
Le puso a su hijo un nombre judío porque le reveló a su esposa que era descendiente de judíos españoles ya separados, desde hacía mucho tiempo, de su comunidad. Le habló de la república española y de los turbulentos años de la Guerra Civil, del hambre, de la miseria y de aquella infortunada familia a la que pertenecía que, por arte del macabro juego matemático del azar y la probabilidad, amanecieron un día, a uno y otro lado de un enfrentamiento armado que dejaría sobre el suelo de la vieja Sefarad la sangre de muchos judíos invisibles; españoles que el viento de la guerra esparció por un maquiavélico tablero de ajedrez que las grandes potencias de la época habían diseñado para probar una maquinaria de exterminio.
Le explicó a su mujer que en todas las culturas y costumbres del planeta, cada persona tiene un nombre que los dioses le dan y que nadie conoce. Le aseguró que los padres intuyen ese nombre cuando la criatura crece en la panza de su madre y que para no cometer un error imperdonable le esperan a que salga para poder situarlo en la naturaleza de las cosas y de los seres de este mundo.
Fue entonces cuando padre y madre se sirvieron de la Torá para buscar en su inmenso y maravilloso paisaje las tribulaciones de sus antepasados y la historia que el futuro podía y debía ofrecer a su hijo.
Elías vivió su juventud humildemente con sus padres, en Ceuta, vendiendo todo tipo de cacharros de hogar y una gran variedad de productos de marroquinería, pero fue a finales de los noventa cuando hizo una pequeña fortuna con su propia tienda, a la que él mismo puso el nombre porque cada empresa requiere de un nombre que el hombre le da para que describa su sueño, sus capacidades y la naturaleza de su aventura. Negocio que le puso su padre porque descubrió en él a un muchacho atrevido y con mucho desparpajo para hablar cuatro idiomas, relacionarse con sus clientes y dominar por completo a sus proveedores, tanto es así que lo nombró comprador y eso le permitió viajar y conocer todo Marruecos. Con apenas dieciocho años, Elías, se hizo de una serie de contactos que le permitieron comprar a los norteamericanos ropa militar de segunda mano, radios, equipos de música, gafas de sol Ray Ban, prismáticos e instrumentos musicales de todo tipo y cabe destacar que se hizo un virtuoso de la guitarra eléctrica, tanto es así que en la base militar estadounidense de Tan Tan era conocido como el Jimmy Hendrix español.
Así que cuando reunió el dinero que tenía en mente, Elías le habló a su padre de irse a conocer el mundo porque el oficio que había soñado era contar historias que sólo podría relatar algún día a sus hijos y para ello tenía que elegir un camino bajo las estrellas que le llevara primero a Jerusalem y después a la distancia y al olvido, porque se había convertido en un hombre y tenía otro nombre que ya lo había situado en el universo de los que dejan a su padre y a su madre para buscar su destino.
A su padre, el viejo vendedor de cacharros y alfombras, se le escaparon lágrimas que bajaban por su rostro como el agua de los montes y se le nubló la vista, y el sol desapareció de su pecho porque en su corazón se concentraron todas las borrascas y los truenos de la vida. Efectivamente, vio en su hijo a otro hombre que ya no tenía el mismo nombre y que seguramente se iría agrandando con el tiempo, con los encuentros, con el conocimiento, con el miedo, con el dolor, con la lucha y hasta con los momentos de paz que su hijo encontrara para recopilar los relatos de su odisea personal, porque el nombre que Dios le dio y que sus padres escribieron, se alargaría hasta conformar por sí mismo el relato de sus existencia y esa historia la compartiría a su futura esposa y la heredarían sus hijos, que serían sus nietos y contemplando tanta hermosura de futuro, sabría que mereció la pena esperar a Ēliyahū para comprenderlo todo…
Acarició la cara de su único hijo, el único bien que tenía en este mundo, su única fortuna, el único trozo de eternidad al que aspiraba y lo vio alejarse desde la tienda hasta confundirlo con los turistas que formaban cola para tomar el barco. Y allí se quedó solo, por mucho tiempo, aquel pobre viudo que nunca tuvo ánimo para buscar otra esposa porque ya no veía mujeres sino seres difuminados de un extraño mundo al que ya no quería pertenecer.
Elías, con otro nombre que no conocía su padre, se fue a Jerusalem y conformó una compleja familia que no tenía ni padres ni madres y eran tantos los nombres que tenían cada uno de ellos que no había registro en este mundo que pudiera contenerlos. Aprendió todo lo que había que aprender para recorrer un camino tortuoso y lleno de peligros y llegó el día en que tuvo que dejar la patria de sus antepasados para reclamar la luna de Jerusalem en parajes remotos.
Elías tuvo un nombre para recorrer las ciudades de Europa, otro para recorrer con su canoa las aguas del Nilo y docenas de nombres más para adentrarse en las montañas de Irán viviendo como un persa, para buscar en la selva de Colombia a un individuo cubano que cambiaba armas por cocaína; para ajustarle cuentas a un terrorista en el Líbano, para salvar a una mujer del Mossad que había sido descubierta y estaba acorralada en Jordania, para llevar claves de comunicaciones a una tiendecita en El Cairo, para descansar unos días en una base estadounidense de Qatar y esperar órdenes, para contactar en Pakistán con agentes americanos y hasta utilizó el nombre de un famoso torero español para capturar en México a un jefe del cártel de Sinaloa que se relacionaba con gente de Hezbollah.
Lo último que se supo de Elías es que estaba dirigiendo a un selecto grupo de opositores al gobierno del dictador Bashar Al-Assad. Los estaba adiestrando para que supieran derribar aviones y helicópteros con armas portátiles antiaéreas que un agente de la inteligencia española había logrado llevar hasta las afueras de Damasco.
Pasaron seis meses sin establecer contacto con Elías. Su piso franco en el Líbano era la trastienda de una pizzería donde asesinaron a diez agentes de la C.I.A y su segunda opción era llegar hasta los Altos del Golán por un único camino que controlaban los terroristas de Hezbollah. Si se pudiera describir el infierno no sería exagerado decir que era el último territorio en que vivió Elías porque el Jeep en el que iban a recogerlo dos rebeldes fue interceptado por el ejército gubernamental y asesinados sus dos amigos sirios. Dicen algunos que Elías fue capturado y ametrallado por gente de Hezbollah cuando con una cámara fotográfica colgada del pecho, puso sus manos en alto y le dio por decir que era un periodista árabe español pero otros prisioneros confesaron que era un instructor militar experto en cohetes…
Los amigos cercanos, comerciantes de Ceuta, encontraron a su padre moribundo en el suelo de su tienda que hacía días que estaba cerrada. En su agonía pidió en hebreo que dejasen la puerta abierta porque estaba esperando a Eliyahu y cuando lo sacaron a la calle para meterlo en la ambulancia, intentó incorporarse en la camilla y miró al cielo, dio el último suspiro de su vida y vio a su hijo subir al cielo en un torbellino de fuego.
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