VÍCTOR GARCÍA
“La sensación de que vas casi al límite es fascinante” o “no sé conducir de otra forma que no sea arriesgada” son dos frases célebres de Ayrton Senna que ayudan a comprender la excitación y adrenalina de la que un piloto de carreras debe desprenderse para sentirse realizado. Es una profesión donde asumir ciertos riesgos forma parte de una jornada. Dentro de este desafío al miedo, pocos pilotos a lo largo de la historia han ido tan lejos como William Grover-Williams, primer ganador del GP de Mónaco, quien al estallar la II Guerra Mundial decidió formar parte de un servicio secreto británico para luchar contra los nazis en terreno francés. Agallas, inteligencia, frialdad, precisión, minuciosidad… características que William Grover-Williams desarrolló siendo piloto y puso en práctica tanto en la pista como en su labor de ‘espía’ con los Aliados.
William Grover-Williams (16 de enero de 1903, Montrouge, París) ni corrió ni conoció la Fórmula 1. Se presentó el domingo 14 de abril por la mañana en el circuito urbano de Mónaco para realizar unas vueltas de cara a conocer el novedoso trazado –llegó tarde a los entrenamientos del sábado- y, de entre los 16 coches participantes, logró partir desde la quinta posición. Dio las 100 vueltas al circuito en 3 horas 56 minutos y 11 segundos, cruzando primero la línea de meta y embolsándose 100.000 francos (unos 15.200 euros). Como había hecho en carreras anteriores, disputó el ‘Gran Prix Automobile de Monaco’ bajo el pseudónimo de W. Williams porque con 26 años no quería asustar a su madre con estas aventuras al volante. Era una profesión de riesgo y si ahora son los propios padres quienes empujan a sus hijos hacia a un monoplaza, antiguamente no estaba tan bien considerado.
Este trofeo fue su segundo gran logro tras el GP de Francia del año anterior en Saint-Gaudens. Después de la victoria monegasca llegaría otro GP de Francia (ese mismo 1929), un GP de Bélgica en Spa-Francorchamps (1931) y tres GP de La Baule (1931, 1932 y 1933). Todas sus victorias fueron a bordo de un Bugatti, logrando sus triunfos bajo la tutela oficial del equipo italiano y siendo amigo del propio Ettore Bugatti. Al principio, entre 1926 y 1928, competía con uno de segunda mano. Transportado a nuestros días, se puede comparar al ascenso de un piloto dentro de la F1, pasando por diferentes escalafones, estatus y equipos.
Si te gusta conducir, hazte chófer
De padre inglés y madre francesa (bilingüe), su pasión por el peligro a los mandos de un vehículo comenzó cuando, tras vivir unos años con unos parientes en Hertfordshire (justo al norte de Londres) se mudó a Mónaco tras estallar la I Guerra Mundial. Allí, el novio de su hermana le enseña a conducir y su pasión le lleva a trabajar como chófer. Al término del conflicto bélico, esta actividad la continúa desarrollando en París, teniendo como cliente al pintor irlandés Sir William Orpen, quien mantenía una relación con Yvonne Aubicq… a la postre la mujer de Grover-Williams. El atractivo de un piloto de carreras conserva su vigencia.
De esa unión no sólo salió el amor de su vida, también logró una gran casa en París y el Rolls-Royce, herencia de Yvonne tras su separación del pintor. Además de estas propiedades, Willy empezaría a ganar dinero con victorias en rallyes (participó en el Rally de Monte Carlo), carreras de motos y coches.
“Es Williams, no podemos parar a Williams”
En 1936 pone fin a su etapa automovilística y tras numerosas carreras y seis grandes victorias reúne el suficiente dinero como para, por ejemplo, comprar una villa en la ‘glamurosa’ ribera de La Baule (cerca de Nantes). En esa época ‘W Williams’ se muda con su esposa Yvonne a las cercanías de Mónaco, donde ambos tienen como pasatiempo conducir a gran velocidad por las carreteras de la Costa Azul en dos Hispano-Suiza, yendo siempre primero el de William. En una de estas, la Policía intercepta a Yvonne y esta pregunta al guardia por qué no han dado el alto al otro coche que había pasado antes: “Es Williams, no podemos parar a Williams”, indicó el agente según relató tiempo después su sobrina. Fue el primer piloto famoso del Principado y hace 80 años se hacía la vista gorda.
Eran otros tiempos sin tanta prensa, fotógrafos indiscretos, sin móviles ni sus cámaras. Willy, desde su época de piloto, prácticamente hacía lo que quería sin tener que velar por una imagen mediática. Él era un jugador insaciable de tenis, golf y con su esposa ‘competía’ por carreteras y bailaban hasta altas horas en los clubes de Mónaco. Pese a vivir rodeado de ‘glamour’, no eran una pareja que desprendiese ese olor de apariencias y mantener composturas en público.
“Algunos dicen que era un deportista rico porque conducía un magnífico coche de ciudad. Otros pensaban que era un hombre que alquilaba su coche y sus servicios como chófer de clientes ricos. Nadie lo sabía a ciencia cierta”, dijo el piloto y rival René Dreyfus sobre Willy. Era famoso, respetado y completamente desconocido que a la conclusión de su carrera como piloto enseñaba a los clientes de Bugatti cómo manejar sus poderosas y nuevas máquinas.
Vladimir: la adrenalina y el riesgo llamaron a su puerta
Buena vida, tranquilidad, ocio… Pero ¿y esa descarga de adrenalina, la emoción, el riesgo, el desafío al miedo? Quizás un tanto cansado de su distendida actividad buscó un nuevo y peligroso reto cuando estalló la II Guerra Mundial: Inglaterra le llamó en 1939 para alistarse en el ejército y él, a pesar de ser francés, aceptó. Comenzó siendo conductor para un general británico y, debido a su perfil y a que hablaba un perfecto francés, realizó las pruebas para ser parte del servicio secreto SOE (Special Operations Executive). Tras un intenso entrenamiento y con 36 años, en 1942 pasó a conocérsele como Vladimir y fue arrojado en paracaídas en las cercanías de París para intentar establecer una red de operaciones en la Resistencia Francesa, crear células de sabotaje y un ‘comité de bienvenida’ para los paracaidistas recién llegados.
A las primeras personas que llamó para unirse a él fue a su mujer y a su amigo y rival en la pista Robert Benoist (entre otros, ganador en 1927 de los grandes premios de Francis, España, Italia y Gran Bretaña). Posteriormente llegaría el también piloto Jean-Pierre Wimille (hasta entonces y entre otros, ganador del GP de Francia en 1936 y de las 24 Horas de Le Mans junto con Benoist en 1937). Después de unos cuantos exitosos actos de sabotaje, especialmente uno en la factoría de Citroën, el hermano de Benoist les traiciona siendo capturados. Precisamente Benoist pudo huir saltando de un coche en marcha con cuatro hombres de la Gestapo. Tras ocultarse en un piso pudo volver a Gran Bretaña, aunque luego volvería a Francia para otra misión y sería capturado y ejecutado en el campo de concentración de Buchenwald en 1944.
Willy corrió la misma suerte que Benoist, que desde su captura fue llevado al campo de concentración de Sachsenhausen, al norte de Berlín, y allí fue ejecutado el 18 de marzo de 1945, cuando los Aliados estaban cerca de liberar a los prisioneros. Aquí se debe de hacer un inciso porque algunos historiadores han especulado con la posibilidad de que William hubiera sobrevivido, cambiándose de nombre por el de Georges Tambal (que fue el hombre que acompañó por el resto de sus días a Yvonne). Este misterio que rodea al ya de por sí enigmático personaje no quita que -debido a su hipotética nueva identidad- la figura de ‘W Williams el piloto’ no saliera de Sachsenhausen.
Campeón de la Copa de los Prisioneros
De estos intrépidos pilotos, y héroes de guerra, sólo sobrevivió Wimille. Este parisino, poco después de finalizar la Guerra, ganó la Copa de los Prisioneros, posteriormente llegaría el GP de las Naciones, el de Suiza, Bélgica, Francia, Italia… falleciendo en 1949 en los entrenamientos del GP de Buenos Aires. Murió haciendo lo que más le gustaba.
Willy y sus rivales en la pista dejaron de arriesgar su vida en competición para hacerlo en una misión común. Apartaron el egocentrismo característico de un piloto para trabajar en equipo y jugarse la vida por los demás, sin ningún beneficio propio. Sin duda, un honor para el Automobile Club de Monaco haber tenido un primer ganador de su GP de Mónaco de tanta casta y garra. Un motivo más para levantarle una estatua montado en su Bugatti.
William Grover-Williams -o ‘W Williams’-, nunca se hubiera imaginado cuando decidió ‘alistarse’ al inédito GP de Mónaco que sería el primer nombre de una larga lista de campeones en una de las competiciones más respetadas de todo el automovilismo y la primera en establecer el orden de salida según los tiempos en los entrenamientos oficiales. Historias como las de Willy provocan que esta carrera sea tan imprescindible para la Fórmula 1 que sea la única que no pague canon a Bernie Ecclestone. Este fin de semana se celebra ya su edición número 71.
Fuente:elconfidencial.com
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