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jueves 21 de noviembre de 2024

10º Festival Internacional de Cine Judío en México

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NEDDA G. DE ANHALT

Si alguna característica podría destacarse de ciertas películas exhibidas en este 10° Aniversario del denominado “Cine Judío”, es que estas cintas giran en torno de la existencia problemática israelí, como sucede en Islas Perdidas (Aim Abudim, Israel, 2008,100’) de Reshe Levi, que abrió este festival (2013). El filme Anita (Argentina, 2009,100’), de Marcos Carnevale, recuerda el ataque terrorista sufrido por la Asociación Mutual Israelita Argentina en 1994 en el que murieron 86 seres humanos.

Pero atención, en ambos filmes estos ataques y otros más, que los judíos han tenido que librar por su sobrevivencia, se tratan de manera tangencial y sucinta para relatar, en el primero, las vidas de unos gemelos y los conflictos familiares que desatan sus decisiones; en el segundo, la odisea de una niña discapacitada para lograr reunirse con su familia.

El tema de la identidad sexual se maneja en el melodrama Liberándose bajo la lluvia (Namés Ba’gueshemm, Israel, 2012, 86’), de Doron Eran, cuando un hijo decide cuidar a su padre moribundo bajo sus propios términos. Filme estructurado con los requisitos de una tragedia que no llega a serlo. Asimismo, acontece con Rezo para un amigo (Kaddish für einen Freund, Alemania, 2012, 94’), de Leo Kashin, película predecible donde la rivalidad generacional entre árabes y judíos logra resolverse por la gracia de la religión. Es sólo un rezo que con especial deferencia y cariño uno ofrece al otro; este gesto o mitzvá (deber o precepto religioso) va a producir un cambio profundo, una verdadera metamorfosis en la personalidad del que otorga el rezo.

Obviamente, una nación tan pequeña como Israel quiere dar a conocer a sus cineastas. Mas aquí valdría la pena subrayar la manga ancha del llamado “Cine Judío”. No es exclusivo del que se gesta en el Estado de Israel, ni tampoco de aquel en el que sus directores a fuerza tengan que ser de la religión hebrea, sino que puede provenir de cualquier país siempre y cuando abarque temas del judaísmo, incluso si los cineastas profesan otras religiones.

De modo que en este Festival hubo un tutti frutti con una película canadiense, otra, polaca, la tercera, alemana, y de más países. Obviamente, para festejar el triunfo de este cine judío se sacaron del closet del olvido “vejeces” de hace más de 25 años que fueron cintas triunfadoras –o siguen siéndolo–, como acontece con la ganadora del León de Oro en la Bienal de Venecia 1987 Adiós, Muchachos (Au Revoir, les Enfants, Francia, 1987, 104’), de Louis Malle, que permanecerá por siempre impecable. Otras joyas multipremiadas del pasado fueron exhibidas: El Cantante de Jazz (The Jazz Singer, EUA, 1927, 88’) de Alan Crosland; Éxodo (Exodus, EUA, 1960, 208’) de Otto Preminger; Los Elegidos (The Chosen, EUA, 1981, 108’) de Jeremy Kagan; Carros de Fuego (Chariots of fire, Reino Unido, 1981, 124’) de Hugh Hudson.

En el renglón correspondiente a los cortometrajes, si bien escasos en esta muestra, destacaron dos: La Sustituta (Ha’majlifá, Israel, 2005, 19’) de Talya Lavie –ganadora de varios premios– que interpreta la excelente Dana Igvy. La cronista hace una digresión pertinente sobre esta actriz israelí en el largometraje Or (Mi Tesoro, Israel, 2004, 100’), de Keren Yedaya, película ganadora dos años antes del Premio Cámara de Oro del Festival de Cannes, en donde Dana Igvy trata de persuadir a su madre, una prostituta, de que abandone su profesión. Mi Tesoro no es agradable, en el sentido de que no forma parte de la narrativa de las buenas acciones del pueblo elegido. Del mismo modo, en La Sustituta, Igvy actúa a la perfección el retrato de una “yoyera”: primero yo, después yo y siempre yo. Tan preocupada de su persona está, que es incapaz de ver a la moribunda que tiene frente a sí. Este cortometraje nos ha ofrecido la radiografía de cierta juventud israelí, apática, cínica y corrupta. El otro corto, Arthur Szyk: Soldado del Arte (Soldier in Art, EUA, 2006,14’), de James Ruxin, es excepcional, pues nos da a conocer la obra de un artista polaco que, mediante el desparpajo de sus caricaturas, se burló de Adolf Hitler y del nazismo.

En esta muestra destacó El Dr. Kasztner (héroe o traidor) (Killing Kasztner, Israel, 2008, 120’) de Gaylen Roos, cinta realmente notable, pues estamos ante una historia donde el protagonista, el Dr. Renszo Kasztner, salva la vida de 1685 judíos húngaros, pero, al hacerlo, pacta con el mismísimo diablo desdoblado tanto en un Eichman como en un Becker. ¿Hizo bien o hizo mal?, nos plantea la directora Roos en este thriller que cada vez se va complicando más. El filme puede verse en dos partes. En la primera, hay una búsqueda sobre el protagonista (Kasztner) cargada de ansiedad. Pero en la segunda mitad, cuando creemos conocer todo sobre este personaje, aprenderemos que su asesinato no ha sido tan simple como parece. La unidad del filme se diversifica: serán el asesino y la hija del asesinado los que pasen a primer plano. Realidad, ficción, verdad, mentiras e incógnitas se imbrican con crisis de corazón y honor en un pasado que es un presente, porque los personajes desatan un torbellino de interrogantes y reflexiones.

Dr. Kasztner es un ser “incómodo” pues nos coloca ante esta disyuntiva: o los judíos somos pragmáticos y hacemos caso omiso de nuestros valores auténticos o elegimos vivir de acuerdo con nuestros principios. Este extraordinario filme, bajo el ropaje de un documental, nos plantea, entre muchas, estas interrogantes: ¿cuántos doctores Kasztner irán saliendo con el tiempo?, ¿qué hacer con ellos?

Albert Camus, Premio Nobel de Literatura (1957), nos recordó en uno de sus libros: “el que salva a un ser humano, salva a la humanidad”. Cierto. El documental Uniendo Fuerzas por Guilad (Tzbá ha’shajrur shel Gilad, Israel, 2011, 64’) de Ofra Gat Yellin lo comprueba. Lástima que un caso emblemático como lo fue la captura del soldado israelí Gilad Shalit en 2006, llevado a cabo por el grupo terrorista Hamas, y que mantuvo en vilo la opinión de los judíos en el mundo, se haya logrado a través de un documental fuera de su contexto histórico, y que adolece de secuencias repetitivas. No obstante, estos jóvenes merecen nuestra admiración pues, durante más de mil y pico de noches y sus días, gritaron durante años al gobierno israelí exigiendo la liberación de Gilad Shalit. Una vez más emerge el antiguo conflicto entre pragmatismo o fidelidad a tus principios. Entonces, ¿significa que los judíos estamos condenados a dormir siempre con nuestros enemigos? ¿Entrar en complicidad con nazis y terroristas para salvar una vida? Camus, posiblemente, hubiera dado una respuesta afirmativa. Ahora bien, si preguntásemos a los padres de otros prisioneros judíos que murieron antes que Gilad Shalid porque no contaron con esos maravillosos jóvenes, ¿cuál creen ustedes que hubieran sido sus respuestas?

Estas cintas del cine judío nos enfrentan a un tipo de humanismo llevado hasta el límite de casos extremos. La cronista no podrá olvidar del filme Cartas de Amor (Steal a Pencil for Me, Alemania, 2007, 94’), de Michѐle Ohayon, las confesiones de un testigo –y en el programa escriben “campo de concentración”, lo cual es un eufemismo, pues debe decirse “campo de exterminio”–. Entonces, en ese campo de exterminio nazi un testigo confiesa que su joven amante, después de una grave enfermedad, necesitó algún alimento para sobrevivir. ¿Quién proveyó los mendrugos de pan para salvarla? La propia esposa del testigo. Sin embargo, cuando la hermana del testigo en cuestión necesitó también su dotación de mendrugos de pan para sobrevivir, el hermano no se las dio porque: “total, ya se va a morir”. Y una vez más, cuando su mejor amigo pidió a ese mismo testigo algún alimento que tuviera guardado, él admite que le dijo “no”. Curiosamente, la esposa, la amante, el amigo y el testigo, todos sobrevivieron. Durante años dejaron de hablarse porque el amigo no olvidó la negativa, hasta un día en que ambos se vieron, lloraron y el amigo lo perdonó. Sí, estamos ante la última gota de dolor que caía rápidamente en la conciencia de uno para lavar toda la culpa del otro.

No faltó la comedia en este festival con la sátira audaz de Jacob Tierney en Trotsky el Revoltoso (The Trotsky, Canadá, 2009,120’), crítica en contra del stalinismo. Mas a la cronista lo que más le impresionó de este filme canadiense fue ver, en un cameo rol, a Geneviève Bujold –uno de los rostros bellos del cine que en su época obtuvo un Globo de Oro por su papel de Ana Bolena– convertida en una mujer fea y envejecida. Es triste, pero probablemente ella sea la excepción que confirma esta regla: “el que tuvo, retuvo”.

La pequeña Rosa (Rózyczka, Polonia, 2010, 103’), de Ian Kidawa Blonski, trae cierto eco de La vida de los otros (2006) de Florian Henckel von Donnersmarck. Ambas películas giran en torno al tema del espionaje instigado por la policía secreta de sus regímenes totalitarios: uno, en Polonia y, el otro, en Alemania Oriental. No obstante, en La vida de los otros, aunque parece un sinsentido afirmarlo, hay con la dedicatoria final del autor una suerte de happy ending, mientras que en La pequeña Rosa esto no ocurre: aquí absolutamente todos pierden.

En caso de que los cinéfilos pudieran ver solamente una película de este festival y preguntaran a la cronista cuál, su respuesta sería: Sholem Aleichem: Riendo en la Oscuridad (Sholem Aleichem: Laughing in the Darkness, EUA, 2010, 93’) de Joseph Dorman. Este es un filme redondo, perfecto, sobre la vida de un escritor entrelazada con el shtetl (pueblito) de donde provino; hace honor al lenguaje y a la imagen aunados a la sabiduría de los historiadores consultados. La labor fotográfica, en especial, es esplendida: la cámara congela una escena y parece una foto en sepia que instantes después se pone en movimiento.

El cine judío quizá no concentra tanto su atención en las técnicas cinematográficas, porque su interés radica en ahondar, cada vez más, en nuestros sueños y pesadillas. Son cintas donde campean erotismo, humor y autoanálisis, que nos permiten reflexionar, pues son películas dirigidas, como flechas certeras, tanto a la mente como al corazón de los espectadores.

*La escritora Nedda G. de Anhalt lleva treinta y dos años asistiendo y cubriendo el Festival de Cine de Nueva York. Su obra consta de más de 15 libros publicados, entre ellos Cine la gran seducción (México, Ed. Ficción Veracruzana, 1991; portada y prólogo de José Luis Cuevas). Los más recientes: Rosario Memorable (colectivo; CONACULTA, 2012) y Al día siguiente (Ed. Palibrio, 2012). Sus cuentos completos (1989-2009) están por salir en el Fondo de Cultura Económica

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