DAVID HARRIS
Un informe reciente de la Universidad de Tel Aviv llega a la conclusión de que el número de incidentes de antisemitismo en Europa aumentó un 30% entre 2011 y 2012.
En concreto, el análisis de los incidentes antisemitas en Francia observa un 58% de aumento en ese periodo y que la mitad de todos los actos racistas que se cometen en el país están dirigidos contra los judíos, a pesar de que estos no constituyen más que el 1% de la población. El suceso más escandaloso del año pasado fue el asesinato de cuatro judíos, entre ellos tres niños pequeños, delante de un colegio judío de Toulouse.
Además, hay en la actualidad dos partidos políticos cuyos programas contienen una gran agresividad antisemita y xenófoba que están representados en los Parlamentos de dos Estados miembros de la Unión Europea: Jobbik en Hungría y Amanecer Dorado en Grecia. A ellos hay que añadir, en otros países europeos, otros movimientos políticos extremistas que han logrado ciertos triunfos a escala regional y local.
Como destacaba el periódico británico The Independent en un editorial del 5 de mayo sobre Jobbik, “los populistas húngaros han surgido de la nada en solo unos años gracias a sus acusaciones de que la culpa de todos los males del país la tiene el enemigo interior, que, en su caso, consiste en medio millón de gitanos y 100.000 judíos”.
Por su parte, Amanecer Dorado, para impulsar su programa, invoca imágenes de tipo nazi al tiempo que demoniza a judíos e inmigrantes, lo cual hace aún más incomprensible su éxito relativo en un país que sufrió la brutal ocupación del Tercer Reich.
Asimismo, las encuestas muestran que persisten actitudes antisemitas muy arraigadas en ciertos países de la UE, en particular en España y Polonia.
Y, por si fuera poco, el antisemitismo se extiende por el ciberespacio, un fenómeno que ha empujado al menos a un Gobierno, el francés, a estudiar qué medidas enérgicas puede tomar para combatirlo.
Por último, la campaña para demonizar y deslegitimar a Israel es cada vez más intensa.
No hablo de quienes critican políticas concretas de Israel, que forman parte normal de la vida en cualquier país democrático. Me refiero a lo que la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE define como antisemitismo: “Negar al pueblo judío el derecho a la autodeterminación”, “emplear un doble rasero al exigir a Israel un comportamiento que no se espera ni se requiere de ningún otro país democrático”, “utilizar los símbolos y las imágenes del antisemitismo clásico para caracterizar a Israel y los israelíes” y “equiparar la política israelí contemporánea con la de los nazis”. La expansión del antisemitismo en Europa está alimentada sobre todo por tres sectores: la extrema derecha, jaleada por las inquietudes sobre la crisis económica y la inmigración creciente; la extrema izquierda, que se niega a aceptar el derecho de Israel a existir; y los musulmanes que apoyan el odio hacia los judíos e Israel. En relación con este último grupo, un estudio reciente en Bélgica descubrió que casi la mitad de los adolescentes musulmanes mantienen posturas antisemitas.
Con todos los problemas que padece Europa, ¿por qué debe preocuparle este? Las razones están muy claras.
Europa sabe, más que ningún otro continente, lo que es la resbaladiza pendiente del antisemitismo, cómo empieza y adónde puede llevar. Además, la historia nos enseña que, si bien el antisemitismo comienza con los judíos, acaba poniendo en peligro el bienestar de países enteros.
Y, por último, la UE ha respondido a los siglos de guerras y persecuciones sufridos en Europa con su defensa de los valores humanistas. Luego es indudable que hay que hacer algo cuando esos valores están amenazados. No existe ninguna solución infalible para la vieja patología del antisemitismo, pero reconocer que existe el problema es un buen punto de partida.
Parece obvio y, sin embargo, ese reconocimiento topa con cierta resistencia. Algunos responsables europeos prefieren creer que los ataques contra judíos son actos de “vandalismo”, no antisemitismo. Otros dedican horas interminables a poner en tela de juicio la metodología de las encuestas, en vez de digerir unos resultados que nunca dejan de ser preocupantes. Y otros prefieren debatir hasta la náusea dónde está el límite entre las críticas “legítimas” e “ilegítimas” de Israel, en vez de reconocer la cruda realidad de que, demasiadas veces, el sentimiento antisemita dirigido contra un judío como persona acaba traspasándose al Estado judío de Israel.
Es necesario movilizar a las naciones democráticas en sus cuatro niveles: (a) los órganos regionales, como la UE, el Consejo de Europa y la OSCE; (b) el Estado, con su autoridad política, sus fuerzas del orden, su aparato judicial y su sistema educativo; (c) la sociedad civil, en especial los grupos religiosos, las organizaciones de derechos humanos y los medios de comunicación; y (d) las personas de buena voluntad.
Desde luego, existen muchos ejemplos actuales de movilizaciones así. La OSCE cuenta con un representante especial encargado de la lucha contra el antisemitismo. Hay dirigentes cristianos y musulmanes que demuestran su solidaridad con los judíos, y viceversa, y todos ellos tratan de combatir la intolerancia. Y vemos producirse muestras espontáneas de buena voluntad como la de los estudiantes italianos que defendieron a una compañera de clase judía ante las escandalosas palabras de su profesora.
Sin embargo, el problema está extendiéndose y son necesarias muchas más acciones de este tipo, en todas las instancias y en todos los países. Porque lo que está en peligro no son únicamente los judíos; es la propia estructura de la sociedad.
Fuente: El País
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