Un ataque químico en el frente de Jobar, a la entrada de la capital siria, no parece de primeras nada. Nada espectacular. Nada, sobre todo, detectable. Ese es el objetivo deseado: cuando los combatientes del Ejército Sirio Libre en las posiciones más adentradas de Damasco comprenden que acaban de ser expuestos a productos químicos lanzados por las fuerzas gubernamentales, ya es demasiado tarde. Cualquiera que sea el gas utilizado, sus efectos ya se dejan notar a tan solo unos centenares de metros de barrios de la capital siria.
Al principio, sólo se escuchó un ruido modesto, un choque metálico, casi un click. Y en el estrépito de los combates del día en el sector ‘Bahra 1’ del barrio de Jobar, eso no llamó enseguida la atención de la brigada Tahrir Al-Sham (“Liberación de Siria”). “Pensamos que se trataba de un obús de mortero que no había explotado y nadie le prestó mucha atención”, explica Omar Haidar, responsable de operaciones de la brigada, que mantiene esa posición avanzada a menos de 500 metros de la plaza de los Abasidas.
Ni olor, ni humo
Buscando palabras para retratar ese sonido incongruente, lo describe como “una lata de Pepsi que cae al suelo”. No produjo olor, no hubo humo, ni siquiera un silbido que indicara la eyección de un gas tóxico. Después aparecieron los síntomas. Los hombres tosían violentamente. Les quemaban los ojos, sus pupilas se retrajeron hasta el extremo, su visión se oscureció. Pronto sobrevinieron las dificultades respiratorias, en algunos casos agudas, los vómitos, los desmayos. Hubo que evacuar a los combatientes más afectados, antes de que se asfixiaran.
De esto, han sido testigos los enviados especiales de Le Monde varios días en ese barrio a la salida de Damasco, donde los rebeldes penetraron en febrero. Jobar es un enclave crucial tanto para el Ejército Sirio Libre como para el Gobierno. Sin embargo, a lo largo de nuestro reportaje de dos meses en los alrededores de la capital siria, hemos reunido elementos contrastables en una horquilla bastante más grande. La gravedad de los casos, su multiplicación y la táctica de empleo de estas armas demuestran que no se trata de simples gases lacrimógenos utilizados en los frentes, sino de productos de otra categoría, mucho más tóxicos.
En el frente complicado de Jobar, donde las líneas enemigas están tan cerca que los soldados se insultan casi tan fácilmente como se matan, las escenas de ataques con gas fueron puntuales en abril. No fue una difusión masiva sobre kilómetros, sino un empleo ocasional y localizado por parte de las fuerzas gubernamentales, dirigido a los puntos de contacto más duros con un enemigo rebelde muy cercano. El sector es la posición más avanzada de los grupos del Ejército Sirio Libre en el interior de Damasco. Una guerra sin piedad se desarrolla allí.
Primer ataque en abril
En el sector ‘Bahra 1’, uno de los más avanzados en dirección a la gran plaza estratégica de los Abasidas, uno de los cerrojos de Damasco, los hombres de Abu Djihad, conocido como ‘Arguileh’ (‘narguilé’) sufrieron el primer ataque de esta naturaleza la noche del jueves 11 de abril. A todos les cogió desprevenidos. Habían escuchado hablar de “gases” utilizados en otros frentes, en otras regiones de Siria (sobre todo, en Homs y en la región de Alepo), durante los meses pasados, pero ¿qué hacer ahora que se tenían que enfrentar a este fenómeno? ¿Cómo protegerse sin abandonar las posiciones y regalar una victoria fácil al enemigo? “Algunos hombres fueron evacuados, otros se quedaron paralizados por el pánico. Pero no se abandonó la posición. Ordenamos a los soldados del frente que se aprovisionaran de fulares mojados para protegerse la cara”, explica un combatiente.
Entre la multitud, se distribuyeron un puñado de máscaras anti-gas, destinadas sobre todo a los hombre que tenían posiciones fijas, allí donde una simple pared marca a veces el límite del territorio rebelde. Otros se contentaron con la protección insignificante de máscaras quirúrgicas.
Los hombre liderados por ‘Aguileh’ no son los únicos que han sufrido un ataque con gas en esos parajes. Cerca del mercado de carne vecino, donde están estacionados los carros de combate del Gobierno, las “fuerzas especiales” de los rebeldes de Liwa Marawi Al-Ghouta han estado expuestas a concentraciones -sin duda más importantes todavía- de compuestos químicos, a juzgar por los efectos producidos en los combatientes. Los conocimos unas horas después en los hospitales, luchando por su vida.
Hombres vestidos con trajes protectores
En Jobar, los combatientes no han desertado sus puestos, pero aquellos que se quedan en las líneas del frente con las pupilas retraídas respirando con dificultad, están “aterrorizados y tratan de calmarse rezando”, admite Abu Atal, uno de los combatientes de Tahrir Al-Sham. Un hombre de otra brigada ha muerto en un sector vecino. Se llamaba Ibrahim Darwish. Murió el 18 de abril.
En la parte norte de Jobar, contra la que se dirigió también un ataque similar, el general Abu Mohammad Al-Kurdi, comandante de la Primera División del Ejércitio Sirio Libre (que agrupa a cinco brigadas), afirma que sus hombres han visto a militares del Gobierno abandonar sus posiciones momentos antes de que aparecieran hombres “llevando trajes de protección química”, los cuales supuestamente colocaron en el suelo “una especie de bombas pequeñas, parecidas a minas”, que empezaron a emitir un producto químico a la atmósfera.
Según el general, sus hombres mataron a tres de esos técnicos. ¿Dónde están las combinaciones de protección retiradas de los cadáveres? No se sabe… Los soldados expuestos esa noche hablan de un pánico inmenso. No son los civiles o las fuentes independientes quienes van a invalidar o corroborar las afirmaciones: nadie vive en Jobar, aparte de los combatientes apostados en los diferentes frentes de ese barrio.
Eso no impide constatar que el efecto devastador de los gases empleados por el Gobierno sirio a las puertas de su propia capital. Un día en que hubo un ataque químico en una zona del frente de Jobar, el 13 de abril, el fotógrafo de Le Monde vio cómo los combatientes que luchan en la guerra en esas casa en ruinas empezaron a toser y se pusieron a continuación sus máscaras anti-gas, sin aparente prisa, aunque en realidad ya habían estado expuestos. Los hombres se pusieron en cuclillas, sin poder respirar y vomitaron. Tuvieron que huir inmediatamente del sector. El fotógrafo de Le Monde sufrió, cuatro días después, problemas visuales y respiratorios. Ese día, sin embargo, las emanaciones del gas se habían concentrado en un sector vecino.
Línea roja
A falta de testimonios independientes, muchas dudas planean sobre la realidad de las armas químicas, empleadas generalmente por las fuerzas gubernamentales, que poseen importantes stocks, sobre todo de gases neurotóxicos, como el sarín. Muchos países, Estados Unidos, Turquía, Israel, han declarado que tienen elementos materiales que indican la utilización de armas de este tipo, pero no han comunicado la naturaleza exacta de sus pruebas, ni decidido si, como prometió el presidente Obama en agosto de 2012, el hecho de que el régimen de Damasco recurra a dichas armas constituye un traspaso de una “línea roja” susceptible de entrañar una intervención extranjera en Siria contra Bachar el Asad.
Por su parte, el régimen acusa al Ejército Sirio Libre de utilizar igualmente armas químicas, aumentando así la confusión. Para convencerse de la veracidad del empleo de estos compuestos por el Ejército sirio en algunos frentes, hay que interrogar a los médicos que, sobre el terreno, intentan curar o salvar a los combatientes expuestos a esos gases. El 8 de abril, en el hospital Al-Fateh de Kafer Battna, el centro médico más importante de la región de Ghouta, gran enclave rebelde en el este de Damasco, los médicos muestran grabaciones, por teléfono, de escenas de asfixia. Un carraspeo terrible sale de la garganta de un hombre. Era 14 de marzo y, según el personal médico, acababa de ser expuesto a gases en Otaiba, una ciudad al este de Ghouta, donde el Gobierno sirio desarrolla desde mediados de marzo una vasta operación para acorralar a las fuerzas rebeldes y cortar su principal ruta de aprovisionamiento.
Uno de los médicos, el doctor Hassan O., describe con detalle los síntomas de esos pacientes: “Las personas que llegan tienen problemas para respirar. Tienen las pupilas retraidas. Algunos vomitan. No oyen nada, no hablan, sus músculos respiratorios están inertes. Si no les tratamos con urgencia, mueren”. Esta descripción se corresponde en todos los puntos con aquellas realizadas por otros médicos que conocimos a lo largo de varias semanas en los alrededores de Damasco. Hay algunas variantes. Según el lugar, los combatientes que han sido víctimas de los gases afirman que los productos han sido propagados por simples obuses, por cohetes o incluso por una especie de granada.
En el frente de Jobar, en el quinto ataque de este tipo, el 18 de abril, los combatientes del Ejército Sirio Libre, liderados por Omar Haidar, dijeron que vieron caer a sus pies un gran cilindro con un dispositivo de apertura, de aproximadamente 20 centímetros de largo. ¿Se trataba de armas químicas? Y en ese caso, ¿qué tipo de sustancias emitían? Para responder con precisión a esta pregunta, habría que establecer un protocolo de investigación que las condiciones del conflicto dificultan. Habría que hacer pruebas a los combatientes expuestos a esas emanaciones que hayan estado al borde la muerte o que hayan tenido que ser hospitalizados y confiar esas muestras a laboratorios especializados en el extranjero. Ya se han realizado un cierto número de pruebas entre ellos y se están investigando.
Una extraña rutina
Desde entonces, se distribuyeron máscaras anti-gas en Jobar, además de jeringuillas y ampollas de atropina, un producto inyectable que contrarresta los efectos de los gases neutrotóxicos como el sarín. Los médicos de Ghouta sospechan que se utilizó este neurotóxico inodoro e incoloro, cuyo efecto coincide con las observaciones hechas en el lugar. Según una fuente occidental bien informada, eso no impide que el poder sirio haya recurrido a mezclas de productos, especialmente con gases lacrimógenos para quemar las pistas y la observación de síntomas.
Puesto que sería un asunto muy controvertido, si se probara que las tropas de Bachar el Asad han utilizado armas químicas, disimularlo sería una cuestión de rigor. Los gases utilizados en los frentes son disimulados de manera puntual, evitando propagaciones masivas que podrían constituir fácilmente una prueba irrefutable. El fenómeno se repite: el jueves 23 de mayo, los rebeldes afirmaron que un nuevo ataque de armas químicas había tenido lugar en Adra, zona de enfrentamientos muy duros entre el régimen y los rebeldes en el noreste de Damasco.
En la segunda quincena de abril, los ataques son gas se convirtieron prácticamente en una extraña rutina en Jobar. En las líneas del frente, los rebeldes del Ejército Sirio Libre cogieron la costumbre de conservar cuidadosamente sus máscaras a mano. Se organizaron sesiones regulares para lavarse los ojos, con jeringuillas llenas de sérum fisiológico. El efecto buscado por esos ataques parecía esencialmente táctico: un intento de desestabilizar las unidades rebeldes en los barrios donde los soldados del Gobierno no han logrado desalojarlos y al mismo tiempo un test. Si las fuerzas del Ejército sirio se atreven a utilizar armas químicas en su propia capital, sin desencadenar una reacción internacional seria, ¿no es eso una invitación a continuar con sus experimento a mayor escala?
Hasta ahora, los casos de utilización del gas no son aislados. El único oftalmólogo de la región, formado en el extranjero, pasa consulta en un pequeño hospital de Sabha, del que desea que no divulguemos la localización exacta. Él solo, ha tratado a 150 personas afectadas en el espacio de dos semanas. Cerca de las zonas más expuestas al gas, ha organizado duchas para que los combatientes expuestos a productos químicos puedan lavarse y cambiarse de ropa para evitar contaminar al personal de los centros de cuidados.
Remedio de caballo
Para salvar a los soldados cuyos problemas respiratorios son más graves, hace falta llevarlos por el largo laberinto del interior de las casas, donde las paredes han sido agujereadas, cruzar trincheras y túneles para evitar a los tiradores enemigos, para llegar a una ambulancia, aparcada sobre una pequeña plaza un poco retirada y atravesar las calles expuestas a balas y a obuses para llegar a un hospital del frente antes de que los combatientes mueran asfixiados.
En el hospital islámico de Hammouriya, instalado en un discreto hangar, el doctor asegura que el 14 de abril recibió dos horas antes a un combatiente del frente de Jobar que tenía grandes dificultades para respirar, con un ritmo cardíaco “loco”. Para salvarle, dijo que tuvo que ponerle quince inyecciones de atropina, además de hidrocortisona. Un remedio de caballo, para un caso desesperado.
La víspera, por la noche, una de las ambulancias que intentaba evacuar a hombre gaseados fue alcanzada por los disparos de un francotirador. El conductor resultó herido. A la mañana siguiente, los conductores de ambulancias lograron atravesar la carretera a velocidad máxima, bajo los disparos de un tanque y llegaron a la zona del frente, donde acaba de ser lanzada una nueva tanda de productos químicos. “Cuando llegamos, encontramos a todo el mundo en el suelo”, atestigua un enfermero de otro centro hospitalario de Kaffer Batna que no puede dar su nombre por temor a represalias contra su familia, instalada en zona gubernamental.
A lo largo de la mañana, en el pasillo de ese hospital instalado en un párking subterráneo para protegerse de los tiros de los Mig o de la artillería gubernamental, reina el caos. Los soldados están tumbados en los lados de los cinco auxiliares médicos contaminados al contacto con ellos. No hemos terminado el recuento de soldados, que llegan transportados desde el frente, y ya contamos quince. Corremos por las salas del centro para distribuir oxígeno, poner inyecciones.
Medicamentos cada vez más raros
El doctor Hassan, responsable del hospital, está tumbado en su minúsculo despacho con una máscara de oxígeno, mientras que se le administra atropina. Después de una hora trabajando en urgencias, perdió el conocimiento y empezó a asfixiarse. Este hombre lleva luchando meses para mantener activo su centro de cuidados, ayudado por voluntarios, que en algunos casos, son alumnos de instituto, mientras que el bloqueo de la región por parte de las fuerzas gubernamentales trae como consecuencia una escasez cada vez mayor de medicamentos. Falta anestesia, los cirujanos improvisados se han tenido que limitar a utilizar productos veterinarios, como la quetamina. La morfina ha desparecido. Y los aprovisionamientos de atropina no van a durar mucho más tiempo. El médico ha realizado pruebas con muestras que, pasando mil dificultades, han llegado de contrabando a la región. Será necesario que pasen algunas semanas para conocer el resultado de sus análisis.
En sus ocho visitas a centros médicos de la parte este de Ghouta, los enviados especiales de Le Monde sólo han encontrado dos establecimientos en los que los responsables médicos declaran no haber recibido a combatientes o civiles afectados por gases. En Nashibiyya, los médicos han recibido hasta sesenta casos en un solo día, procedentes del frente de Otaiba, el 18 de marzo, La modesta estructura no contaba con medios suficientes para hacer frente a ese flujo, faltando sobre todo el oxígeno. Cinco personas murieron por asfixia. Algunos días más tarde, conscientes de la gravedad de la situación, los médicos hicieron exhumar los restos de las víctimas en presencia de las autoridades locales y religiosas y procedieron a recoger pruebas del tejido, que han intentado enviar a un país vecinos. Algunas de esas muestras han sido confiadas a un pequeño grupo de combatientes que han intentado franquear el cerco impuesto en la región por las fuerzas gubernamentales. A día de hoy, los médicos de Nashibiyya dicen que ignoran si las pruebas han llegado a buen puerto.
“Los enfermos se vuelven locos”
A unos diez kilómetros, en el hospital de Douma, bajo el control de la brigada Al-Islam, los médicos dicen que recibieron 39 pacientes tras el ataque químico del 24 de marzo sobre la ciudad de Adra. Dos hombres murieron en el centro. Uno de los médicos apunta que a los dos días, “los enfermos se empezaban a volver locos”. Marwane, un combatiente presente en la zona del ataque de Adra, afirma que vió “cohetes que llegaron al frente y liberaron una luz naranja”, y que, cuando le trasladaron al hospital, vio a “tres hombres morir en los vehículos en la carretera”. En el contexto de caso que reina en la región de Ghouta, civiles y militares mueren a menudo antes de llegar a un centro médico.
Adra, Otaiba y Jobar son los tres puntos donde la utilización del gas ha sido descrita por las fuentes locales de la región desde el mes de marzo en la región de Damasco. Surge un diferencia: en Jobar, los productos han sido utilizados de manera más prudente y localizada. Por el contrario, en los frentes más alejados, como Adra y Otaiba, las cantidades estimadas en relación con el número de casos que llegan simultáneamente a los hospitales son más significativas.
Pero los ataques químicos no son la única actividad de los hospitales de la región. Dos horas antes de la llegada de los enviados especiales de Le Monde, cuatro niños con el cuerpo lacerado, despedazados por las bombas de Mig, habían sido trasladados de urgencia a Douma. Apenas fueron estabilizados, tuvieros que dejar el hospital, sin esperanza de ser evacuados de Siria. SIn duda, como muchos, murieron por el camino. Los enfermeros han grabado en vídeo cuerpos martirizados, gritos de dolor. “Eso, como veis, pasa todos los días y, para nosotros, es todavía más grave que los ataques químicos. Hemos llegado a este punto”, comenta, con la mirada destrozada por la tristeza, el médico que no puede, él tampoco, decir su nombre.
Fuente: El País
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