Jonathan S. Tobin
Aquellos que siempre han optado por eximir a los palestinos de cualquier responsabilidad por su propia situación se enfrentan a un difícil dilema. Tras 20 años de proceso de paz en el que se han incluido grandes concesiones por parte de Israel, como la potenciación de la OLP en Cisjordania y Gaza a través de los acuerdos de Oslo, la retirada de Gaza y tres ofertas diferentes de un Estado palestino independiente que la Autoridad Palestina ha rechazado una tras otra, debería ser imposible para un observador objetivo argumentar que Israel no ha tratado de hacer la paz. Pero eso no ha detenido a esos que en el mundo árabe y musulmán, así como a sus apologistas norteamericanos y judíos, de presentar a los palestinos como víctimas de un Israel intransigente. Cuando se enfrentan a la posibilidad de poder conseguir la condición de Estado tal como se dio en 2000, 2001 y 2008, sostienen que las ofertas eran insuficientes, aunque no está claro lo que, a falta de la disolución de Israel, podría satisfacerles.
Estos son factores importantes a tener en cuenta cuando el secretario de Estado norteamericano John Kerry intenta reiniciar unas conversaciones de paz que los palestinos han boicoteado durante cuatro años y medio. A pesar de las realidades políticas de la vida palestina – la más cruda de las cuales es el hecho de que los islamistas de Hamas controlan Gaza y ejercitan un veto efectivo sobre una hipotética paz – dejan bien en claro que su esfuerzo es una tontería, Kerry y los que se inclinan a culpar siempre a Israel por la falta de paz, aún mantienen la esperanza de conseguir que los palestinos vuelvan a la mesa de negociaciones y permitan un acuerdo que ya han rechazado repetidamente. Es en este contexto que debemos entender la importancia de recordar los intentos en el 2008 de llegar a un acuerdo con el líder de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas por parte del ex primer ministro israelí, Ehud Olmert. Olmert nos proporciona una narración detallada de sus negociaciones con Abbas en una entrevista en The Tower, y esto no trata solamente de la importante cuestión de los detalles históricos, sino por el hecho curioso de que él y Abbas esbozaran los límites propuestos para un acuerdo sobre una servilleta y luego sobre un pedazo de papel. Al explicar hasta dónde alcanzaba la oferta israelí, Olmert demuestra cuán vacías eran las excusas palestinas para justificar su negativa para firmar la paz.
La oferta era de tan largo alcance como se informó previamente. Olmert no solamente estaba preparado para avalar la independencia palestina en la casi totalidad de Cisjordania, Gaza y una parte de Jerusalén, sino que también avaló la partición de la capital y estuvo de acuerdo en renunciar a la soberanía israelí sobre el centro de la memoria histórica y religiosa judía: la Ciudad Vieja de Jerusalén.
Aunque el único período en la historia en la que los judíos y los miembros de todas las religiones han tenido pleno acceso a esos lugares sagrados ha sido durante los 46 años que ha estado bajo el control de Israel, Olmert estaba dispuesto a abandonar esa situación en favor de un comité regulador especial integrado por representantes de Arabia Saudita, Jordania, Estados Unidos, Israel y los palestinos, que administrarían conjuntamente la Ciudad Vieja. También estuvo de acuerdo en que miles de refugiados palestinos regresaran a Israel para dar satisfacción a la reivindicación simbólica de un “derecho de retorno” de los refugiados palestinos. Con el fin de mantener algunos de los principales bloques de asentamientos en Cisjordania, también estaba dispuesto a entregar grandes partes de Israel con el objeto de un intercambio territorial.
Pero Abbas no podía aceptar un sí por respuesta.
De hecho, el líder palestino ni siquiera opinó sobre el mapa dibujado a mano de la división territorial. Ni siquiera llegó a dignificar esta generosa oferta con una respuesta o contrapropuesta. Como Olmert reconoce, aún está a la espera de una llamada telefónica de Abbas de respuesta.
La razón de esa falta de respuesta no es exactamente un secreto. Abbas no podía decir que sí porque hacer eso significaba reconocer la legitimidad del Estado judío que se mantendría en aquellas partes del territorio que Olmert no habría accedido a renunciar. Y eso es algo que no podía hacer y sobrevivir a la vez en el violento mundo de la política palestina. Dado que el nacionalismo palestino fue fundado sobre la base y el deseo de rechazar el sionismo, resulta simplemente imposible hacer las paces con el Estado judío no importa que fronteras pueda tener.
La propuesta de Olmert era muy vulnerable a las críticas porque creaba una nueva y dividida Jerusalén que sería un caos insoportable. Eso sucedería también con ese limitado derecho de retorno de los refugiados palestinos y con el túnel que se excavaría (en territorio israelí) para conectar Gaza y Cisjordania. Pero el verdadero problema es que, como sucedió con Ehud Barak, quien también trató de dar a los palestinos casi todo lo que dijeron que querían, ellos no tenían nada que ofrecer a cambio que legitimara los derechos de Israel.
En opinión de Olmert, la única conclusión que puede extraerse de este fracaso es que Abbas “no quiso ser un héroe”. Tiene razón en eso, pero la lección de este episodio va más allá de la falta de heroísmo de Abbas. Si el líder palestino no se atrevió a aceptar una oferta como esa – que les proporcionaba mucho más de Jerusalén que lo que la mayoría de los israelíes consideraba como aceptable -, todo esto solamente demuestra que las 36 reuniones de Olmert con Abbas fueron una farsa. La única verdad de estos procesos de negociaciones es que proporcionan a los palestinos la ganancia de que cualquier concesión que obtengan, y que se supone que es un logro ya otorgado e inobjetable para futuras negociaciones y demandas. El resultado es que Israel continúa abandonando sus derechos – incluyendo no sólo los asentamientos en la Ribera Occidental, sino también los lugares más sagrados del judaísmo -, mientras sigue sin obtener ni la paz ni la seguridad.
Olmert dice que está orgulloso de sus esfuerzos, pero todo lo que realmente ha conseguido es demostrar una vez más que la verdadera paz con los palestinos sigue siendo una ilusión para un futuro previsible.
Aquellos que esperan que Kerry mejore estos resultados se van a llevar una decepción.
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