MAURICIO MESHOULAM
Las imágenes de sangre circularon de manera inmediata. El mensaje también. Una sola muerte, pero perpetrada de una manera tal que resultó ser suficiente para que los tabloides londinenses se pintaran de rojo. Aquel hombre, que parecía ser el autor material del acto, pedía disculpas “a las mujeres” por tener que ver este hecho, pero indicaba que en su país esas escenas eran cosa cotidiana. Rápidamente algunos actores políticos calificaban al acto como terrorismo. Y con la misma velocidad surgieron los cuestionamientos: ¿qué determina si un hecho como éste entra o no dentro de esa categoría?
Un acto terrorista no se define por su tamaño, por el número de víctimas o por el grado de violencia que conlleva, sino por el empleo de esa violencia sólo como herramienta para producir terror, y usar ese terror como vehículo con el fin de proyectar un mensaje, normalmente político. El terrorismo es en esencia una estrategia de comunicación y conmoción psicológica, para la que la violencia es meramente instrumental. Por tanto, la gran mayoría de autores que escriben sobre esta manifestación explican que entre otros elementos, la premeditación y alguna clase de reivindicación deben estar presentes.
Así, determinar si un acto es o no es terrorista requiere primero que nada del conocimiento de los móviles que llevan a los atacantes a cometerlo. Esto es completamente independiente de si se trata de un incidente en el que mueren mil personas, o si es un incidente donde no muere nadie. Si un sujeto, actuando en solitario o en conjunto con alguien, llega a la conclusión de que sólo a través de la violencia su mensaje político puede ser dado a conocer, es probable que comience entonces alguna clase de plan o premeditación del evento. Qué tan bien o mal planeado esté un ataque o qué tanto tiempo se dedica a la premeditación del mismo son datos completamente irrelevantes para definir si se trata o no se trata de terrorismo. Es muy simple: un atentado terrorista no es producto de la casualidad, no es un accidente ni es un arranque fortuito de ira. Sin embargo, hay muchas clases de violencia o crímenes planeados, y no todos ellos son terrorismo.
El factor central que distingue al terrorismo como categoría específica de violencia es que dentro de esa premeditación, el ataque no es el fin, sino únicamente el medio para transmitir cierta comunicación, que normalmente es de carácter político. En los actos terroristas más sofisticados, la planeación conlleva incluso la selección de determinadas locaciones y horarios para que el incidente reciba una mayor cobertura mediática, de forma que el hecho pueda ser retransmitido a millones de hogares y el mensaje tenga penetración. Pero también hay atentados en los que la planeación es mucho más torpe, o los recursos a disposición de los atacantes son tan escasos que no tienen la capacidad de proyectar su acto con la misma eficacia de otras organizaciones. No obstante, la eficacia comunicativa no es lo que determina si un hecho es terrorismo, sino la intención de usar la violencia como herramienta para lograrla.
Por consiguiente, si ese hombre nigeriano que portaba el machete ensangrentado, premeditó este acto (unas horas, un día o un año antes, no importa —lo que aún no se ha dado a conocer—) para lograr que la gente entienda su mensaje de protesta y amenaza a consecuencia de las políticas del gobierno británico, entonces el acto es terrorista. Si en cambio no se pudiese demostrar que existe premeditación de cualquier índole, y no se evidencia que existía el objetivo de emplear el asesinato para transmitir un mensaje político, entonces el acto no es propiamente terrorismo.
El problema que se enfrenta en la actualidad es que aunque las medidas de seguridad de algunos gobiernos parecen haber sido exitosas en cuanto a limitar las posibilidades de ciertas organizaciones terroristas transnacionales, existe un importante número de individuos o pequeños grupos de base que han tomado la decisión de emplear estrategias terroristas a nivel casero y local. No hay transferencias de recursos a través del sistema financiero, no hay cadenas de e-mails o intercambio de mensajes; la planeación es de muy bajo perfil. Por ello son mucho más difíciles de detectar y detener.
Sus ataques son altamente eficientes. A pesar de operar con recursos verdaderamente escasos, el éxito, en términos de las reivindicaciones que buscan transmitir, y en términos del impacto psicosocial y político que alcanzan, es sumamente elevado. Mucho más en la era del internet y las redes sociales. Eso precisamente, su altísima eficacia, es el riesgo.
Fuente: El País
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