ANTONIO JIMÉNEZ BARCA
Un niño observa el monumento dedicado a los judíos portugueses que fueron asesinados en el año 1506 en ese mismo lugar de Lisboa. / FRANCISCO SECO (EL PAÍS)
Como tantas cosas hoy, esto también comenzó en Facebook. Hace más de tres años, Pedro Ribeiro de Castro, diputado del PSP (partido conservador que actualmente gobierna Portugal, entonces en la oposición) recibió un mensaje en el que se le pedía que se interesase por la suerte de los sefardíes de origen portugués expulsados hace más de cinco siglos de suelo luso. Ribeiro de Castro comenzó a mover el asunto y hace más de un mes, presentó una ley que ha sido aprobada por unanimidad y que otorgará la nacionalidad portuguesa a todos los descendientes de los judíos que dejaron Portugal a finales del siglo XV. Muchos de ellos ya habían sido echados de España en 1492 y habían buscado, infructuosamente, refugio tras la frontera.
En Portugal, en puridad, no hubo orden de expulsión, pero fueron bautizados en masa y a la fuerza, obligados a olvidarse de practicar su religión y perseguidos por un sistema inquisitorial tan cruel y eficiente como el español. Así, miles de sefardíes portugueses (se calcula que de España pasaron a Portugal cerca de 120.000, que se sumaron a los 50.000 existentes) decidieron exiliarse: algunas familias, a lo largo de los años, pasaron por Holanda, Italia, Turquía, Siria, Líbano, Brasil y Estados Unidos. Sin abandonar sus raíces, ni la persistente nostalgia de una tierra cada vez más remota, ni su vieja lengua sefardí, el ladino.
Promesas españolas
VERA GUTIÉRREZ CLAVO, Madrid
En España, los sefardíes –como cualquier otro ciudadano- pueden solicitar la nacionalidad por dos vías: acreditando un tiempo mínimo de residencia en el país (dos años, en su caso) o, excepcionalmente, por “carta de naturaleza”, que el Gobierno concede de forma discrecional si aprecia un vínculo especial del solicitante con la historia o la cultura españolas. Esta segunda vía es la que el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, se comprometió a agilizar para los sefardíes hace seis meses, aunque aún no lo ha hecho. Gallardón anunció que la “carta de naturaleza” para los descendientes de los judíos expulsados de España en 1492 tendría un procedimiento menos excepcional, más automático, y que la Federación de Comunidades Judías de España colaboraría a la hora de acreditar los requisitos de cada solicitante. Además, los sefardíes podrían mantener su nacionalidad anterior a la vez que la española –una de las principales reclamaciones del colectivo-, como sucede ahora con los latinoamericanos, filipinos y portugueses.
El anuncio de Justicia no se ha materializado aún porque formaba parte de un proyecto de ley, el de Registros, que está paralizado en fase de borrador. Gallardón quiere ahora sacar del proyecto esa parte referida a la nacionalidad de los sefardíes y presentarla como una regulación independiente (que implicaría una reforma puntual del Código Civil) antes del verano, según fuentes del ministerio. En ese caso, la reforma empezaría a aplicarse previsiblemente a final de año. En la actualidad hay cerca de 2.900 solicitudes de nacionalidad de sefardíes pendientes de tramitación. Hace unos años se cifraban en 250.000 las personas que hablan el judeoespañol en todo el mundo, según Justicia.
Hace unos días, desde Colorado (EE UU), Carlos Zazur, de 42 años, habló con este periódico por teléfono en esa lengua casi mágica, una suerte de español del siglo XV, con injertos portugueses, árabes, balcánicos o franceses, perfectamente comprensible para un hispanohablante de la era del i-Pad. “Soy descendiente de judíos sefardíes por los cuatro costados. Portugueses y españoles. Mi madre me la enseñó como primera lengua, así que fue lo primero que hablé siendo niño”, explica Zazur, antropólogo, experto en cultura sefardí. Zazur, nacido en Brasil, asegura que la ley portuguesa es buena (España aprobó otra ley parecida en noviembre), que aguarda los detalles del reglamento, actualmente en proceso de redacción, para decidirse a pedir la nacionalidad. Otros lo harán. “Es posible que exista un pequeño éxodo”, añade este experto, que calcula que en el mundo hay dos millones de descendientes de judíos sefardíes.
Zazur recuerda que los judíos de origen portugués que se trasladaron a Ámsterdam participaron en la eclosión del comercio holandés, haciéndose con el mercado del café, del chocolate, del tabaco o de los esclavos. Y que había judíos portugueses en el origen de la proto-Nueva York, cuando aún se llamaba Nueva-Ámsterdam. “Estas familias de judíos expulsados, debido a su capacidad, a su empuje, y a su cultura, siempre fueron un motor económico y social de la historia”, explica.
En Florida, Luciano Lopes, propietario de una pequeña empresa que comercializa yogures y kéfir, descendiente también de una familia judía originaria y expulsada de las cercanías de Oporto hace más de 400 años también se piensa si pedir la nacionalidad portuguesa. Confiesa que siempre le gustó el país, que le tienta el sur de Europa porque, a pesar de la omnipresente crisis y el descalabro económico, “siempre será un buen sitio para vivir”.
“Para reglamentar la ley servirán cosas como los apellidos, el idioma, la descendencia, eso se está estudiando ahora para evitar el oportunismo”, cuenta el diputado Ribeiro de Castro. Pero, más allá de estos formulismos, de lo que se trata, añade, “es de acabar con una vergüenza histórica y dar la bienvenida a los que nunca tuvieron que partir”.
Cuando los antepasados de la rama española de la familia de Carlos Zazur abandonaron Zamora en 1492 se llevaron la llave que abría una sinagoga de esa ciudad. Dentro de unos meses, Zazur irá a dar unas conferencias a Zamora. Ya no está la sinagoga, ni el edificio que la albergaba, destruido hace mucho. Pero él llevará consigo la llave, que ha pasado, generación tras generación, país tras país, continente tras continente, como la metáfora de la memoria, más fuerte que los muros de piedra o de ladrillo. “Ya no hay puerta que abra esa llave”, dice Zazur. “Mi abuelo decía que Sefarad dejó de ser un lugar en la tierra para pasar a ser un lugar en el corazón”.
Fuente: El País
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