ANDRÉS ROEMER
Imagine que una persona importante en el gobierno se da cuenta de su capacidad intelectual, buenas intenciones y ganas de trabajar, por lo que decide que usted es el más apto para ser el titular de una dependencia de gobierno. Al día siguiente, usted llega a su nuevo trabajo con ganas de rendir resultados para sacar a su país adelante y que su jefe, el pueblo, pueda vivir mejor.
Evidentemente, usted debe operar bajo las normas y candados que rigen al sector público, los cuales son muchos. Será seguramente cuando quiera pedir nuevas computadoras para su personal, plumas, hojas, y demás papelería que se enfrentará con los trámites, papeleo y registro engorrosos característicos de las instancias gubernamentales. Incluso, hay empleados que usted no tiene el poder de despedir o ascender por razones, independientemente de su desempeño.
Así como usted llegó de pronto, muchos empleados también lo hicieron y es por esa razón que el personal está rotando una y otra vez cada seis años cuando hay cambio de gobierno. De hecho, son muchos de los mejores elementos del equipo de la dependencia los que se van porque, debido a su capacidad, el titular anterior los lleva a donde vaya. Del personal remanente, una gran parte se encuentra altamente desmotivado. Ya sea porque no se les reconoce moralmente su trabajo, porque no hay plazas superiores disponibles (o al menos no para ellos), o simplemente porque su salario es tan bajo que pasan los días pensando en encontrar algo mejor.
Este problema ocasiona que usted no sepa cómo se hacen exactamente las cosas, no sabe quién hace qué o como se debe reclutar. Los proyectos pendientes se quedan en papeles que ya muy pocos entienden y no hay quién le de el seguimiento apropiado. Lo que usted enfrenta es un problema de memoria institucional diluida. Las instituciones sólo tienen memoria de corto plazo. Parece que cada seis años es borrón y cuenta nueva para las dependencias.
Sobra decir que a pesar de que usted le debería rendir cuentas a su verdadero jefe que es el pueblo, usted intenta por todos lo medios complacer a su otro jefe que parece ser más poderoso y que probablemente responda a otros intereses que no son los mismos que los de la ciudadanía, y que son casi siempre intereses políticos. En general, no es que usted esté ansioso por adular, es que complacer a ese jefe es necesario porque de otro modo tendría aún menos medios para hacer su trabajo.
En pocas palabras, usted está prácticamente amarrado para dar los resultados. Así los resultados que a usted le gustaría tener se quedan en buenos deseos. El sistema de administración pública al interior de las dependencias es demasiado burocrático y rígido, pidiendo papeleo por simples plumas o papel. ¿Y los ciudadanos? Bueno, ellos tampoco están contentos. No dejan de perder la confianza en las instituciones, (una de las cuales representa usted) y mucho de lo que usted intenta proponer es visto con desdén por la propia ciudadanía que ha perdido la confianza en su institución.
Y ¿por qué la credibilidad es un problema? Porque las personas dejan de utilizar los canales institucionales. Dejan de ponerles atención y éstas se convierten en un parásito más que mantener. Además, esto resulta ser un círculo vicioso. Debido a que la gente no tiene la suficiente confianza en las dependencias, éstas tienen menos incentivos morales a rendir cuentas; después de todo, nadie espera nada de ellas.
La administración pública necesita ser moderna, se necesita reformar. Se requiere de hacer una política institucional de Estado que se base en una reingeniería de los procedimientos que se llevan a cabo al interior de las dependencias. Debe de haber una definición clara de objetivos a cumplir más allá de seis años: se necesita visión de largo plazo. La política administrativa se debe diseñar de tal manera que los funcionarios se sientan emprendedores responsables para que se puedan desarrollar en un marco flexible y eficiente, en lugar de uno rígido e ineficiente. Y nótese que por reglas flexibles no me refiero a reglas inexistentes. Como dice Robert Cooter, la libertad no es la ausencia de derecho, es la presencia de buen derecho.
Las instituciones deben permitir a los funcionarios públicos ejercer esa creatividad. Las normas internas de las dependencias y del servicio público en general deben alinear los incentivos para que sus empleados sean más proactivos y se motiven más.
En general, las personas tienen buenas intenciones, y muchos funcionarios públicos no son la excepción. Hagamos reformas para que puedan hacer su trabajo, sólo así los funcionarios podrán otorgar excelentes resultados.
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