Mi encuentro con Ada

STELLA RAYEK PARA ENLACE JUDÍO

Aquella noche hacía frío. Habían pasado varios años desde que conocí a Ada, la vi idéntica, quizás más joven. El tiempo la había dotado de más carácter, fuerza y alegría. Al menos fue la impresión que me dio. Vestía un vestido discreto y vaporoso, negro, con pequeñas flores. Quiso salir al jardín desde donde se puede ver la gran ciudad, donde se adivinan los volcanes escondiéndose a la zaga de la oscuridad. Su cabello entrecano descendía despreocupadamente sobre la frente y a los lados, así, al natural.

Por favor, Ada, le dije, ponte esta chalina, te puedes enfriar y con el cansancio, el jet lag… Le puse el chal sobre los hombros. Ella, de inmediato, con su característico gesto Sabra, gesto de: Tú no me vas a decir lo que debo hacer, se quitó de encima la prenda y la dejó sobre la silla.

Volvió después de un rato, charlando con algunos amigos; sus ojos pequeños y expresivos conservaban aún el fulgor de la ciudad. Ada entró a la sala, entró en escena delante de un público atento y afable y, lejos de presentar a la Premio Nobel, a la científica galardonada, Ada mostró su propio rostro.

Y se dio. Es un darse tan importante como el de los adolescentes que son puro rostro, que no se han fabricado todavía su propia máscara. Y con su estilo espontáneo, con el dulce riesgo de la comunicación que requiere tanto coraje, al tomar el micrófono su cuerpo y su voz ganaron una nueva firmeza, asimismo la cabeza, erguida y altiva como la de quien superó un obstáculo. Mostró su talante desnudo, maduro, sensible, maternal. Y cuando mencionó el Premio Nobel, fue sólo para decir que para ella la distinción más importante de su vida es el diploma que su nietita le había dado. Lo dijo con, no, no es que haga mal en dejar la propia imagen expuesta a la sensibilidad…

Y los que la escuchábamos, tuvimos la certeza de estar ante una Persona. Una verdadera Persona. Lo que se puede decir de alguien que ha vencido en una lucha y su vida ha alcanzado la culminación y la plenitud.

Aquella noche, descubrí la belleza de un sentimiento que nace desde las entrañas y se refleja en las transformaciones sensibles del semblante: la pasión de ser Persona. La presencia de Ada en casa engalanaba ese sentimiento. Para nosotros la galardonada en ciencias se mostraba como verdadera maestra de vida.

Es genial, se escuchaba decir. Sí, en efecto, se ha capturado lo que nos es dado al nacer, el genio de vida, sólo que ella, lo ha sabido usar. Y en ese dejo de importancia transmitido a través de sus palabras, Ada nos acercó más que a la ciencia, a la responsabilidad que tenemos los unos con los otros. A la auténtica reciprocidad del hombre con el hombre en la cual se conjugan dos libertades para consolidarse mutuamente.
Miré a Ada como por primera vez, y me dije: posee lo que yo llamaría, Corazón Inteligente.

Entonces me quité la chalina de mis hombros, aflojé mi collar de perlas, me despejé de la máscara de anfitriona feliz y, por unos instantes, me entregué a la gran experiencia, a corazón abierto

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