IANAI SILBERSTEIN
El manejo del tiempo que obsesiona a la cultura judía (usando el término “cultura” en la acepción de M. Kaplan) ha encontrado su lugar entre mis preocupaciones cotidianas. Llega cierta etapa en la vida en que uno tiende a aferrarse mucho más a tiempos y espacios predeterminados. Cuando atravesamos alguna crisis dramática éstos se rompen y lo primero que perdemos no es el factor humano de la crisis sino las coordenadas tempo-espaciales.
Cuando leo y releo el libro de Biniamin Lau “The Sages” (Los Sabios) acerca de los rabinos que fueron moldeando el judaísmo del tiempo del Templo al tiempo de dispersión no puedo sino asombrarme de la enorme sabiduría y paciencia, a través de generaciones, siglos, que nos permitió sobrevivir a una ruptura tan dramática.
El siglo I de nuestra era nos encuentra bajo una nueva ocupación, la romana, pero con nuestra cultura y vida judía intactas. Sin embargo, hemos perdido nuestra casa, nuestro punto de referencia, y estamos tan dispersos como el mundo de entonces permitía.
Tal vez por eso muchos siguen llamando a la Torá como nuestro “hogar”, y su conocimiento la única forma de no “perderse”. Si se piensa en los dieciocho siglos que siguieron a la dramática y final destrucción del templo no podemos dejar de reconocer que no fue una mala opción. Pese a quién pese, con todo lo denostados que son “los rabinos”, la cultura construida sobre el texto sagrado original generó un hogar virtual mucho antes que el mundo se encogiera producto de la tecnología. El inconveniente es que, cuando el proceso que llevó a este mundo tecnológico de hoy comenzó, digamos en el siglo XVIII, muchos quisieron ver en ello amenazas a ese hogar tan protegido y tan fuerte hasta entonces. Adquiere entonces, para muchos, especial fuerza la metáfora del Pirkei Avot “construyan un muro alrededor de la Torá”.
Cuando uno piensa en su judaísmo hoy día cabe preguntarse dónde está aquello que llamamos hogar en términos judíos. Cuáles son las coordenadas que nos ubican en espacio y tiempo, cuáles los lugares donde nos sentimos “seguros” y en cuáles nos sentimos “expuestos”. Durante esos dieciocho siglos a los que hacemos referencia las opciones eran más o menos en blanco y negro, pertenecer o no; hoy las opciones y matices no son infinitas pero, como una función matemática, tienden a ello: siempre podemos encontrar una variable más.
Si pienso sólo en términos de la judería uruguaya (tomo prestado el término del léxico tradicional sefaradí) se me ocurren varias alternativas. Entre ellas, y para toda una generación, los movimientos juveniles son el hogar en lo que hace a judaísmo; aun para muchos adultos ese es EL lugar judío por excelencia. Para muchos padres, la escuela judía de tiempo completo, “integral”, es el hogar judío: el suyo y el de sus hijos. De hecho, estos espacios actúan como mínimo común denominador para considerarse dentro o fuera de lo judío; para muchos allí se juega dónde y cómo construiremos nuestro hogar judío como adultos. Pasada esta etapa fermental surgen más alternativas: para muchos uno está “en casa” como judío en los marcos comunitarios, llámese ayuda social o actos conmemorativos; otros en el quehacer político y social; y no pocos en las sinagogas. El Sionismo, ya sea “realizado” (efectivamente yéndose a vivir a Israel) o ideológico, también es un hogar amplio y generoso para muchos.
Como gusta citar nuestro rabino Ariel Kleiner en la NCI, muchos recrean su hogar judío una o dos veces al año en una suerte de “pequeño templo” consagrado no tanto al ritual sino a la tradición. El mero hecho de comer ciertos alimentos genera hogar judío; es tan básico como contundente. Nuestra memoria acude a estos recuerdos sensoriales por sobre los intelectuales. Éstos últimos exigen otro tipo de esfuerzo y dedicación, que en términos generales, están dedicados a ganar el sustento, educar hijos, y cuidar a nuestros mayores; preceptos no menores por cierto.
No puedo no mencionar espacios públicos que son “hogar”, siempre refiriéndome a Montevideo: la rambla un sábado o un domingo de mañana (nunca de tarde); ciertas salas cinematográficas; algunos teatros; algunos restaurants o bares. Seguro que siempre se podrá encontrar un minián en esos entornos.
En uno de sus mejores temas Paul Simon escribe: “I wish I was homeward bound”, “desearía estar en el camino a casa”. Qué es casa u hogar y cuál es el camino parece ser una cuestión inherente a lo judío desde tiempos ancestrales. No en vano tanto Simon como Dylan, ambos de fuerte origen judío, abundan en sus letras en el tema del camino y la búsqueda, de la fragilidad y la ajenidad; si bien la tradición americana abreva estos temas la influencia judía es indiscutible. Muchas veces, sin embargo, quedamos reducidos a un concepto de “hogar judío” que se asemeja mucho al shtetl europeo, sin hablar ya del guetto, cuyas implicancias son muy otras. Creamos y generamos nuestro pequeño mundo tanto geográfico como ideológico y sin darnos cuenta el mismo puede irnos acorralando sin darnos respuestas a nuevas situaciones. Es buen momento para preguntarse, “¿cuál es mi camino a casa?”.
Fuente:tumeser.com
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