DAVID ALANDETE
Tantas veces se había dado por segura la caída de Bachar el Asad en Siria, que los recientes éxitos bélicos de su Gobierno en la guerra civil que consume al país han sorprendido a las potencias occidentales, que nominalmente apoyan a los rebeldes, sin planes de acción inmediatos. En numerosas instancias, oficiales de la Casa Blanca, el Pentágono y el departamento de Estado norteamericanos habían dicho que el desmoronamiento del régimen era solo cuestión de tiempo. Pero después de 27 meses de conflicto, El Asad no solo está en el poder, sino que la semana pasada logró retomar la estratégica localidad de Qusair en la frontera con Líbano, y su Gobierno ha avanzado en días recientes que ahora se dispone a retomar la ofensiva contra el bastión rebelde de Alepo.
Julio del año pasado marcó un punto de inflexión en el conflicto sirio. Un ataque suicida contra el cuartel general de la Dirección General de Inteligencia de Siria mató a varios miembros de la cúpula militar del régimen. Entre ellos se hallaba el viceministro de Defensa Assef Shawkat, cuñado del presidente El Asad. Tras aquel ataque, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, ordenó que la Guardia Revolucionaria iraní incrementara el suministro de armas a Damasco, y que tomara una parte más directa en el entrenamiento de combatientes sirios. En septiembre, 150 instructores militares iraníes llegaron a Siria, a entrenar a milicias progubernamentales. Los efectos de ese entrenamiento se están dejando notar ahora. Irán fue, también, responsable de que Hezbolá se involucrara de forma más directa en el conflicto.
Según estimaciones del Gobierno francés, a finales de mayo Hezbolá tenía entre 3.000 y 4.000 hombres luchando en Siria, la mayoría en la ofensiva contra Qusair. Los líderes de esa milicia, como el jeque Hasán Nasralá, han dejado de esconder su apoyo material y directo a El Asad, y ahora admiten, en discursos públicos, que su futuro y supervivencia se juegan en la guerra civil Siria. Si cayera El Asad caería una parte central del eje de poder chiita que une Teherán con Líbano a través de Damasco, controlado por la minoría alauí, que es una derivación del chiismo.
“Ciertamente, en los pasados días se ha visto un punto de inflexión en el conflicto sirio. Pero dudo de que ese sea el final de la historia, pronto puede llegar otro punto de inflexión que vuelva a invertir las tornas. Los recientes avances del régimen implican que ahora los poderes externos occidentales prestarán un apoyo más decidido a la oposición, incluso con armamento”, explica David Pollock, analista en el instituto Washington sobre Política de Oriente Próximo. “Y aun así, puede que el suministro de armas a los opositores no sea suficiente, y que vuelva a dejar las cosas en punto muerto, y pronto otras voces pedirán otras medidas, como la imposición de una zona de exclusión aérea”.
En marzo de 2011, cuando la revuelta en Siria estaba en su infancia, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó una zona de exclusión aérea en Libia, que la Alianza Atlántica se encargó de imponer. Aquello dejó al régimen de Muamar el Gadafi sin la capacidad de emplear sus defensas aéreas, y permitió, a la larga, una victoria de los opositores.
El Ejército sirio ha intensificado notablemente en semanas recientes el uso de helicópteros y aviones de combate. Según un informe elaborado por la inteligencia norteamericana, solo en mayo hubo al menos 500 ataques aéreos contra posiciones rebeldes. El régimen emplea también aviones para mover en su territorio no solo material bélico, víveres y soldados, sino también guerrilleros extranjeros. Entre estos últimos se hallan milicianos del grupo libanés Hezbolá y combatientes chiítas llegados de Irak. En los pasados días ha habido frecuentes traslados de milicianos en helicóptero a la provincia de Alepo, donde el Gobierno ha avanzado que podría centrar su próxima ofensiva.
A nivel interno, el Gobierno sirio se ha valido en parte de las unidades más preparadas de sus fuerzas armadas, como la Cuarta División Acorazada, la Guardia Republicana o las Fuerzas Especiales. Según la estimación más reciente del Instituto de Estudios Estratégicos, sus efectivos se han visto reducidos a la mitad desde que comenzara el levantamiento, mermados por defecciones y bajas. Hoy, el núcleo duro de las fuerzas armadas de El Asad, sus soldados leales, no supera los 50.000. Pero a ellos hay que añadir a los hasta 60.000 milicianos que forman parte de diversos grupos paramilitares.
Sobre todo, El Asad ha empleado a la milicia shabiha, formada en los años 80 del siglo pasado y compuesta en su mayoría por miembros de la comunidad alauí, a la que pertenece la familia del propio presidente El Asad, y los llamados comités populares, creados como grupos armados de autodefensa en comunidades partidarias del régimen. Según un informe de la Organización de Naciones Unidas de mayo, “recientemente, el régimen ha comenzado a integrar a los Comités Populares y otros grupos simpatizantes en una nueva fuerza paramilitar llamada Fuerzas de Defensa Nacional, institucionalizando a las milicias existentes y organizándolas con una estructura operativa”.
Fuente:elpais.com
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