PABLO MOLINA
La quinta parte de la población israelí está formada por árabes, lo que convierte a éstos en la minoría más importante del Estado judío. El conflicto territorial con los palestinos convierte a los árabes residentes en Israel en un cuerpo extraño, difícil de encajar en el esquema de confrontación entre judíos y árabes, mayoritariamente musulmanes, con el que se interpretan habitualmente las relaciones políticas en la región.
Esa es, al menos, la percepción general si se atiende solamente a las proclamas de los partidos árabes con representación en el Parlamento israelí (Knéset), Lista Árabe Unida y Balad, dos formaciones que en los comicios de enero de este año consiguieron cinco y tres diputados, respectivamente. El resultado electoral es discreto, cierto, pero ambos se situaron por encima de Kadima, el partido creado por Ariel Sharón en 2005, que se quedó en sólo dos escaños, cuando en los anteriores comicios había sido el más votado.
Sin embargo, una cosa es el discurso oficial de los políticos árabes, vinculado en exclusiva al conflicto palestino-israelí, y otra muy distinta la percepción que los ciudadanos árabes de Israel tienen acerca de su país y de su papel como minoría en el mismo.
El Índice de la Democracia Israelí, encuesta anual realizada por elIsrael Democracy Institute, es la mejor herramienta para comprobar la opinión que los israelíes tienen acerca del funcionamiento de sus instituciones democráticas. En el caso de la población árabe, adquiere especial interés, por los condicionantes antes citados. En su más reciente edición, correspondiente a 2012, encontramos respuestas que llaman poderosamente la atención, sobre todo si se las compara con el discurso del establishmentárabe local.
Así, lo primero que llama la atención es que el 44,5% de los árabe-israelíes se muestra orgulloso de ser israelíes (un 14,1% afirma estar “muy orgulloso”), mientras que para los partidos árabes presentes en la Knéset un árabe no puede ser jamás israelí, sino, como mucho, árabe palestino en Israel. Un porcentaje prácticamente idéntico (44%) considera adecuados los usos democráticos de las instituciones del país (casi un 8% cree que Israel es “demasiado democrático”), mientras que tan sólo un 11% afirma que el Estado judío no es “suficientemente democrático”. Aquí, de nuevo, se registra un acusado contraste con el liderazgo político árabe-israelí, según el cual Israel no es de ninguna manera un país democrático.
Acostumbrados a una visión de los asuntos públicos homologable a la del ciudadano medio occidental, los árabes israelíes valoran mucho más la lucha contra graves problemas cotidianos como la calidad de la sanidad y la educación o el desempleo que la guerra constante contra el “enemigo sionista” a que les aboca la retórica de sus dirigentes políticos. Según el Fondo Abraham, dedicado al fomento de la convivencia y la igualdad entre judíos y árabes en Israel, sólo el 12% de los árabes israelíes cree que la causa palestina es más importante que resolver los problemas que acucian al país a causa de la crisis económica.
Este alejamiento de las élites políticas árabes que operan en Israel respecto a las verdaderas preocupaciones de sus votantes estaría detrás del desplome en la participación electoral de los árabes israelíes, que en estos momentos se sitúa en un 50%, muy por debajo del porcentaje de judíos que participa habitualmente en los procesos electorales. Es el resultado inevitable de una situación prolongada ya en el tiempo, con los representantes políticos de una minoría defendiendo intereses distintos de los de su base electoral, cuando no directamente opuestos.
Fuente: Libertad Digital