Holocausto gay

ROSALÍA SÁNCHEZ

“Conocer a Rudolf Brazda y escuchar de su propia boca el relato de su destino fue uno de los grandes regalos que me ha dado la vida”, reconoce hoy el alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, que se encontró por primera vez con Brazda en 2008 y que participa ahora, emocionado, en el centenario de su nacimiento, cuyo acto central tendrá lugar en Weimar. Como último superviviente homosexual de los campos de concentración nazis, el testimonio de Brazda se ha convertido en un referente imprescindible de la historia del Holocausto gay y, tras su muerte en agosto de 2011, el eco de su relato es la última voz de los entre 10.000 y 15.000 homosexuales que pasaron por los campos de concentración nazis.

La política del Tercer Reich sobre la homosexualidad quedó públicamente definida en el discurso que Adolf Hitler pronunció el 18 de febrero de 1937 y en el que dijo: “Si admito que hay de uno a dos millones de homosexuales eso significa que un 7 u 8% de los hombres son homosexuales. Y si la situación no cambia, significa que nuestro pueblo será infectado por esta enfermedad contagiosa. A largo plazo, ningún pueblo podría resistir a tal perturbación de su vida y su equilibrio sexual… Un pueblo de raza noble que tiene muy pocos niños posee un billete para el más allá: no tendrá ninguna importancia dentro de cincuenta o cien años, y dentro de doscientos o quinientos años estará muerto”.

Hitler justificó en ese discurso la solución final a un problema que consideraba asociado a la competitividad y el rendimiento de la sociedad alemana: “La homosexualidad hace encallar todo rendimiento, destruye todo sistema basado en el rendimiento. Y a esto se añade el hecho de que un homosexual es un hombre radicalmente enfermo en el plano psíquico. Es débil y se muestra flojo en todos los casos decisivos… Nosotros debemos comprender que si este vicio continua expandiéndose en Alemania sin que lo combatamos, será el final de Alemania, el fin del mundo germánico… Hay que abatir esta peste mediante la muerte”.

Quién es Brazda

Para cuando Hitler pronunciaba estas palabras, Brazda, nacido en Turingia y que mantuvo su primera relación con un hombre a los 20 años, ya había pasado seis meses en prisión en 1937. Pero fue en 1941 cuando la policía lo detuvo e ingresó en el campo de concentración de Buchenwald.

“Los homosexuales éramos agrupados en comandos de liquidación. Recibíamos incluso menos comida, más trabajo y supervisión estricta. No se nos permitía entrar a las dependencias médicas si no era para ser sometidos a experimentos, de modo que ocultábamos nuestras dolencias porque si uno de nosotros enfermaba eso solo aceleraba su ejecución”, relataba en la biografía que escribió el también ya fallecido Alezander Zinn y titulada ‘La suerte siempre vino hacia mí’. En este libro, Brazda denuncia el Holocuasto gay y testifica contra la crueldad de los guardianes, que se divertían atando de pies y manos a los prisioneros antes de soltar a los perros que los devoraban, así como la multitud de abusos sexuales a que eran sometidos en los campos de concentración.

Este último punto nos lleva al hecho de que los historiadores que van hurgando en la vida sexual de los nazis se topan con el pasado homosexual de muchos de sus jerarcas, como Rudolph Hess, hombre de confianza de Hitler; Hans Frank, ministro de Justicia, o Ernst Rohm, cofundador y comandante de las SA. Cuando todavía era posible mofarse en público, de hecho, las Juventudes Hitlerianas eran popularmente conocidas en Alemania con el mote de ‘Juventud Homo’, lo que complica tremendamente la relación del nazismo con la homosexualidad, plasmada legalmente en el ‘Parágrafo 175’ que prohibía la “fornicación entre hombres” y que fue asumido después de la II Guerra Mundial por las legislaciones, tanto de la RDA comunista como de la República Federal. Alemania occidental suavizó este concepto legal en 1969 y lo eliminó en 1994. En la RDA siguió existiendo hasta 1988. Más de 50.000 personas fueron condenadas en sentencias judiciales en la Alemania de postguerra debido a esta legislación.

“Por eso el testimonio de Brazda es de una importancia vital. Creo sinceramente que los homosexuales no podemos enfrentarnos a nuestra realidad y a nuestra vida pública de la misma manera después de escuchar lo que él tenía que contarnos”, advierte Wowereit.

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