MAURICIO MESCHOULAM
Brasil, dicen hoy algunos medios, ha dejado de ser la “estrellita” y aterriza abruptamente en una realidad que subyacía aparentemente oculta. Sin embargo, los factores estructurales normalmente no se esconden; están ahí, expuestos, haciendo de las suyas, aunque no todas las veces decidamos poner el foco sobre ellos. Una fotografía siempre supone la elección del fotógrafo no sólo de lo que debe ser retratado, sino de lo que debe quedar fuera del retrato. Pero la vida no es una fotografía. En todo caso se parecería más a un remolino de imágenes y circunstancias entretejidas. El problema de contar una única historia sobre algo, nos enseña Chimamanda Adichie, novelista nigeriana, es que perdemos de vista la complejidad de los fenómenos. Relatamos un solo cuento, una sola narrativa de las cosas, nos la creemos y pensamos que todo lo que sucede en torno al tema se reduce a eso.
Así nos ha llegado a pasar a nosotros mismos cuando contamos la historia de lo que acontece en México. En ciertos periodos pareciera que nuestra única narrativa tiene que ver con sangre, con violencia, secuestros, corrupción y muerte. La propia Adichie nos platica que ella también fue cómplice de creerse una sola historia sobre México. Mientras estuvo en Estados Unidos, el relato único que se contaba acerca de nuestro país tenía que ver con inmigrantes que saqueaban al sistema de salud, se infiltraban ilegalmente a través de las fronteras y eran arrestados. Cuando de pronto un día llegó a Guadalajara, dice, se sorprendió porque había gente caminando en la calle, yendo al trabajo, amasando tortillas, fumando y riendo. Y claro, esas cosas también suceden, aunque no sean llamativas o no jalen la atención de los medios.
Hay historias de pobreza y desigualdad. Hay historias de corrupción. También hay historias de desarrollo, de transparencia y honestidad. Hay historias de violencia, y hay historias de paz, de reconciliación, de resurgimiento, de rencuentro. Pero cuando dejamos de complejizar nuestra narrativa sobre las realidades, diera la apariencia que pasamos del supuesto éxito al fracaso, o del fracaso al éxito en sólo unos días.
Y así pasa con Brasil. Apenas meses atrás, la “celebridad” del mundo en desarrollo. El líder de las economías emergentes. Ese país que con Lula a la cabeza había sacado a millones de la pobreza para incorporarlos a una vigorosa clase media. Pocos parecían percatarse de que detrás de esa séptima economía del mundo, a decir del Banco Mundial, se encontraban también las tensiones producidas por la desigualdad, la cual, medida por el coeficiente de Gini —y esto no es nuevo—, se encuentra incluso en peores circunstancias que en nuestro caso. O bien, ¿cuántos notaron que a pesar de ser la 7° economía del planeta, en indicadores como el Índice de Desarrollo Humano Brasil sigue siendo el país 85, por debajo de Líbano, Venezuela, o Libia? Las manifestaciones de hoy sorprenden a quienes contaron y creyeron la narrativa única. La del Brasil de los BRICS, que logra oponerse a las economías industrializadas en los foros mundiales, o el que consigue llevar a su territorio los próximos Olímpicos y el Mundial.
Pareciera que cuando sólo se ponen los reflectores en una sola historia de las cosas, tienen que salir cientos de miles a las calles a recordar al mundo que si bien los reportes de éxito son innegables, éstos no constituyen el único relato acerca de las complejas circunstancias que en ese país se viven. Detrás del telón se encuentran otras narrativas. Las de inflación, las de falta de acceso a oportunidades, las de corrupción. Así, el logro de los manifestantes no consiste en hacer que se regrese el precio del transporte a su valor anterior, sino en conseguir que acerca de Brasil, como nunca, hoy comiencen a fluir decenas, cientos de historias diferentes.
Fuente: El Universal
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