La sangrienta tragedia naval del Titanic nazi

MANUEL P. VILLATORO

Entre todas las tragedias navales que se han sucedido a lo largo de la Historia, el sobrecogedor choque del transatlántico Titanic contra un iceberg siempre se ha alzado por encima del resto. Sin embargo, existe una catástrofe algo más desconocida pero que, a día de hoy, sigue siendo el mayor desastre marítimo del mundo: el del Wilhelm Gustloff, un buque nazi en el que, tras ser torpedeado, murieron más de 9.000 refugiados y militares del Reich al final de la II Guerra Mundial.

Aunque menos cinematográfica, la historia del Gustloff es, en muchos puntos, similar a la del gigante que chocó contra un iceberg. En ambos había botes salvavidas insuficientes para poner a salvo a todo el pasaje; en los dos hubo que usar armas de fuego para controlar a los pasajeros desesperados que intentaban subirse a las barcas de salvamento y en ambos hubo una ingente cantidad de fallecidos. No obstante, en la catástrofe del buque nazi fallecieron seis veces más personas que en el barco de la White Star Line.

El buque de la Alegría

La construcción de este gigante de los mares se dejó a cargo de los astilleros Blohm & Voss por mandato de Adolf Hitler, quien ordenó además que el buque debería ponerse a las órdenes de la Kraft durch Freude (KdF), una organización nazi dedicada a establecer las vacaciones de los habitantes de Alemania. En 1937, tras muchos meses de fabricación, este transatlántico fue botado definitivamente por el mismísimo Führer.

«El primero de mayo de 1937 se anunció en la radio y en la prensa: “El primer buque de nueva construcción de la KdF del Frente Alemán del Trabajo será botado el 5 de mayo de 1937 en la explanada del astillero Blohm & Voss de Hamburgo. El Führer y canciller del Reich, Adolf Hitler, viene a Hamburgo para el acontecimiento. […] Todo Hamburgo está emocionado”», recuerda Heinz Schön, uno de los pocos hombres que lograron salvar la vida en esta catástrofe naval, en su libro «La tragedia del Gustloff. Relato de un superviviente».

En cuanto a su nombre, y a pesar de que en un principio se barajaban otras posibilidades, finalmente se decidió botar este transatlántico como Wilhelm Gustloff en honor de un político nazi asesinado algunos años antes. Así, aquel 5 de mayo, miles de miembros del partido nazi, soldados, y civiles, enarbolaron sus banderas para recibir a este nuevo buque de recreo bajo los gritos de «Sieg heil» (victoria y gloria).

El gran transatlántico de Hitler

Con 208,5 metros de eslora y 23,5 metros de manga en su parte más ancha, este buque no contaba con la gran envergadura del Titanic (que le superaba en 60 y 5 metros respectivamente). No obstante, las dimensiones del barco nazi le convertían, según recoge Schön, en el 5º buque alemán de mayor tamaño y en el 25º a nivel internacional.

El Gustloff fue ideado para transportar aproximadamente a 1.465 pasajeros por travesía (a los que se sumaban los aproximadamente 500 tripulantes), para lo cual necesitaba de unas colosales instalaciones en su interior. «Alimentar a casi 2.000 personas no era tarea fácil. En la cocina trabajaban 28 personas. Por menú se preparaban unos 400 litros de sopa, 160 litros de salsa, 400 kilos de verduras y 1000 kilos de patatas. […] En la cafetería se usaban cada día una media de 50 kilos de café, 100 kilos de azúcar, y en cada comida, 800 litros de líquido y 250 litros de leche. En el bufé, donde se cortaba, se untaba y se disponía el pan, se consumían 10.000 rebanadas de pan al día, dos barriles de mantequilla de 125 kilos y 100 kilos de queso en cada merienda» señala el superviviente.

Este buque se destacaba además por una curiosa característica: no contaba con clases, pues todos los camarotes eran de un lujo considerable y similar. Sólo había una excepción, la estancia creada especialmente para Hitler. «El “Camarote del Führer” se diferenciaba de los demás camarotes del “barco sin clases” por un equipamiento mejor, aunque no extremadamente lujoso», completa Schön en su libro.

Primeras travesías y transporte de la Legión Cóndor

Después de realizar una travesía inaugural el 23 de marzo de 1938 sin incidentes, el Wilhelm Gustloff comenzó a llevar a cabo todo tipo de ostentosos viajes a múltiples partes del mundo. De hecho, pronto comenzó a hacerse famoso por efectuar un trayecto a la isla de Madeira. Para sus pasajeros, cruzar los mares a bordo de este inmenso transatlántico era todo un honor y un privilegio.

Sin embargo, tras apenas unos meses en activo como barco de recreo, el Gustloff llevó a cabo la primera de las muchas misiones militares que, en un futuro, tendría que realizar. Y es que, el 22 de mayo de 1939 el Führer ordenó a este trasatlántico dirigirse a Vigo, donde tenía la orden de recoger a la Legión Cóndor, los soldados alemanes que habían combatido junto a Franco en la guerra española.

«En España había finalizado la Guerra Civil. La participación alemana en esta guerra en suelo español, una especie de “escenario de prueba” para la Segunda Guerra Mundial, había comenzado el 1 de agosto de 1936 con la llegada de los primeros 85 voluntarios alemanes. Después, Hitler había decidido apoyar masivamente a Franco. Entre 1936 y año nuevo de 1939 invirtió 500 millones en este nuevo campo de maniobras para las tropas, en nuevas armas y en nuevas tácticas, en aviones alemanes, blindados, munición, y 20.000 soldados», determina el escritor alemán.

Pocos días después, el Gustloff amarró en el puerto ante los aplausos y las lágrimas de alegría de los militares españoles. «A primera hora de la mañana del 25 de mayo de 1939 llegaron al Gustloff altos oficiales españoles y oficiales de aviación alemanes […] A la mañana siguiente […] la España de Franco se empleó a fondo para la despedida. Miles de fascistas estaban de pie en el puerto para decir adiós a sus compañeros de armas; la noche anterior tuvieron celebración a bordo con ellos», añade Schön.

Un hospital sobre el mar

No obstante, todo cambió para el Gustloff el día en que Hitler hizo oficial el inicio de la II Guerra Mundial. Aquella mañana del 1 de septiembre de 1939, el líder nazi se dirigió mediante un discurso a multitud de buques para ordenarles servir de apoyo a las Fuerzas Armadas convirtiéndose en barcos hospital.

Con esta decisión, Hitler desveló definitivamente el maquiavélico plan que llevaba orquestando años atrás. Y es que, como Alemania tenía prohibida por la comunidad internacional la construcción de cualquier buque que pudiera ser destinado para la guerra, había ordenado crear varios barcos que pudieran reconvertirse rápidamente en hospitales y armas flotantes.

Uno de ellos era el Gustloff, que en poco tiempo se modificó para surcar los mares como un buque enfermería. Para ello, se pintó enteramente de un blanco impoluto sólo atravesado por una gruesa línea verde. A su vez, se añadió en su chimenea el símbolo de la cruz roja. Si antes su aspecto era, cuanto menos, imponente, ahora este gigante había adquirido la apariencia de un fantasma.

«A partir del 1 de septiembre de 1939 ya no hubo ningún buque de Fuerza y Alegría llamado Wilhelm Gustloff. […] Se terminó el sueño del buque de recreo, de las travesías marítimas para los trabajadores, de los espléndidos viajes a Madeira, alrededor de Italia y a los fiordos noruegos. Fue un breve sueño como buque de la KdF el que pudo soñar el Wilhelm Gustloff. Duró apenas un año y 116 días. El tiempo de la alegría había terminado», finaliza el escritor.

Tras entrar a formar parte de la Armada, el Gustloff participó en varias misiones de rescate y curación de heridos a lo largo de toda la costa. A su vez, fue uno de los buques hospital movilizados por Hitler para llevar a cabo la «Operación León Marino» es decir, la ocupación nazi de Gran Bretaña. No obstante, finalmente este plan no se llevó a cabo.

Al servicio del ejército

Después de que se cancelara la «Operación León Marino» el Gustloff fue dado de baja como buque hospital y reconvertido, el 21 de noviembre de 1940, en una vivienda para la Sección II de la Segunda División de Instrucción Submarina. Además, para darle una mayor apariencia militar, se volvió a repintar de forma similar a los buques de la Kriegsmarine y se le añadieron algunas ametralladoras antiaéreas como posible defensa ante los cazas aliados. Sin duda, algo insuficiente para un transatlántico de esas dimensiones.

«Acabó anclado en el puerto de Stettin durante más de cuatro años, convertido en el alojamiento de los cadetes de la cercana base de instrucción en guerra submarina», determina por su parte Justino Balboa en su libro «Grandes enigmas de la Segunda Guerra Mundial». En cambio, cuando la opinión general era que ya nunca volvería a navegar, el Gustloff recibió su última misión, la que condenaría a casi 10.000 personas a la muerte.

«Operación Hannibal», el inicio de la matanza

De esta forma, en enero de 1945 la situación cambió para el olvidado y amarrado Gustloff. Aquel fatídico mes, el transatlántico recibió la orden de dirigirse a la región de Gdynia -ubicada en Polonia- para rescatar a los refugiados alemanes que huían del avance del ejército rojo en la Prusia Oriental. Y es que los rusos, ávidos de venganza, se cernían ahora inexorablemente sobre el territorio nazi.

El Gustloff formaba parte de la llamada «Operación Hannibal», un plan mediante el que los líderes nazis pretendían, con la ayuda de 1.100 buques, desplazar a más de dos millones de refugiados a territorio seguro y fuera del alcance de la guerra. No obstante, lo que no sabían los altos mandos era que, a pesar de que salvarían a un gran número de civiles, las aguas del Báltico quedarían teñidas de rojo con la sangre de los fallecidos en el hundimiento del transatlántico que, en su día, ordenó construir Hitler.

«Todos los buques disponibles en el Báltico (militares, mercantes e, incluso, pesqueros) fueron destinados a la evacuación. En aquellos momentos, en el puerto, más de 60.000 refugiados trataban de abordar las naves, en un estado total de caos y confusión. Mientras los oficiales intentaban contabilizar y distribuir lo mejor posible a los pasajeros, eran muchos los que subían a bordo desordenadamente burlando la guardia», explica Balboa.

Una carga 9 veces superior a la debida

Eran momentos desesperados, pues quedarse en tierra para la población significaba hacer frente a una muerte casi segura. Por ello, y a pesar de que se habían asignado una serie de pasajes provisionales para el Gustloff, fueron miles los que lograron hacerse un hueco a costa de la incapacidad moral de los guardias, quienes no pudieron negar la entrada a nadie. Así, el transatlántico contaba el día de su partida con miles de pasajeros a bordo.

«Las últimas investigaciones dicen que (con independencia de las cifras oficiales) a bordo del Gustloff se hacinaron 8.956 refugiados, 918 oficiales y marineros de la 2ª División de Submarinos, 373 mujeres del cuerpo femenino auxiliar de la armada, 173 auxiliares y 162 heridos graves, lo que hacía un total de 10.582 personas» completa el autor de «Grandes enigmas de la Segunda Guerra Mundial». Es decir, el transatlántico partía nada menos que con una carga 9 veces superior a la aconsejable.

Sin embargo, el problema no era únicamente que no quedara ni un resquicio libre en el veterano buque –algo que dificultaba las posibilidades de supervivencia en caso de catástrofe naval-, sino que no había a bordo botes suficientes para todos los pasajeros. De hecho, en caso de que sucediera un contratiempo y se hiciera necesario abandonar a su suerte el barco, únicamente existían balsas de salvamento para unas 5.000 personas.

Partida hacia la muerte

Con todos estos problemas en sus anchas y metálicas espaldas, el Gustloff levó anclas el 30 de enero de 1945, día en el que, curiosamente, los alemanes celebraban la subida de Adolf Hitler al poder en Alemania. Aquel día, en cambio, los ánimos no estaban para fiestas. El frío sacudía a aquellos que se encontraban en las cubiertas superiores y la baja temperatura del mar hacía imposible la supervivencia de aquel desdichado pasajero que resbalara y cayera al mar.

Por su parte, la tripulación militar del buque tampoco celebraba realizar ese viaje, pues sabían que estaban casi indefensos ante cualquier ataque. De hecho, temían sobremanera un asalto marítimo debido a la presencia en el Báltico de multitud de submarinos soviéticos y a la escasa escolta que había recibido el Gustloff (un pequeño torpedero –el Löwe- que poco podría hacer ante una ofensiva coordinada del enemigo).

La decisión fatal

Tras algunas horas de viaje, y con los nervios a flor de piel, un mensaje llegó a los capitanes nazis que dirigían el buque. Las noticias no podían ser peores. Según se explicaba, una unidad de dragaminas alemana navegaba en su dirección y había peligro de colisión. Por ello, se hacía necesario encender las luces de posición del navío, hasta ahora apagadas, para que los barcos pudieran esquivar al poderoso Gustloff.

Tras una acalorada discusión en el puente, los oficiales dieron la orden y las luces se encendieron. Sin embargo, y exactamente como temían, el breve momento en el que estuvieron activadas reveló la posición del transatlántico, que fue visto por el submarino soviético S-13 al mando de Alexander Marinesko. Él sumergible del Ejército Rojo no lo dudó, cargó cuatro torpedos y tomó posiciones para atacar el flanco de un buque cargado de civiles y tropas del ejército de Hitler.

«A las 23:00 en punto, hora de Moscú, el submarino se colocó en posición de disparo. El S-13 se acercó a unos 1.000 metros del objetivo. Marinesko ordenó preparar los torpedos de proa para un ataque en superficie y sumergirse luego a una profundidad de tres metros. Cuando la proa del enorme buque fue reconocible en el centro de la retícula del periscopio del S-13, Marinesko dio la orden», explica el escritor alemán. No había vuelto atrás, el sumergible ruso había lanzado sus cuatro torpedos.

Tres impactos mortales

Unos minutos después, aproximadamente a las nueve y cuarto de la noche, tres impactos hicieron blanco en el costado de estribor del Gustloff. Las explosiones, que zarandean el buque, fueron las inyecciones mortales que condenaron a los miles y miles de pasajeros.

El primero impactó sobre la proa, provocando el cierre de los mamparos de seguridad que evitaban que el barco se fuera a pique. En un suceso similar al acaecido en el Titanic, miles de personas se quedaron aisladas en la sección delantera del barco, ahora sellada, sin posibilidad de subir al exterior. Estaban condenadas a morir ahogadas.

El segundo torpedo, por su parte, estalló en la piscina interior de la cubierta más baja del Gustloff, la cual se había vaciado para que se acomodaran en ella varias decenas de enfermeras auxiliares de la marina. «La mayoría de las víctimas ni siquiera debió de oír el estruendo. La muerte les sobrevino en el barco de la forma más fácil, las sorprendió mientras dormían», completa Schön. Finalmente, el tercero chocó contra la parte trasera del barco, mientras que el cuarto no llegó a salir, debido a un fallo mecánico, del S-13.

El terror se apodera del pasaje

Casi automáticamente, y a sabiendas de que el número de botes era insuficiente, una avalancha humana se lanzó sobre las escasas barcazas de salvamento mientras el barco se escoraba a estribor. En apenas 10 minutos el terror se apoderó de toda alma a bordo. Desde el puente, la orden fue clara: ¡Mujeres y niños primero!

Pero, como era de esperar, muchos hombres no aceptaron esta premisa y cargaron contra los botes y los oficiales que los custodiaban. Así, en una situación muy similar a la sucedida en el Titanic, algunos soldados se vieron obligados a abrir fuego con sus pistolas sobre los pasajeros para evitar que ningún varón subiera antes que una mujer o un niño a un bote salvavidas.

«Mientras la gente buscaba desesperadamente en la cubierta superior del Gustloff alguna posibilidad de salvación, muchos seguían luchando en el interior del buque contra un destino horrible; yacían heridos o aturdidos por los gases de las detonaciones, en los camarotes, por los corredores y en las salas, estaban tirados, tumbados en el suelo o corrían desesperados de un lado a otro», añade en su texto el autor de «La tragedia del Gustloff»
En pocos minutos los botes se acabaron a pesar de que aún quedaban miles de mujeres, niños y hombres a bordo de este ataúd de metal. En ese momento la desesperación se hizo todavía más palpable mientras cientos y cientos de personas trataban de aceptar el cruel destino que les esperaba en aquellas gélidas aguas.

Los últimos minutos del gigante

El Gustloff no tardó mucho en irse al fondo del mar llevandose consigo a todas esas almas en su interior. Tal fue la impotencia de algunos pasajeros que, según narra Schön, un oficial alemán prefirió disparar a su familia –una mujer y dos niños menores de cinco años- antes de que estos murieran ahogados.

Finalmente, y aproximadamente una hora después de que el S-13 disparara sus mortales torpedos contra el navío nazi, el Gustloff se fue al fondo del Báltico junto con 9.400 personas y dejando unos 1.000 escasos supervivientes. Los números hacen que, aún hoy, el desastre de este buque sea el mayor de la historia naval.

Fuente:abc.es

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