HENRIQUE CYMERMAN
“La amistad entre el rabino Abraham Skorka y yo es un ejemplo de que el diálogo en el mundo es posible y que la amistad es posible. Ese es mi principal mensaje”, declaró a La Vanguardia el papa Francisco, tres meses después de su elección como jefe de la Iglesia católica. El rabino argentino, con el que le une una larga y estrecha amistad, contestó al Pontífice: “Ese es el mejor de los mensajes que podemos dar. Y que algún día se pueda juntar a Roma y a Jerusalén en una nueva realidad de paz”.
El pasado abril, este corresponsal dio una serie de conferencias en Buenos Aires sobre Oriente Medio. Al final del acto principal me hicieron una pregunta que me dejó estupefacto: “¿Te gustaría encontrarte con el papa Francisco en el Vaticano? Ambos queremos hacer la revolución”. Era Skorka, jefe del seminario rabínico conservador judío de Buenos Aires y líder de la comunidad Bnei Tikva. Pocos entienden tan bien la forma de pensar del Francisco como este judío argentino.
Su relación empezó en 1990, en un acto en el que se conmemoraba la independencia de Argentina. El rabino y el actual Papa, que en esos años se convertiría en arzobispo de Buenos Aires, se dieron la mano. “El momento clave en nuestra relación fue cuando todo empezó con un chiste de Jorge Mario Bergoglio. Yo quería saludarle y comentarle una cuestión teológica de su discurso, pero él, que es un acérrimo seguidor del equipo de fútbol San Lorenzo y que sabía que yo soy del River, me miró con cara muy seria y me dijo: ‘Según parece, este año ustedes van a comer cazuela de gallina’. Y es que los fans del River son llamados gallinas, ya que durante un cuarto de siglo no tuvieron mucho éxito… En este chiste había un mensaje y era que al arzobispo no le gustaban los protocolos y que su puerta estaba abierta”, cuenta Skorka.
El día en que Bergoglio fue elegido Papa, el rabino y su esposa lo seguían por televisión: “Todo el tiempo yo le decía a mi mujer: ‘Mi amigo Jorge Mario va a ser Papa’. Y ella decía: ‘¡No, no, no puede ser!’, como diciendo: ‘¡Pobre, ya tiene muchos años! ¡Ya hizo mucho!’. Pero yo insistía: ‘No, él va a ser’, un poco en broma y mucho en serio. No me extrañó, pero me sacudió el corazón, la mente y el corazón”.
Al día siguiente, el móvil del rabino sonó en la calle, en Buenos Aires, y al otro lado escuchó la voz de su amigo. “Hola, rabino Abraham. Estoy en el Vaticano y no me dejan volver”, le dijo con humor el Papa. Bergoglio que pensaba que pronto se iría a una casa de retiros, pero el destino quiso algo distinto. Aunque el rabino insiste: “Cada broma en él tiene un doble sentido. Es una persona realmente humilde. Hay mucha gente que me dice: ¿Él se hace o es?. Él es. No hay una cuestión hipócrita en él”.
Días después de la conferencia, el rabino llamó a este corresponsal para comunicar que el Papa nos esperaba el 13 de junio, fecha en la que se cumplían tres meses de la fumata blanca. Incrédulo aún, nos encontramos en Castel Gandolfo, en la residencia de verano del Pontífice. Allí, Skorka y diez rabinos más participaban en un congreso judeocristiano con 20 sacerdotes de todo el mundo bajo el patrocinio de Francisco. De allí partimos en coche hacia el Vaticano y, por el camino, bromeé con Skorka acerca de la confluencia de varios argentinos en puestos de éxito, como el nuevo Pontífice, la reina Máxima de Holanda o Leo Messi. “Es una cuestión paradójica -respondió-. En Argentina hay mucha gente brillante. Lo puedo decir por mi querido amigo, el papa Francisco; brillante también en deporte, como Messi… Lo que no logramos hacer son equipos brillantes. O sea, una sociedad donde el brillo de cada uno pueda asociarse con el brillo del otro y crear una sociedad maravillosa, plena de brillo. En eso no somos buenos, todavía”.
Al llegar al Vaticano, pregunté al rabino si había entregado a alguien los nombres y datos de los que le acompañábamos. “No, el Papa me dijo cómo llegar y eso es todo. Él sabe que vengo contigo”. Al entrar en el Vaticano, la Guardia Suiza nos paró. “Tenemos una cita personal con el Papa”, dijimos. “¿Usted también?”, me preguntaron. “No, yo soy periodista, pero acompaño al rabino”. Normalmente, los periodistas no entran en la casa de Santa Marta, donde vive el Santo Padre, pero tras hacer una llamada se abrieron las puertas de par en par y nos invitaron a entrar. Así ocurrió en dos puestos de control más, hasta llegar al hogar del papa Francisco.
Nos hicieron esperar en un sala y, de repente, surgió una figura amable y humilde, con una simple cruz de plata al pecho y despojada de los clásicos ornamentos dorados y zapatos rojos. Tras abrazarse largamente con el rabino y saludarnos uno a uno, dijo: “Queridos amigos, bienvenidos. ¡Qué alegría! Bendito sea Dios y ojalá traiga la paz”. Y añadió: “Nuestra amistad que dura ya tantos años y es tan profunda es la prueba de que el dialogo entre religiones y seres humanos es posible”. A lo lejos nos seguía un cardenal que observaba con curiosidad y sorpresa.
El Papa y Skorka se retiraron a comer y yo esperé el final de su encuentro. A los pocos minutos apareció el Pontífice exclamando: “¡Me acabo de enterar de que ustedes esperan al rabino! Por favor, acompáñenme para que les den algo de comer en mi comedor”. Y guiñando el ojo añadió: “¡Aunque sea un sándwich!”.
“¿Y usted nos lleva?”, pregunté mientras caminábamos por los pasillos de la residencia entre las caras sorprendidas de los residentes de Santa Marta. “Les invito a comer. Son vicios de párroco”, comentó el Papa.
Tras felicitarle por la clasificación de su equipo de toda la vida, el San Lorenzo, para la copa de Sudamérica, él, que aún no conocía la noticia, se entusiasmó por momentos y contestó: “Llevo siempre su foto en la camisa, sobre el corazón”. Y añadió: “El otro día vi a un adepto de mi equipo en la plaza de San Pedro y le hice la señal de tres a cero, que fue el resultado de la victoria de nuestro club”.
Entramos en el comedor, en el que Francisco comparte mesa con sacerdotes de todos los rangos y países, y pidió a las monjas que se ocuparan de nosotros y nos dieran de comer. Las miradas sorprendidas de los comensales demostraban, una vez más, que para algunos no es fácil acostumbrarse al cambio de estilo en la era de Francisco, a este fin del papado medieval (sobre todo si se compara con su predecesor, Benedicto XVI, que no se movía de un sitio a otro sin estar acompañado por su séquito).
Desde el momento en que se conocieron en Buenos Aires, el entonces arzobispo Bergoglio y el rabino Skorka se fueron acercando gradualmente y empezaron a encontrarse varias veces al mes. Debatían cuestiones teológicas, sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo, la forma de luchar contra el fanatismo y el antisemitismo y temas de actualidad mundial. “A menudo el arzobispo venía a verme a mi comunidad en metro. Él siempre quiere estar junto a la gente y, cuidado, eso a veces le exponía e incluso recibía insultos. Y sin embargo siempre viajaba en metro”, destaca el rabino. A lo largo de los años, ambos decidieron plasmar sus diálogos y opiniones en un libro conjunto, Sobre el cielo y la tierra, en el que debaten cuestiones como Dios, el diablo, el fundamentalismo, la muerte, el divorcio, conflictos como el árabe-israelí y el holocausto.
Sobre el holocausto, el Papa plantea algo que puede generar polémica en ciertos sectores de la Iglesia y que el rabino Skorka subraya: “Él dice que hay que abrir los archivos para tratar de entender, realmente, cuál fue la actitud de la Iglesia. Por un lado analizamos la shoah, y él toma una postura que la podría tomar un judío: fue un crimen único en la historia de la humanidad, un evento especialmente dramático. Ni siquiera todos los judíos tienen este punto tan claro como lo tiene él. Y por otro lado analizamos la actitud de Pío XII con total claridad, porque nosotros hablamos sin barreras. No entiendo bien qué es lo que ocurrió, cómo pudo callar. El Papa dice que hay que abrir los archivos, hay que investigar, hay que saber la verdad y, en el caso de que haya culpa, asumir la culpa. Ambos creemos que el antisemitismo y otras formas de racismo son un pecado”. Francisco llegó a comentar a este diario que “dentro de cada cristiano hay un judío”, a lo que el rabino añadió: “Este es probablemente el mejor amigo del pueblo judío en la historia del Vaticano”.
En los últimos años, Bergoglio y Skorka grabaron, además, 30 programas de televisión para el arzobispado de la capital argentina, en los que debatieron sobre distintas cuestiones religiosas y de actualidad. Lo que más sorprendió al rabino fue cuando el periodista argentino Sergio Rubín, que escribió una biografía autorizada del Papa, El jesuita, le llamara para pedirle que escribiese el prólogo del libro. Skorka replicó sorprendido: “¿Yo? ¿Un judío?”. Y el escritor comentó: “Eso fue lo que decidió Su Santidad”. El rabino añade: “Cuando más tarde le pregunté al papa Francisco por qué me eligió a mí, dijo simplemente: ‘Porque me salió del corazón'”.
En sus encuentros con líderes europeos, el Papa comenta que la crisis en Europa no es sólo económica sino, ante todo, humana, y les pide que resuelvan rápidamente el drama de los millones de jóvenes desempleados. El rabino Skorka reconoce que, en el fondo, “el papa Francisco es un revolucionario” y, en Argentina, su biógrafo le llegó a llamar “el che Francisco”. Cuando pregunté a Skorka si ante tanto cambio le preocupa la integridad física del Papa, contestó. “Claro que sí, me preocupa mucho pero los dos somos hombres de fe y estoy seguro de que Dios lo va a cuidar”.
Mientras comíamos en el comedor del Papa, uno de los jóvenes que trabaja en el lugar se dirigió a nosotros: “El Santo Padre pide que le avisen cuando terminen de comer para que se pueda reunir con ustedes”. Tras esperar tres minutos en la sala de visitas de Santa Marta, Francisco y el rabino aparecieron, dando inicio a una larga conversación informal de casi una hora de duración.
Primero, el Papa dedicó libros a la Biblioteca Nacional de Jerusalén y al presidente de Israel y Nobel de la Paz, Shimon Peres. Luego le pregunté si pretende seguir los pasos de Juan Pablo II y visitar Tierra Santa, Israel y la ciudad palestina de Belén. El Papa contestó que Peres le ha invitado y que Skorka le propuso hacerlo conjuntamente, como un acto de entendimiento entre el cristianismo y el judaísmo. “Juntos pero cada uno en su creencia -subrayó el rabino-, pero ese sería el sueño de mi vida”. El Papa comentó que lo está estudiando y que la idea sería hacerlo a principios del 2014.
Lo más probable es que, de celebrarse esa visita, sea en febrero o, en cualquier caso, antes del final de la presidencia de Peres, en julio del año que viene. El presidente israelí está convencido de que Francisco puede contribuir de forma notable al acercamiento entre israelíes y palestinos y a la lucha contra el terrorismo. Quizá encabezando una conferencia internacional de líderes religiosos de las principales creencias para que, con su fuerza moral, rechacen aquellos que asesinan en nombre de Dios y declaren que el terrorismo se opone a la fe.
En uno de los programas del arzobispado, Bergoglio declaró: “El fanatismo es un problema ideológico, es una construcción mental que se impone en todo el ser hasta tal punto que yo diría que hasta llega a negar que somos de carne y espíritu. La carne pasa a un lado, domina lo ideológico. Lo que vemos en los casos tanto de los kamikazes como de los guerrilleros suicidas es cómo la propia vida no tiene sentido sino que lo que tiene sentido es la idea que yo me hice. Es un problema ideológico donde el detalle pasa a ser el eje central”.
En las próximas semanas, el presidente palestino, Mahmud Abbas, tiene previsto desplazarse a Roma para reunirse con el presidente italiano, Giorgio Napolitano, y para mantener una audiencia con el Pontífice. Según declararon a este diario fuentes de la Muqata, la sede palestina de Ramala, la intención es presentar una invitación oficial a Francisco. “Su política será muy equilibrada -insiste Skorka- y tomará en cuenta los derechos de los árabes. Él entiende la importancia del Estado de Israel para el pueblo judío, pero que nadie piense que no tendrá una postura ecuánime en todo lo que concierne a la solución del conflicto”.
Al despedirse de nosotros, el papa Francisco tuvo tiempo para otro gesto de humildad y humor a la vez: “A los invitados hay que acompañarles hasta la calle por dos motivos: para asegurarse de que se van y para que no se lleven nada que no les pertenece”.
Y añadió: “Por favor rezad por mí. Lo necesito”.
Fuente:lavanguardia.com
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