Crónicas Intrascendentes. Parte LXII

LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Sucesos Tristes

Prosigo con mi relato histórico. Al inicio de los noventas, específicamente en 1993, cuando viajé con mi esposa a Nueva York, estuvimos ocho o diez días en la Gran Manzana. Siempre hay nuevos sitios por descubrir, sobre todo exposiciones, espectáculos y la multicultural cocina que Nueva York tiene a través de una amplia gama de restaurantes para todos los bolsillos; mis favoritos son el Delis Stage y el Carnegie, ambos situados en la 7ª. Avenida, entre las calles 52 y 53, uno a media cuadra del otro.

En 1993 solía disfrutar de un gigantesco sándwich de pastami, una sopa de matze ball y un pastel de queso. El año pasado que estuve en Nueva York, invitado por mi hija mayor, Regina; la capacidad de mi sistema digestivo se redujo sensiblemente, compartí el sándwich y la sopa, pero ya no pude con el pastel de queso; el tiempo deja su huella en los seres humanos. En la tercera edad puede aumentar la agudeza de las personas, empero, sus funciones fisiológicas se merman. Esto es una ley inevitable en la vida de los seres humanos, e incluso en el reino animal.

Por cierto, hace una semana el Stage cerró sus puertas después de 75 años de operación, la razón: el mal desempeño de la economía de EUA y el sustancial incremento de las rentas de los locales. Por su parte, los propietarios del Carnegie, que también tienen 75 años de existencia, han dicho que a ellos les sigue yendo bien.

En esta visita a Nueva York tuvimos un incidente menor, pero que no deja de llamar la atención. Un domingo fuimos a tomar un café al tradicional Hotel Plaza, situado donde inicia el Central Park; en esa ocasión curioseamos por las pocas tiendas que estaban abiertas en la zona comercial del Hotel; entramos en una joyería y platicamos un buen rato con el dueño del establecimiento que había nacido en Italia. Le compramos una pulsera de fantasía y según él, nos hizo un buen descuento, en virtud de que los domingos en la tarde hay poca gente comprando en esa zona comercial.

Al otro día, en las proximidades del Hotel fuimos a una calle en donde había varias joyerías, cuyos propietarios eran judíos, y en varias de ellas vimos la misma pulsera que habíamos comprado el día anterior a una tercera parte del valor; regresamos a la joyería del Hotel Plaza y le reclamamos al propietario italiano, quien no tuvo más remedio que devolvernos el importe de la compra, no sin antes insultarnos y tacharnos de “latinos pobres” que llegan a EUA”, entre otras ofensas y amenazas.

Así, en aras del multiculturalismo que se vive en Nueva York, se esconde una cultura racista. Igualmente, el multiculturalismo de los europeos ha propiciado que los musulmanes, principalmente los radicales, estén imponiendo sus costumbres y prácticas religiosas en Europa y exigiendo que las poblaciones de ese continente se adapten a las mismas.

En nuestra estancia en Nueva York convivimos con mi hermana Julieta, quien con su familia había regresado a esa ciudad en 1976 o 1977. La vimos pocas veces, ya que estaba ocupada en su trabajo como gerente de una Galería en la sexta avenida, próxima a la zona de teatros. En las diferentes ocasiones que la vi, percibí en ella una actitud de tristeza que no me podía explicar. Unos meses más tarde la percepción se convirtió en la noticia de que tenía cáncer en el pecho.

Julieta empezó un tratamiento naturista no agresivo contra el cáncer; mi hija Regina la fue a visitar en diciembre de 1993. Tengo la última foto que en esa visita se tomó con mi hija Regina y su hija Natalia. Tenía previsto visitarla en febrero, cuando asistiría a un seminario a Nueva York. Sin embargo, al inicio de enero de 1994, recibí una llamada de Ned, el esposo de Julieta, avisándome que mi hermana había fallecido de un ataque al corazón a los 59 años. La noticia fue inesperada y devastadora, aunque tiempo después me reconfortó la idea de que no tuvo que experimentar el doloroso proceso por el que atraviesan muchas personas enfermas de cáncer, como fue el caso de mi padre en 1969 y que expuse en una Crónica pasada.

Julieta, que una buena parte de su vida había residido en Nueva York, había decidido que fuera enterrada en la tierra que la vio nacer: México. Ned y mi sobrina Natalia viajaron para acá y en el mismo avión venía el féretro de mi hermana. Marisa, la otra hija de Julieta, vivía en West Virginia y también vino a México al entierro. Mi hijo mayor, Natan, se encargó de todos los trámites con la aerolínea que transportó a Julieta y con los de la Comunidad Judía. La Shive (el ritual del duelo de siete días) se llevó a cabo en la casa de mi madre, ya fallecida. Yo asistí a los rezos en memoria de mi difunta hermana al templo de las calles de Acapulco durante una semana.

Un hecho singular en esos días de duelo, es que mi sobrina Marisa, hija de Julieta, aunque nació en Nueva York, vivió en México hasta que terminó la prepa, cuando regresó a EUA; desde esa fecha sólo vino al sepelio de su madre y jamás volvió.

La relación con la familia de México durante décadas ha sido mínima; no entiendo su desarraigo, incluso lo tiene con su hermana menor, Natalia, que vive en San Louis Misuri. Le he enviado las Crónicas que he elaborado, espero que la presente sea para ella un punto de reflexión y no una reclamación.

Otro asunto vinculado con la familia se refiere a que cuando falleció mi hermana en Nueva York, el hermano de Ned organizó un servicio religioso en una sinagoga de esa ciudad y posteriormente le envió a México el pago que hizo del servicio. Me pareció un mal detalle; sobre todo al considerar que mi hermana Julieta tuvo muchas atenciones con la familia de Ned, sobre todo cuando venían a México de paseo y se hospedaban en su casa, yo también las tuve.

Duele que la naturaleza humana sea tan ruin; quizá sea mucho pedir un poco de agradecimiento.

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