Tiro al aire: Problemas de identidad

SHULAMIT BEIGEL

Un policía detiene a un transeúnte y le dice:

A ver, usted, deme su nombre.

Sí señor, pero si se lo doy ¿cómo me voy a llamar?

Una de las cosas que menos comprendía cuando era niña se refería a las palabras de nuestra sirvienta, que había llegado hacía poco del campo y quien constantemente se quejaba diciéndole a mi mamá: “Señora, es que no me hallo”. Hoy comprendo que esto era una cuestión de identidad, que en mi caso, y supongo que en el caso de muchos, a veces pareciera ser una manía.

Nací en Israel, viví la mayor parte de mi vida en México, luego Inglaterra, y finalmente Venezuela. ¿Qué soy por lo tanto?  ¿Israelí? ¿Mexicana?  ¿Venezolana? ¿Es una cuestión de pasaporte o de sentimiento, de pertenencia personal?

A lo largo de mi vida el tema de la identidad era eso, un tema de conversación sobre todo entre los adolescentes, que buscábamos y buscan con casi desesperación eso de la bendita Identidad.

Cuando vivía en México y me preguntaban: “¿güerita usted de dónde es?”  Al responderles que mexicana, me decían: “pues no se lo creo”.  En Europa no sabía qué contestar ante la misma pregunta, ¿Israelí? ¿Mexicana? Y aun en Israel, tal vez por mis buenos modales latinos, muchas veces me hablan en inglés. ¿Será que no tengo una identidad definida o será que la bendita o maldita identidad es una cuestión nacional, que tiene que ver con el lugar donde uno ha nacido aunque sea por casualidad? ¿O tal vez es una cuestión cultural? es decir, todo lo que somos después de haber vivido un largo tiempo en algún país…o puede ser que sea una cuestión étnica, ya que en Alemania mataban aun a los judíos que habían nacido en Alemania, que se sentían alemanes, hablaban el alemán, se casaban con alemanes y se sentían alemanes. Y sin embargo, los nazis los separaban, los clasificaban, los distinguían de los otros, los arios, y buscaban a simple vista quién era judío, quién tenía sangre judía.

¿O será entonces que eso de la identidad es simplemente la raza a la que pertenecemos?  Pero aun hoy en día los investigadores del tema no han logrado ponerse de acuerdo en definir qué es raza y hablan de identidad cultural que suena mejor.

Muchos de nosotros andamos una vida entera en una búsqueda desesperada y tal vez inútil de nuestra identidad, supuesta o fingida, como si buscáramos un amor sin el cual pensamos no podemos vivir y sin el cual somos infelices.

En mis años de estudiante de antropología en México nos la pasábamos discutiendo sobre el tema. Buscábamos una identidad cultural que permitiese a simple vista determinar quién era el auténtico mexicano.

Parece una cuestión poco importante, pero fíjense. Quien tenga una identidad o es definido como genética y culturalmente  norteamericano por ejemplo, será tratado en los aeropuertos del mundo mejor que aquel con identidad latina, o árabe, o negra. Éstos siguen siendo discriminados aunque más levemente ahora que en un pasado, y lo que permite establecer las diferencias es la identidad cultural. Lo que demuestra que los prejuicios no mueren fácilmente.

Pero aparte de todo esto, que parece intrascendente, la pregunta es por qué no puede el ser humano sentirse alguien sin tener que rechazar a otros. En realidad la cuestión de fondo es por qué no estamos contentos con lo que somos y estamos preocupados con lo que no somos ni seremos jamás. “Ser o no Ser”, decía Hamlet. Es decir, que si en lo personal tuviera yo mi identidad cultural arreglada, estaría más tranquila, pues tendría menos complejos de inferioridad. Yo no sé muy bien cuál es mi identidad, pero quién va a aventurarse a dudar de la identidad de Los Beatles o de Bush, o de Nelson Mandela por solo citar a algunos.  ¿Pero cuál es la identidad cultural de Einstein?  ¿O la de usted?

Analicemos el término. Identidad quiere decir una cosa idéntica, i g u a l i t a que otra. No se me ocurre nada que sea así. Pienso en Chang y Eng, los históricos siameses productos de la novela de Darin Strauss, pero aun ellos no eran idénticos. Ni siquiera las piedras de Jerusalén, tan parecidas unas a otras, son idénticas, y han cambiado con el paso del tiempo, como la historia misma, como las ideas, como todo, “cambia, todo cambia”, canta Mercedes Sosa, y eso es básicamente la dialéctica de la vida, que todo cambia y se transforma, aunque el Rey Salomón sostenía que no había nada nuevo bajo el sol.

Pero si todo cambia, ¿para qué averiguamos, o qué sentido tiene andar buscando nuestra identidad, es decir nuestra esencia? Lo cual nos lleva a algo que tal vez incomodará a algunos: que más bien, lo que nos caracteriza a los seres humanos es nuestra falta de identidad. “Somos piedras rodantes”, decían los Rolling Stones, cambiantes. Nuestra marcha por la vida, la vida que es nuestra historia, la historia de todos, la de la humanidad, está hecha de azares, causalidades y hasta de muchos absurdos.

Con esta respuesta en mi cabeza y cansada de la búsqueda, decidí dejar la indagación de mi identidad y al deseo de poner orden y racionalidad en tan complicado proceso, ya que el hombre, comprendí, no puede ser tan racional como son los números matemáticos. Aun nuestra historia, la del pueblo judío, ha transitado por una senda cambiante que nuestros antepasados y nosotros hemos ido abriendo, inventando. Y no podemos, en esa búsqueda desesperada por la identidad, más que caer al hacerlo, caer en un encierro de lo que son solamente definiciones.

Esto me tranquilizó por un tiempo, pues entendí que soy israelí, pero también mexicana y también venezolana y también europea y también judía pero antes que nada soy un ser humano, una mujer, que vibra con el Hatikva, pero que también se emociona al escuchar un bolero de Los Panchos, o viendo los Girasoles de Van Gogh, contemplando el verdor de los árboles inmensos en algún bosque lejano y escuchando la Novena Sinfonía de Beethoven.

Pero sé que la mayor parte de la gente, yo incluida, no es verdad que nos tranquilizamos con esto. Que por alguna razón seguimos buscando nuestra identidad, aunque ésta sea una aspiración imposible. Y sin embargo, quien se acepta simplemente como ser humano no tiene porque andar en la cacería de identidades, como si tratara de cazar algún animal raro, matarlo, y colgar su piel en alguna pared para calmar su manía metafísica. Y yo por lo menos, sigo sin entender qué es eso de la identidad, ni con qué se come.

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Shulamit Beigel: Llegué de Israel a México a la edad de siete años. La primaria y la secundaria las hice en el Colegio Hebreo “Tarbut”. Mis recuerdos de aquella época son excelentes. Mi primer trabajo como periodista, lo hice recortando periódicos en la Embajada de Israel, en el departamento de prensa, a cargo en aquel entonces, de Sergio Nudelstejer. La prepa, fue en la Escuela de la Ciudad de México, en Campos Elíseos, que me permitió conocer otra gente y otros aspectos de la vida mexicana. Estudié y me gradué en antropología y en letras, en la universidad de las Américas, en Cholula. La maestría, en Antropología, fue en la UNAM. Antes de incursionar a la universidad viví en Teloloapan, Guerrero, haciendo trabajo de comunidad y siendo jefa de organización campesina para varias instituciones gubernamentales. Viví varios años en Israel. En esa época, los ochentas, fui productora de Ariel Roffe y Erika Vexler para Televisa desde Medio Oriente. Tuve una columna que se llamaba “Burbujas” en el periódico israelí en español Aurora, otra, “Al Margen” en la revista Semana, que ya no existe. Viví cuatro años en Caracas, cuando mi ex esposo fue sheliaj del KKL. Actualmente vivo entre Londres y Venezuela, he dejado de creer en la política y mi pasión es la literatura, el cine y la música. Confieso que ya no tengo grandes respuestas ante la vida, pero que soy muy feliz.