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martes 05 de noviembre de 2024

¡Cielos, hay un nazi en mi sopa!

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SILVERI PÉREZ ZARCO

Resulta desconcertante el fenómeno que en los últimos tiempos caracteriza el debate político y mediático de nuestro país, consistente en tratar de nazis a todos aquellos colectivos políticos o sociales cuyos comportamientos no son del agrado de quien les descalifica. El insulto en política no constituye una novedad, y tampoco el de nazi es el único, pues ahí tenemos a la delegada del Gobierno en Madrid tratando de etarra a Ada Colau, la presidenta del movimiento de los desahuciados, o a ese pobre diputado de UPyD que consigue sus tristes ‘minutos de gloria’, como diría Warhol, insultando a las mujeres víctimas de la violencia de género, o comparando la enseñanza del catalán con la pederastia. Ni él podía llegar a más, ni su partido a menos.

En todo caso, lo de utilizar el descalificativo de nazi no es de ahora; lo que sí es novedoso es que últimamente se utilice de forma tan generalizada, tanto por el PP como por el PSOE. Esta moda comenzó con el primer tripartito catalán, que al estar integrado por nacionalistas y socialistas, el Govern de la Generalitat comenzó a ser denominado desde diversos medios de la ‘brunete mediática’ madrileña, y de forma permanente, como «el gobierno nacionalsocialista catalán» o «los nacionalsocialistas catalanes», es decir, nazis. Para remachar tal despropósito, afirmaban que las camisas negras que lucían algunos miembros destacados de ERC eran las camisas negras de Mussolini. La infamia, a base de repetirla ‘goebbelsianamente’, se ha convertido lamentablemente en verdad de consumo generalizado por la derecha y por la izquierda. Así, cuando la pepera Cospedal ha reiterado en dos ocasiones recientemente que los desahuciados que practican el escrache contra los miembros de su partido se comportan como los nazis en la Alemania hitleriana, simplemente imita a los socialistas que, con ocasión de las últimas elecciones catalanas del 25 de noviembre pasado, nos obsequiaron con las siguientes perlas: José Bono afirmó en Sitges: «Cuando en Alemania […] ser alemán y judío empezó a ser sospechoso, las cosas empezaron a ir mal». El habitualmente moderado Marcelino Iglesias había dicho con anterioridad que «los hipernacionalismos» han causado en Europa «muchos desastres y más de cien millones de muertos». Y el exembajador ante la Santa Sede, Paco Vázquez, también demostró su refinado intelecto cuando afirmó en la televisión gallega que «no hay ninguna diferencia entre un judío con estrella amarilla perseguido por los nazis y un niño catalán castigado por hablar castellano en el patio del colegio. No hay diferencia, es una opresión». Finalmente, un periódico madrileño, con motivo del último Barça-Madrid de octubre de 2012, comparó el ambiente del Camp Nou con el estadio de Nuremberg, donde Hitler celebraba los congresos anuales del Partido Nazi.

En los países civilizados, cuando en un debate público alguien utiliza la reductio ad Hitlerum se considera que la discusión ha llegado al final, porque quien la utiliza demuestra carecer ya de argumentos al optar por el fácil recurso emocional de la descalificación personal. Amén de constituir una banalización que ofende gravemente a las víctimas y a los supervivientes del nazismo, tildar a alguien de nazi ante cualquier discrepancia política, constituye una preocupante ignorancia histórica realmente grave, pues demuestra que no tiene ni idea de lo que significó el holocausto.

Para colmo, junto a los socialistas que presumen de padres falangistas, las ‘cospedales’ parecen ignorar el ADN del partido al que pertenecen. A poco que tiren de la moviola hacia atrás, o repasen las fotos familiares, muchos dirigentes del PP, además de un Fraga ministro de Franco, descubrirán una exuberante galería de padres falangistas, abuelos militares franquistas, tíos alféreces provisionales, primos voluntarios de la División Azul con el uniforme de la Wehrmacht nazi, policías de la brigada político-social, miembros del Tribunal de Orden Público, etc. Ciertamente, para ver auténticos nazis aunque sea en fotos de color sepia no necesitan salir de casa.

Un individuo que presumía de experto en arte, en una ocasión, tras fallar en la autoría de diversos cuadros de un museo, se encontró de pronto ante la imagen desconcertante de un sujeto deforme, con el rostro asimétrico y desestructurado, que le llevó a afirmar: «Pues esto es un Picasso», pero alguien le corrigió: «No, esto es un espejo». Por ello, muchos de nuestros políticos harían bien, antes de gritar como el niño de El sexto sentido: «Mamá, veo nazis», asegurarse de que no se hallan ante un espejo.

Fuente:diaridetarragona.com

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