ÁNGELES ESPINOSA
La presencia de combatientes chiíes de varios países alrededor del santuario de Sayeda Zeinab, a las afueras de Damasco, ha llevado a sus rivales suníes a alertar de una yihad chií (aunque hasta ahora los únicos llamamientos a la guerra santa provienen de éstos). El conflicto civil en Siria ha reavivado las tensiones latentes entre esas dos ramas del islam y el temor a que el enfrentamiento confesional incendie la región más allá de sus fronteras. Algunos agoreros hablan de un rediseño del mapa de Oriente Próximo. Sin embargo, y aunque el lenguaje sectario está adquiriendo niveles preocupantes, más que una guerra de religión se trata de una lucha por la supremacía regional.
Quienes auguran el desbordamiento del conflicto apuntan a la reanudación de la violencia confesional en Irak, los enfrentamientos intercomunitarios en las ciudades libanesas de Trípoli y Sidón, o el reciente linchamiento de cuatro chiíes en Egipto. Hay analistas que han llegado a vincular la elevada participación de los alevíes en el movimiento de indignados de Turquía con su malestar por el apoyo de Erdogan a los rebeldes suníes en Siria.
“Va a redibujarse el mapa regional según lo que suceda en Siria y en función de esa división entre suníes y chiíes”, afirma Theodore Karasik, director del Institute for Near East and Gulf Military Analysis (INEGMA) en Dubái. No es la primera vez en esta última década que oímos una advertencia similar. Pero a diferencia de lo que ocurriera en Irak, Karasik señala que en Siria “se están destruyendo santuarios y monumentos con profundo significado para ambas confesiones, lo que está añadiendo tensión al enfrentamiento”.
De ahí la importancia de Sayeda Zeinab. Para los piadosos chiíes, el simbolismo de este lugar es casi tan fuerte como el de la batalla por la sucesión del profeta que se libró en Kerbala en el siglo VII, y que dejó dividido el islam. Los ganadores suníes secuestraron y vejaron a Zeinab, la nieta de Mahoma, que los derrotados chiíes creen enterrada en ese santuario.
“No pueden dejársela arrebatar una segunda vez”, explica Ali al Ahmed, director del Institute for Gulf Affairs en Washington. Sin embargo, Al Ahmed niega que estemos ante una guerra de religión como las que enfrentaron a católicos y protestantes en la Europa del siglo XVII. “Se trata de sucesos muy limitados en los que participa un porcentaje mínimo de la población. La retórica viene sobre todo de las monarquías del Golfo, que están utilizando el sectarismo para mantener a las poblaciones ocupadas y que no cuestionen su poder”, asegura convencido de que lo que está en juego es “una redistribución del poder, no las fronteras”.
Sin duda hay combatientes, tanto chiíes como suníes, que viajan a Siria porque consideran que es su deber religioso. Interpretaciones literales y extremistas de ambas confesiones alientan esas actitudes. Pero no estamos en el siglo VII.
“Ambos bandos en este conflicto usan la religión para promover sus intereses geopolíticos”, opina Meir Javedanfar, analista del Centro Interdisciplinario Herzliya en Israel. Javedanfar pone como ejemplo que tras el linchamiento de los chiíes en El Cairo, “el Gobierno iraní no ha reaccionado porque sus relaciones con Egipto son más importantes que la seguridad de los chiíes egipcios”. De igual modo, defiende que “el régimen iraní apoya a Bachar el Asad porque le proporciona una base política en el Mediterráneo y le permite enviar armas a Hezbolá; le hubiera dado igual si El Asad fuera suní siempre que estuviera dispuesto a ayudarle”.
Los gobernantes árabes, en particular la familia real de Arabia Saudí, temen que si prevalece El Asad, Irán consolide su influencia en una región que consideran su patio trasero. Más allá de que los monarcas saudíes se hayan arrogado el liderazgo de la rama suní del islam (mayoritaria entre los 1.300 millones de musulmanes) y que la República Islámica aspire a ser el faro de los chiíes (una séptima parte del total), la rivalidad entre ambos países estalló a raíz de la revolución iraní de 1979. La invasión de Irak en 2003 fue la gota que colmó el vaso al entregar el bastión iraquí a su mayoría chií, lo que alentó la tesis del famoso arco chií, la continuidad territorial de esa comunidad desde Irán hasta el Mediterráneo.
Todos los países de la península Arábiga tienen minorías chiíes que sus gobernantes suníes ven como una posible quinta columna. De ahí el recelo, a menudo exagerado hasta la paranoia, ante cualquier amenaza, real o percibida, de la otra orilla del golfo Pérsico. De ahí también, el envío de tropas saudíes para aplastar la primavera de Bahréin, dónde los chiíes son mayoría como en Irak. Pero ha sido la entrada de Hezbolá en el conflicto sirio lo que ha desatado todas las alarmas.
“La revolución en Siria ha revelado la verdad sobre Hezbolá y sus chiíes, que están poseídos por el demonio”, ha dicho el influyente clérigo suní Yussuf al Qaradawi para justificar la necesidad de una yihad, ante el beneplácito de varios ulemas saudíes y egipcios. Los propagandistas suníes han equiparado ser miembro de ese grupo con chií y chií con terrorista. Más grave aún, las autoridades parecen compartir el argumento. 18 libaneses chiíes han sido expulsados de Qatar la semana pasada, después de que el Consejo de Cooperación del Golfo (que agrupa a las seis petromonarquías árabes) anunciara medidas contra “los permisos de residencia y las transacciones comerciales y financieras de Hezbolá”.
Sin negar la gravedad de la situación, el analista Karl Sharro considera improbable la partición de Siria o Irak. “No hay movimientos para una secesión confesional”, ha defendido en The National. En su opinión, “el vínculo entre el aumento del sectarismo y fragmentación política es una tenue extrapolación basada más en el miedo que en verdaderos indicios”. Además, asegura, tanto en esos países como en Líbano, “los conflictos sectarios representan luchas de poder internas, dentro de las fronteras nacionales”.
Ese argumento encuentra apoyo en las alianzas interconfesionales que existen tanto en Irak como en Líbano. Además, ni una ni otra comunidad son en absoluto homogéneas. Existen grandes rivalidades entre los suníes y entre los chiíes, no solo dentro de cada país sino también a nivel regional. Como ha escrito en estas mismas páginas el director de FRIDE, Richard Youngs, “en lugar de ser una realidad sociológica muy arraigada, la división entre suníes y chiíes es en ocasiones fabricada o exagerada por algunos regímenes para legitimarse y es usada como herramienta para lograr intereses nacionales”.
Fuente:elpais.com
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