Río fascinante

JACOBO ZABLUDOVSKY

Decir que esta ciudad es una de las más bellas del mundo es abundar en un lugar común, pero es algo más. Mucho más.

Cuando los millones de turistas bajan del Corcovado y del Pan de Azúcar acomodándose en cualquier espacio libre de las playas dibujadas en la Bahía de Guanabara, ignoran los tesoros de tierra adentro. Caminante urbano de siempre, me pierdo en los laberintos del tiempo y los semáforos y pruebo la fruta extraña, compro el periódico en portugués, escucho la conversación en el autobús y el regateo en los mercados.

Me invitaron a comer en el barrio de Lapa y el nombre removió algunos escondrijos de esta memoria que todo olvida dejándome esa inquietud, como mosca en la oreja que sólo vuela a otro sitio cuando se encuentra la causa de la desazón. Lapa es una calle mencionada por un escritor recomendado por lectores viciosos de la lectura cuando se enteraron que vendría a Brasil. En la colección Sepan Cuantos, de Editorial Porrúa, encontré un volumen de Machado de Assis, de quien ignoraba todo, titulado El alienista y otros cuentos, con un espléndido prólogo de Ilan Stavans. Muerto hace más de 100 años, Machado de Assis, es uno de los sigilos mejor guardados de Brasil, donde tampoco es famoso.

El descubrimiento súbito de su rica prosa, bien traducida al español, me hizo retroceder medio siglo al día en que pisé la playa de Leblon por primera vez, porque también entonces enlacé Río con la literatura y en mi columna Clepsidra, del diario Novedades, febrero de 1963, escribí un artículo titulado Los Misterios de Río. (Hoy lo rescato de la hemeroteca.)

En la época romántica en que los estudiantes paseábamos nuestras carencias y esperanzas a la sombra de la vieja Preparatoria, era dable encontrar en las librerías de viejo de Argentina, Guatemala y Seminario algunos libros que, alternados con los textos impenetrables del Derecho Administrativo, servían para descansar la mente. Así leíamos —época pre Perry Mason y pre Mike Spillane— desde los clásicos editados por Vasconcelos hasta los folletos por entregas traducidos del francés.

Entre estos últimos había uno que se grababa en la memoria, por su truculencia. Era creo, de Javier de Montepin y se llamaba, creo también, Los Misterios de París. Relata a la forma espeluznante en que los criminales arrojaban los cadáveres de sus víctimas al Sena, sin que el zuavo del puente D’Alma —al fin de piedra— abandonara su impasible actitud.

Del frío y húmedo París al soleado y cálido Río de Janeiro parecía haber una gran distancia. Por obra y gracia de las autoridades de Río ¡oh maravillas de los folletines macabros! Ambas ciudades están hoy más cerca que nunca. José Mota, ex jefe de la Sección Disciplina del Servicio de Represión de Vagabundos (¡servicio!), ha confesado que participó en el asesinato de 10 mendigos “porque se resistieron”.

Según la confesión de Mota, él y otros policías mataron a los mendigos a orillas del Río Guarda y los arrojaron a las aguas. Ayer se rescató el cadáver de una mujer rubia. Todo se descubrió porque uno de los “muertos” nadó lo suficiente como para escapar al celo de los policías atentos al cumplimiento de su deber.

He aquí el argumento para una película de terror. Tiene un solo defecto. ¿Podría alguien creer que eso puede ocurrir en realidad?

Del autofusil paso a fusilar a Stavans en un brinco de 80 años: “Shakespeare equiparó la fama, ese alboroto que hoy comparten las tarjetas de crédito, los políticos y los fabricantes de ropa femenina, con una burbuja, una bocanada de aire transparente y ligera, esquiva y fugaz que está sin estar. Joaquín María Machado de Assis, el escritor brasileño a quien debemos tres o cuatro novelas maestras e innumerables cuentos perfectos, cuidó esa burbuja al interior de su país natal, pero no alcanzó a atraparla en el extranjero. La atención internacional lo evadió antes de su muerte en Río de Janeiro el 29 de septiembre de 1908, hasta la fecha. El alboroto en derredor de su nombre, pues, sigue limitado al ámbito de lo casi parroquial”.

De Machado de Assis hablamos aquí en Río con Beatriz Paredes, embajadora de México. Su experiencia en el gobierno de Tlaxcala entre numerosos cargos políticos y su desempeño impecable como embajadora en Cuba, la colocan en sitio de distinción entre los expertos de Itamaratí, el legendario Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, donde los detalles finos tejen la tradición. La charla con ella, de la que aprendimos mucho, da tema para otro Bucareli.

Entre literatura y encuentros interesantes nos envuelve la fiesta del futbol que para los brasileños es una eterna fiesta nacional.

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