PEIO H. RAIÑO
Por sus censores les conocerás. Los hay silenciosos, que deciden sobre la libertad de expresión de otros y cobran un sueldo por cada lectura que hacen en el silencio del estudio de su casa. El mismo rincón donde pasaban horas disfrutando de su actividad favorita es testimonio del genocidio cultural. Cuando emiten sus veredictos sobre el escrito se esconden detrás deleufemismo y firman debajo del formulismo “el lector”. Aunque se debería leer “el destructor”. La literatura española ha tenido que sufrir a los silenciosos.
También están los que encienden sus hogueras, montan un desfile nocturno y avanzan hacia la pira literaria cantando canciones e himnos, con carros de libros. Los escandalosos necesitan de la ceremonia pública para ejercer la amenaza y que el miedo se instale en todo aquel que posea uno de esos 25.000 malditos que arderán en una sola noche de aquella fatídica primavera de 1933. Organizaciones estudiantiles, profesores, bibliotecarios, amantes de la lectura con brazaletes impresos con el emblema de la muerte.
Silenciosos y gritones, con sus listas infinitas -tan interminables como su miedo a las ideas- sobre los libros que no deben ser leídos, son voraces castradores. Unos prefieren la llama y los otros el lápiz de color rojo. Unos acaban con las pruebas de su destrucción, otros dejan el rastro de su voracidad contra los renglones de la verdad y la libertad. Son los vencedores del combate amañado contra los escritores, en una pelea inútil por reconducir la historia, por reescribirla a su antojo. Desfigurar la cara de una sociedad que no interesa. Mandarla callar.
Represión cultural
En Alemania fueron ruidosos, desestimaron la castración por inyección burocrática porque es invisible. Sólo la sufre el autor en primera instancia. En la Alemania nazi todos los ciudadanos sabían que no podían leer a Kafka, ni a Thomas Mann, ni aStephan Zweig ni a Karl Kraus. Peligrosos. Todos ellos –casi seis mil libros- fueron señalados, como demuestra el listado completo de los silenciados por el nacionalsocialismo, para sufrir la represión por no adaptarse a su ideal de cultura.
En la lista que aplicó Hitler para acabar con buena parte de la historia de la literatura traducida al alemán hay enemigos obvios (todo lo relativo a Stalin, Karl Marx, Lenin,Gorki o Rosa Luxemburgo) y casos que profundizan en la moral nazi. Goebbelseliminó Técnicas del golpe de Estado (1931) de Curzio Malaparte, como no podía ser de otra manera, porque el periodista y escritor italiano en este ensayo político ataca a Hitler y Mussolini, que fue publicado mucho antes de que los nazis llegaran al poder. Sencillamente, fue el primer libro contra Hitler aparecido en Europa.
“Odio este libro mío. Lo odio con toda el alma. Me ha dado la gloria, esa pobre cosa que es la gloria, pero también muchos disgustos. A causa de este libro he conocido la cárcel y el destierro, la traición de los amigos, la mala fe de los adversarios, el egoísmo y la maldad de los hombres”, escribe Malaparte en el prefacio del mismo.
“Lo que es propio del hombre no es vivir libre en libertad, sino libre en una prisión”, escribió en 1936 Malaparte, para defender si no la libertad al menos la conciencia de la propia esclavitud. Esa por la que el hombre libre reconoce a los demás.
Walt Whitman, Emilio Salgari, Aldous Huxley, Ernest Hemingway, el periodista Alberto Londres y el NobelHarry Siclair Lewis (del que extirpan hasta tres novelas), entre tantos. No consintieron la lectura deTiempo de silencio (1935) ni de la reflexión política sobre el enfrentamiento del capitalismo y el comunismo de La condición humana (1933) del político y escritor André Malraux. Ni siquiera dejaron pasar los dibujos que Paul Klee realizó entre 1921 y 1930, que fue condenado por artista judío y por un arte degenerado, junto con figuras como Kandinsky, Max Ernst, Emil Nolde o Edvard Munch.
Jack London tampoco se libró y su novela autobiográfica Martin Eden (1909) fue a la hoguera junto a otras del autor de Colmillo Blanco. El protagonista decide dedicarse a las ideas y convertirse en un escritor de éxito para ser digno de una refinada mujer. Puro romanticismo dilapidado por la tragedia de la lucha de un joven escritor que se queda solo en su camino hacia el éxito. Quizá a Goebbels no le gustó por mostrar al hombre que se hace a sí mismo, pero también se destruye. Es mejor no buscar razones a la barbarie.
Fuente: El Confidencial
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