ANDRÉS ROEMER
Todos somos individuos diferentes: tenemos diferentes rasgos faciales, diferente estatura, diferente color de piel y de ojos; además, tenemos también intereses diferentes, y diferentes habilidades y personalidades. ¿Por qué somos como somos?, ¿por qué no somos todos iguales? En general, hay dos respuestas tentativas: genes y ambiente. Algunos piensan que como todos tenemos diferente genoma, entonces la diferencia debe estar en los genes. Otros, que como todos tenemos diferente ambiente, entonces la diferencia está en nuestro entorno.
Para contestar la pregunta bastaría con comparar dos personas con el mismo genoma, pero criados en diferentes ambientes y observar las diferencias: si no hay diferencias, entonces son los genes los que nos hacen diferentes, si no las hay, entonces es el ambiente. Ahora bien para estudiar qué es lo que nos hace individuales y únicos, necesitaríamos que dos personas idénticas estuviesen en el mismo ambiente y observar las diferencias, si es que las hay y qué las motiva.
Los gemelos idénticos o monocigóticos comparten toda la carga genética: su herencia es exactamente igual. Se han estudiado gemelos que han sido separados al nacer y gemelos que comparten el mismo entorno. Resulta haber similitudes y diferencias en ambos casos. Pero, ¿por qué sucede que individuos perfectamente idénticos genéticamente no se comportan igual? ¿Cómo surge la individualidad? Y ¿qué es lo que sucede en el cerebro que nos hace ser tan únicos aún cuando tengamos la misma carga genética que alguien más? Por razones obvias de ética, un experimento perfectamente controlado con humanos no sería posible; sin embargo, hace algunos meses se publicó un estudio en la revista Science que logra un primer acercamiento.
El investigador Gerd Kempermann, junto con un equipo multidisciplinario, creó cuarenta ratones genéticamente idénticos. Los ratones eran monitoreados con un chip implantado para recabar la mayor cantidad de información posible. Puso a algunos de estos ratones en el mismo ambiente en el cual tendrían todas sus experiencias. Aún cuando tuvieron el mismo ambiente y los mismos genes, hubo notorias diferencias en su comportamiento y experiencias; es decir, no se comportaron idénticamente.
A pesar de las diferencias las similitudes, luego de tres meses las diferencias en sus comportamientos se acentuaron. Los ratones mostraron evidencia de individualidad en el comportamiento. Para saber de dónde venían las diferencias, los científicos se dieron a la tarea de investigar los cerebros de los ratones. Las diferencias estaban en el hipocampo, la región del cerebro que soporta la memoria y el aprendizaje. Aquellos ratones que exploraron más tenían más neuronas en esta región que aquellos que no. Lo relevante de esta investigación es que en los humanos también sucede esta misma neurogénesis en el hipocampo, por lo que se puede asumir que algo similar puede ocurrir en los humanos.
Otro grupo de ratones genéticamente iguales a los primeros fue dispuesto en un ambiente diferente, menos “atractivo” que el primero. Estos ratones tuvieron una neurogénesis mucho menor que la del primer grupo de ratones. Que haya diferencias en el comportamiento debido al ambiente suena intuitivo, pero este estudio resulta evidencia contundente de su importancia.
Ahora bien, ¿qué era lo que hacía a los ratones más o menos activos o exploradores? Eso sigue siendo una incógnita. Puede ser mera aleatoriedad, casualidad o incluso diferencias mientras estaban en el vientre de la madre pudieron causar diferencias posteriores. Ahora bien, si definimos el éxito de un ratón como el grado de crecimiento de neuronas en el hipocampo, entonces los ratones más exitosos fueron los más exploradores, esto quiere decir que el éxito fue marcado no por diferencias genéticas ni diferencias en el ambiente, sino por mera suerte o por diferencias en el embrión.
Prácticamente todo lo que hacemos es una combinación entre genes, ambiente, y aleatoriedad (véase epigenética para ver los mecanismos), pero el reto es conocer cuál de ellos desencadena qué procesos. Hoy en día apenas se comienza a estudiar qué sucede con un mamífero como el ratón, pero la evidencia es por fin dura. Al igual que los ratones del experimento, los humanos (y aún gemelos idénticos) desarrollan personalidades diferentes aunque sean criados en el mismo ambiente. Hoy, hay evidencia de que los cerberos, y por lo tanto las personalidades pueden ser diferentes en un mamífero. Este es un paso más cerca para descubrir lo que forma la personalidad.
Fuente: Crónica
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