Al menos un centenar de mujeres fueron agredidas y violadas la semana pasada en Tahrir en ataques colectivos. Las plataformas ciudadanas que luchan para garantizar la seguridad de la plaza denuncian que se trata de una estrategia organizada para excluirlas del espacio público y el activismo.
Miércoles 3 de julio al atardecer. Tahrir está abarrotada de centenares de miles de egipcios que exigen la dimisión del presidente egipcio. El artista y activista egipcio Aalam Wassef también está ahí, pero por motivos distintos. Forma parte del grupo de voluntarios y voluntarias de la plataforma OpAntiSH (Operación anti acoso sexual) que patrullan la plaza. No muy lejos de ahí, la arabista española María Sánchez Muñoz coordina vía redes sociales y teléfono el grupo de voluntarios de otra plataforma ciudadana similar, Tahrir Bodyguard. Ambas luchan hombro con hombro desde hace meses para llevar a cabo otra revolución pendiente, la de poner punto y final a los asaltos sexuales colectivos contra mujeres. El 3 de julio, sólo el mensaje del general Al Sisi anunciando la destitución de Mohamed Mursi, que se siguió en vilo y en vivo en Tahrir a través de grandes pantallas, les dio un respiro.
Dos años y medio después de la caída de Hosni Mubarak, y mientras el país se debate en una nueva etapa de la transición política, la plaza de Tahrir, el símbolo de la revolución, sigue sin ser segura para las mujeres. Los datos que OPAntiSH y Tahrir Bodyguards han hecho públicos estos días subrayan la magnitud de lo que sucede al amparo de las multitudes, la oscuridad, la pasividad del estado y de los grupos políticos y la impunidad de los agresores. Los números son elocuentes: el 30 de junio, cuando los egipcios salieron a la calle para exigir la dimisión del presidente coincidiendo con el primer aniversario de su elección, documentaron 46 casos de acoso sexual colectivo, agresiones y violaciones y pudieron intervenir a tiempo en 30. Una cifra similar se repitió el 3 de julio, el de la destitución de Mursi. En total, tienen constancia de casi un centenar de casos en cuatro días. Y continúa.
Sánchez Muñoz, de 25 años, que reside desde hace más de tres en El Cairo, describe una escena terrorífica que han podido captar también algunos vídeos, que relatan algunas víctimas (las dos plataformas prefieren el término “supervivientes”) y que se repite desde hace tiempo una y otra vez siguiendo un patrón similar cuando Tahrir se llena de manifestantes.
Una mujer -podría ser cualquiera- está en la plaza acompañada de su familia o de sus amigos. De repente, un grupo de hombres la rodean. Forman una cadena a su alrededor, protegida a la vez por otro círculo, mucho más numeroso. Son muchos, decenas, a veces hasta un par de centenares. La mujer se queda sola. Pierde a sus acompañantes de vista. Los hombres que la rodean se abalanzan sobre ella. “La tocan y la violan con lo que tengan. Con las manos, con objetos punzantes, como les dé la gana. La violencia es extrema”, afirma Sánchez Muñoz. Según el sobrecogedor testimonio de Mohamed el Khateeb, voluntario de OpAntiSH, sobre dos ataques producidos el 30 de junio, el asalto adopta la forma de un tornado: la multitud arrastra a la mujer hacia el centro y expulsa a los que miran y a los que tratan de ayudarla.
El acoso sexual es y ha sido durante años uno de los grandes males de Egipto. Cualquier egipcia y cualquier extranjera que haya vivido en el país ha sido con toda probabilidad alguna vez, sino a menudo, víctima de algún tipo de agresión masculina, sea física o verbal. Una encuesta llevada a cabo en 2008 por el Centro Egipcio para los Derechos de la Mujer -la primera que se hizo en el país- concluyó que éste era el caso del 83% de las mujeres interrogadas y echó por tierra una de las grandes teorías conservadoras que relaciona (y justifica) el acoso sexual con la forma “provocativa” de vestir de las mujeres agredidas. La violencia sexual supera las fronteras de edad, clase social y religión, y afecta tanto a las mujeres que llevan velo como a las que no se cubren el cabello.
La agencia de las Naciones Unidas para la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres actualizó los datos el año pasado y elevó el porcentaje de las que han sido alguna vez objeto de acoso sexual al 99,3%. O sea, todas. Y los abusos pasan a cualquier hora y en todas partes: en la calle, en las playas, en los mercados o en los transportes públicos. Los tocamientos, el lenguaje y las miradas obscenas son las formas de acoso más frecuentes, pero también lo es la violación, denunciada por hasta un 30% de las mujeres preguntadas en la encuesta.
Pero los asaltos sexuales en Tahrir y sus aledaños se distinguen del acoso sexual en las calles o de la violencia de género en los hogares en que son ataques colectivos y en que se utilizan, como subraya Aalam Wassef, como un “instrumento político”. Tahrir Bodyguards lo califica de “terrorismo sexual” y Human Rights Watchs asegura que se trata de una “epidemia”. Utilizando la terminología inglesa, Sánchez Muñoz llama a este tipo de violencia sexual mob assaults, es decir, asaltos de multitudes, y asegura que la repetición de patrones (tienen lugar en los mismos sitios y a las mismas horas) sugieren que están organizados. Algunas ONG sospechan que, como pasó en época de Mubarak, los agresores que participan en ellos están pagados.
El objetivo de los ataques sexuales colectivos, coinciden OpAntiSH y Tahrir Bodyguards, es excluir a las mujeres del espacio público, reprimirlas por su activismo político y, como guinda, arruinar la imagen de la plaza y de las protestas. “El propósito es enviar a las mujeres el mensaje que no son bienvenidas en la plaza y del mismo modo que quizá sean víctimas de los gases o las balas, también sean violadas. Piensan que eso hará que las mujeres dejen de ir a Tahrir”, afirmaba en febrero en un vídeo de Ahram Online Engy Ghozlan, miembro de OpAntiSH y cofundadora de Harass Map, una iniciativa ciudadana que documenta y mapea el acoso sexual en Egipto.
El ‘miércoles negro’
El régimen de Mubarak usó la violencia sexual contra los detenidos como una técnica más de tortura en cárceles y comisarías. El primer ataque sexual colectivo contra mujeres sucedido en Egipto se remonta al 25 de mayo de 2005, conocido como el ‘miércoles negro’, cuando un grupo de baltageya (matones pagados por el ministerio del Interior para reventar manifestaciones a palos) atacó a un buen número de mujeres -manifestantes y periodistas- que participaban en una protesta en el Cairo de Kifaya, la plataforma de oposición a Hosni Mubarak nacida en 2004. Durante la revuelta que derrocó al dictador, los asaltos de esta naturaleza volvieron a aparecer y se dieron a conocer, entre otros motivos, por el hecho de que algunas de las víctimas fueron periodistas extranjeras y conocidas, como fue el caso de la reportera de la CBS Lara Logan, atacada el mismo día en que Mubarak dimitió.
La cúpula castrense que asumió el poder tras la caída de Mubarak añadió otra táctica sexual en la represión de las manifestaciones. En marzo de 2011, la policía militar detuvo durante una operación para desalojar Tahrir a 18 mujeres. 17 fueron retenidas durante cuatro días y sometidas a abusos, además de a un invento perverso, los llamados “test de virginidad”, cuyo objetivo, según justificó la junta militar posteriormente, sería confirmar una regla de tres sorprendente: que eran vírgenes y, por tanto, no podían alegar que habían sido sexualmente atacadas ni violadas. La detención, humillación y maltrato de mujeres durante la transición tutelada por el ejército tiene un símbolo, la chica del sujetador azul, como se la conoce, cuya imagen siendo atacada y desnudada de su abaya negra en plena calle dio la vuelta al mundo.
Farash Shahs, psicóloga del Centro Nadim para la rehabilitación de víctimas de la tortura, una de las más prestigiosas organizaciones de derechos humanos del país, sostiene en un informe hecho público en junio, justo antes de las manifestaciones que llevaron a la destitución del Mohamed Mursi, que bajo su mandato la violencia sexual se incrementó. “No solo está recurriendo a las mismas tácticas, está incluso superando al régimen anterior usando grupos organizados de una forma sistemática”, afirma. “Manteniendo la estrategia política del antiguo régimen y del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, el gobierno de los Hermanos Musulmanes usa la sexualidad, los símbolos sexuales, la violencia, la idea del honor y la respetabilidad para atacar a la oposición, pero con el añadido de la religiosidad”.
Ante la pasividad de las autoridades, OpAntiSH y Tahrir Bodyguards fueron fundadas con una semana de diferencia en noviembre de 2012 como respuesta al incremento de los asaltos sexuales colectivos que tuvieron lugar en Tahrir durante las protestas contra la reforma de la Constitución y el referéndum para aprobarla convocado por Mursi.
OpAntiSH nació de la unión entre activistas y organizaciones de derechos humanos que ya trabajaban contra la violencia sexual, como es el caso del Centro Nadim. Hartas de lo que pasaba en la plaza y del acoso diario en las calles, Sánchez Muñoz y una amiga egipcia crearon juntas Tahrir Bodyguards. Siete meses después, cuenta con un equipo estable de diez personas y 150 colaboradores que han participado en sus acciones al menos una vez. Los días de protesta en Tahrir consiguen movilizar entre 20 y 40 voluntarios. Pero necesitan más, tanto para proteger a las mujeres en la plaza como para concienciar sobre la situación u ofrecer apoyo a las víctimas. No dan abasto y no tienen capacidad, como les han solicitado, para extender su actividad en Alejandría.
Los objetivos de las dos plataformas y su estrategia son similares, y ambas trabajan coordinándose. Online, usan las redes sociales tanto para recopilar información, generar un diálogo abierto sobre esta cuestión y permitir hablar a las afectadas como difundir los números de teléfono de emergencia e informar -en árabe y en inglés- sobre las localizaciones que no son seguras. “Las mujeres que están en Tahrir han de evitar todas las entradas y salidas de la estación de metro Sadat. La zona no es segura. Están teniendo lugar ahí asaltos de multitudes”, advertía @OpAntiSH hace unos días. El hashtag que conecta en Twitter todos los mensajes relacionados es #EndSH (End sexual harassment).
Sobre el terreno, las dos plataformas se dividen la plaza en zonas, que patrullan grupos de voluntarios, hombres y mujeres por igual. Para hacerse visibles y perfectamente identificables, los de Tahrir Bodyguards se visten con un chaleco y un casco amarillo fluorescente y los de Opantish, con camisetas blancas con el lema “contra el acoso sexual” estampado en rojo. La tarea de los grupos de intervención -que en el caso de Tahrir Bodyguards incluye solo a hombres- es rescatar a las víctimas de los asaltantes y garantizar su seguridad. Se trata de una operación compleja y potencialmente peligrosa para los voluntarios, que por seguridad Tahrir Bodyguards no lleva a cabo cuando hay enfrentamientos violentos entre bandos, como pasó el viernes entre manifestantes pro y anti Mursi. Tras rescatar a las mujeres les proporcionan atención médica y psicológica.
Ninguna de las dos plataformas persigue a los asaltantes. Su prioridad es salvar a las mujeres y perseguir a sus agresores sería un esfuerzo inútil. “Hay mucha confusión. Es difícil saber quién ha empezado y quién está atacando y quién intenta defender”, afirma María Sánchez Muñoz. A su vez, y como en el caso del acoso sexual en general, la impunidad de que disfrutan los agresores, la sensación de que nadie les parará los pies y que no van a tener que rendir cuentas, les da vía libre para incrementar los ataques.
La buena noticia entras tantas malas, sin embargo, y como señala un miembro de OpAntiSH, es que “hay una resistencia impresionante y una gran rebeldía”. Ni las mujeres están dispuestas a callarse como antaño ni los activistas y algunas organizaciones de la sociedad civil a dejarlas de lado. Las mujeres no se dejan intimidar, siguen manifestándose en masa en Tahrir a pesar del peligro y denuncian públicamente los abusos. “No impedirán que las mujeres sigan yendo ni las forzarán a estar en casa. Nada nos impedirá ir. La calle nos pertenece y pertenece a todo el mundo”, sostiene Egy Ghozlan en el vídeo de Ahram Online. “Este es nuestro país y no nos quedaremos calladas contra el acoso sexual, ni contra el que pasa todos los días ni contra el de Tahrir. En Egipto no habrá revolución sin la participación de las mujeres y sin su seguridad”.
Fuente:publico.es
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