Janus / Las etapas históricas del antisemitismo

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2. Las etapas históricas
Este panorama histórico, que nuestros lectores están seguros de poder encontrar en cada número de JANUS sea cual sea el tema evocado, es el de una evolución moral. Un hecho se impone: el racismo es tan viejo como el mundo; no ha retrocedido: los acontecimientos más recientes lo atestiguan. Pero su toma de conciencia por los hombres, fenómeno nuevo, parece progresar. Los diccionarios contemporáneos le dedican columnas enteras; ¡cuánto camino recorrido desde Littré! Dos acontecimientos parecen haber determinado esta evolución irreversible: en Francia, “l’affaire” Dreyfus; para la humanidad entera, el descubrimiento de los campos nazis por los ejércitos aliados en 1945. Desde entonces, siempre se hace posible el insultar a un judío, aun mismo si la iglesia “lo deplora”, o torturar a un negro. Pero entonces aquel que hace eso debe optar entre el disimulo y la provocación. O bien proclamará: “¡Ah no! No soy racista, pero….”, o bien elegirá el cinismo y confesará: “Y bien ¡sí! ¡soy racista, y he aquí el porqué!”. El racismo vive siempre. Pero el silencio del racista ha muerto. A los historiadores les toca, ahora, explicar el porqué.

Y cuando se expresa, se ve obligado a no hablar más como Sir Hepworth Dicon, quien escribía en 1877: En todas las regiones de Europa, las clases altas tienen la tez más clara que las clases inferiores… En toda Europa meridional, donde las masas son bronceadas, los reyes y los emperadores tienen la cara pálida…”
Desde los orígenes del hombre hasta los orígenes del racismo

HENRY-PIERRE COFFY
Desde los orígenes del hombre hasta los orígenes del racismo sólo hay un paso quizá, pero hay obligatoriamente un paso: aquel franqueado por hombres de un color “A mayúscula”, que partieron desde un punto del globo “a minúscula”, llegaron hasta un punto “b minúscula”, en donde vivían hombres de un color “B mayúscula”.
Esta transferencia de uno de los dos grupos humanos era necesaria para que, a raíz de un encuentro nuevo e imprevisto, sugiera la noción de diferencia, primero de color, luego de costumbres.

De esas diferencias, iban a surgir “diferendos”: el pueblo migratorio, más potente, iba a actuar como invasor y conquistador del pueblo indígena y ponerlo al servicio de un sistema económico y social en expansión. Esta expansión tenía que ser, además, lo suficientemente importante para permitir el encuentro de dos razas, inicialmente arraigadas en tierras separadas por grandes distancias.

De este modo, el nacimiento del racismo se encuentra naturalmente ligado con la formación de los primeros grandes imperios. Una de las más antiguas manifestaciones conocidas data del reino del Faraón Sesostris III (1887 – 1845 antes de J.C.). En la segunda catarata del Nilo, había hecho levantar un monumento que llevaba la inscripción siguiente:

“Frontera sur: estela levantada en el año VII bajo el reinado de Sesostris II, Rey del Alto y Bajo Egipto, que vive desde siempre y para siempre en la eternidad. El paso de esta frontera por tierra o por agua, en barca o con rebaños está prohibido a cualquier negro, con la única excepción de aquellos que deseen franquearla para vender o comprar en alguna factoría”.

Hay así una “tolerancia”, pero esta tolerancia no existe sino en la medida en que sirve a los intereses económicos, así como la intolerancia existe porque está al servicio de los intereses sociales. Permitir a los negros su participación en pie de igualdad en la vida de los blancos, esto equivaldría en suma a hacerlo “tener participación en los beneficios”… ¿cómo sería posible?

Ocho años más tarde el mismo Faraón Sesostris IIII decía:
“He establecido mi frontera hacia el Sur yendo más lejos de lo que lo hicieron mis antepasados. Acrecenté lo que se me dejó como herencia… Ser agresivo es ser valiente; retroceder es se miserable. Dejarse rechazar no es actuar como hombre: el negro espera tan sólo una palabra para desmoronarse, el mero hecho de contestarle basta para hacerlo emprender la retirada, pero se vuelve agresivo cuando uno emprende la retirada. Esta gente en verdad no se merece el respeto”.

Racismo y religión
¿Reemplazar la segregación por una esclavitud lisa y llana hubiera permitido acaso dominar aún más eficazmente el bárbaro, entonces sometido a la autoridad directa del civilizado? Este aspecto económico de la esclavitud hubiera parecido son embargo como una preocupación demasiado mercantil para que pudiera justificarlo por sí solo. Por eso es que el antiguo esclavismo racista no nació tanto de una toma de conciencia objetiva de la existencia de las diferencias raciales entre los hombres, autorizando el avasallamiento de unos por otros, sino de conceptos nacionalistas y civilizadores ligados con un idealismo de orden religioso.
Un texto del siglo XVIII antes de J.C. recuerda a los sacerdotes hititas uno de sus deberes:
“Si alguien solicita el acceso al templo y no se trate de un hitita y se descubra el hecho, que muera, y quienquiera le haya facilitado la entrada al templo que muera también”.

Lo mismo una inscripción de la época helenística, colocada en el extremo del Gran Atrio del Templo de Jerusalén, prohíbe:
“a todo forastero penetrar en el interior del cercado y en el recinto del Santo. Quien se halle en infracción habrá de darse por responsable de que la muerte le advenga”.

De creer a un universitario contemporáneo.
“Antíoco IV Epífanes, impulsado por la necesidades de dinero, pero más aún por su política de helenización a ultranza, se encarnizó con los judíos a los que pretendía paganizar, es decir, civilizar. Al entrar en Jerusalén aunque en tiempo de paz, el ejército mató a los hombres que no oponían resistencia alguna, saqueó la ciudad y vendió a mujeres y niños mientras profanaban el Templo”.

Un texto griego deuterocanónico de Esther relata la exterminación de los judíos dictaminada por el rey Asurero. Habría escrito a todos los gobernadores de las provincias:

“Hamán nos ha denunciado como un pueblo rebelde mezclado con todas las tribus del mundo, en oposición, por sus leyes, con todas las naciones y desobedeciendo constantemente los mandamientos reales, hasta el punto de ser un obstáculo para el gobierno que asumimos a la satisfacción general. Considerando pues que dicho pueblo, único en su género, se encuentra en todos los puntos, en conflicto con la humanidad entera, ordenamos que todas las personas judías sean radicalmente exterminadas”.

Segregación, esclavitud, persecución, exterminio desde la más más remota antigüedad las practica una raza sobre otra; los griegos desprecian a los pueblos y a los países bárbaros, los romanos manifiestan cierta intolerancia religiosa; pero todas esas luchas están compenetradas por ideales cuya fuente permanece fuera de la estricta noción de raza: el racismo aparece tan sólo como una consecuencia. Es también en esta forma como se lo vuelve a encontrar cuando las Cruzadas: el pretexto religioso, más o menos latente durante los decenios anteriores vuelve a tomar un vigor repentino. Sin embargo, el nuevo poder de esta motivación religiosa es algo así como el último sobresalto de vida que precede a la muerte… En el siglo XVI, poco después del comienzo de la era colonial, la justificación religiosa del racismo desaparece poco a poco para dar lugar sólo a las preocupaciones económicas de las potencias europeas en pleno desarrollo.

Fuente: Janus

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