ANDRÉS OPPENHEIMER
El sorprendente apoyo al golpe militar de Egipto en algunos círculos políticos de Estados Unidos, Europa y Oriente Medio podría ser un mal precedente para Latinoamérica: podría ayudar a legitimar una vez más la idea de que hay golpes militares “buenos”. Es difícil no llegar a esa conclusión después de ver a políticos como el presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, el republicano John Boehner, y a diarios como The Wall Street Journal aplaudiendo el golpe del 3 de julio que derrocó al presidente de Egipto, Mohamed Morsi, o al ver que el Gobierno del presidente Obama —si bien expresa su “preocupación” por los hechos— hace piruetas retóricas para evitar describir como un golpe lo ocurrido en Egipto.
Y es difícil no temer un nuevo retroceso de la defensa colectiva de la democracia en todo el mundo después de ver que Arabia Saudí, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos celebraron el golpe y prometieron al nuevo Gobierno de Egipto 10.000 millones de euros en ayuda económica.
Poco después del golpe, el presidente de la Cámara de Representantes, declaró que el Ejército egipcio es “una de las instituciones más respetadas” de ese país, y que “sus militares, en nombre de los ciudadanos, hicieron lo que debían hacer al reemplazar al presidente”.
En su editorial del 4 de julio, The Wall Street Journal llegó al extremo de decir que “los egipcios serán afortunados si sus nuevos generales gobernantes siguieran el ejemplo del chileno Augusto Pinochet, quien asumió el poder en medio del caos, pero reclutó a reformistas partidarios del libre mercado y generó una transición hacia la democracia”.
Muchos partidarios del golpe de Egipto señalan que el propio Morsi había violado las reglas democráticas imponiendo a todos los egipcios la voluntad de su movimiento, los Hermanos Musulmanes, convirtiéndose así en un autócrata electo, de manera muy similar a lo que ocurrió en Venezuela con el presidente Hugo Chávez.
Tras ser elegido en 2012, Morsi trató de imponer a todos los egipcios reglas islámicas fundamentalistas, permitió la persecución de los cristianos coptos y de los musulmanes chiíes, y trató de asumir poderes absolutos. Y encima de todo eso, su incompetencia administrativa hundió aún más en el caos la economía de Egipto.
Los defensores del golpe también argumentan que fue un golpe “popular”. En efecto, millones de egipcios habían salido a las calles para pedir la destitución de Morsi. Y los partidarios del golpe en Egipto rechazan el argumento de que la destitución de Morsi podría ayudar a legitimar los golpes militares en todo el mundo. Dicen que la última oleada de glorificación de los golpes militares en Latinoamérica ya había comenzado hace más de una década gracias a Chávez, en Venezuela.
Efectivamente, Chávez, un exmilitar golpista, tras ganar su primera elección en 1998 convirtió en fiesta nacional la fecha de su fallido golpe militar del 4 de febrero de 1992. La fecha se celebra hasta el día de hoy con desfiles militares en Venezuela.
Mi opinión: Salvo en casos de genocidios (estoy pensando en la Alemania de Adolfo Hitler) no hay tal cosa como un golpe militar “bueno” contra un presidente electo. Por malo que este último sea, los generales que asumen el poder se convierten en dictadores, violan los derechos humanos, y convierten en víctimas a los líderes depuestos, cuyos partidarios tarde o temprano terminan regresando al poder.
Eso ocurrió con diferentes variantes tras los golpes militares de Pinochet en Chile, y de los generales en Argentina y Brasil en la década de 1970. Y es probable que lo mismo ocurra en Egipto, especialmente después de la muerte de 51 militantes islámicos esta semana. Eso creará nuevos “mártires” y le dará a los Hermanos Musulmanes de Morsi una causa que pronto eclipsará los recuerdos de lo malo que fue su Gobierno. Entonces, ¿qué habrá que hacer con los presidentes democráticamente electos que abusan de sus poderes? No hay una respuesta fácil, pero la menos mala a largo plazo probablemente sea enfrentar a los dictadores electos con la regla de las tres P: protestas, presión y paciencia.
La oposición de Egipto debería haberse unido para ganar las elecciones parlamentarias en octubre, y las elecciones presidenciales dentro de tres años. Morsi hubiera tenido que dar marcha atrás en su autoritarismo o convertirse en un dictador mucho más represivo, y menos tolerable para el resto del mundo. En cualquiera de ambos casos, le hubiera sido difícil aferrarse indefinidamente al poder.
Ya sé, no es fácil pedirle paciencia a los pueblos que viven bajo gobernantes desastrosos. Pero a la larga, las protestas, la presión y la paciencia son una mejor solución que los golpes militares para impedir un baño de sangre, y el eventual retorno de los malos gobernantes derrocados.
Fuente:elpais.com
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