Los monumentos de los antiguos faraones de Egipto son testigos impasibles de los cambios políticos que ha ido viviendo el país del Nilo desde la caída de su civilización hasta los más recientes acontecimientos, que han derivado en una espiral de violencia tras la deposición del presidente Morsi. Siempre han estado en el ojo del huracán de la inestabilidad de poder. La propia esfinge sufrió en primera persona los ataques de los mamelucos que le amputaron la nariz. Y cada vez que la revolución asoma la cabeza en Egipto, el legado faraónico sigue en el punta de mira. Ahora más que nunca, porque representa también la gran fuente de ingresos de un país en quiebra que necesita la presencia masiva de unos turistas que estas vacaciones miran para otros lados.
Los egipcios son conscientes de la importancia de sus monumentos, según apuntan diferentes egiptólogos. Y, de hecho, muchos de ellos fueron los que defendieron el museo Egipcio de El Cairo del pillaje al que fue expuesto hace dos años cuando cayó el gobierno de Mubarak. “Estoy tranquilo”, comenta José Manuel Galán, que dirige una de las excavaciones españolas más importantes en Egipto, la de las tumbas de Djehuty y Hery en la famosa necróplis de Tebas. “Un equipo americano está trabajando ahora en Luxor y la situación es más o menos normal”, añade. “Esta zona es de las más tranquilas y se mantiene al margen de los jaleos de El Cairo, no hay noticias de que haya ocurrido nada”, asegura.
Saqueos para subsistir
Pero no todos los lugares del país viven la misma suerte y los cazatesoros aprovechan este momento de libertad de acción. El egiptólogo Alejandro Jiménez Serrano, que dirige la misión de la Universidad de Jaén en Qubbet el-Hawa, una necrópolis de nobles de Elefantina, frente a Asuán, acaba de regresar de Egipto donde ha procurado mediar con miembros de la población autóctona que se dedican a saquear tumbas de dos necrópolis cercanas, Aga Akhan y Naga el-Qubba. “Estos saqueos están provocados por la falta de ingresos de la población, que al caer el turismo han podido subsistir durante un año, pero ahora han echado mano de la búsqueda del tesoro”, afirma.
El egiptólogo jienense asegura que “en la orilla oeste de Asuán no hay ningún tipo de vigilancia policial, apenas algún inspector en el yacimiento de Qubbet el-Hawa”. “Solo funciona la estructura más baja del Servicio de Antigüedades y sin recursos ni colaboración policial”, añade.
“El mayor peligro de inseguridad se encuentra en los yacimientos más expuestos y difíciles de controlar, como la zona de Saqqara, muy grande y abierta al desierto, o Dashur, donde no han dejado de producirse pillajes desde que cayó Mubarak, así como en Egipto medio, que es una zona muy rural”, explica Galán.
Josep Padró, director de la misión de Oxirrinco y presidente de la Societat Catalana d’Egiptologia, afirma que “por razones de seguridad, la Policía y el Ejército se concentran en El Cairo, lo que deja al resto de Egipto sin vigilancia y expuesto a los problemas de pillaje”. El egiptólogo tampoco teme por su yacimiento. “No ha pasado nada actualmente y en 2011 hubo un intento de robo que fue neutralizado por la propia población”.
Jiménez Serrano explica que “he dicho a los saqueadores de las necrópolis de Asuán que no van a encontrar nada de gran valor, solo cuatro figuritas que podrán vender por 50 dólares y, a cambio, se exponen a ir a prisión cuando se restablezca el orden”. Para el egiptólogo, el gran problema de estos pillajes es que “sin querer, hacen un gran daño a la investigación egiptológica”.
En la necrópolis de Naga el-Qubba los cazatesoros han descubierto cinco tumbas, dos de ellas con jeroglíficos y alguna reocupada en época romana”, detalla. Los saqueadores también han encontrado “alguna estatua de piedra”. “Hasta que no vuelva el turismo a Egipto, motor de ocupación en la zona de Asuán, van a continuar con el saqueo pese a que no encuentren nada”. “Destrozan el patrimonio por 50 dólares, pero cuando el hambre aprieta…”, se lamenta.
Grandes monumentos, a salvo
Semanas antes de que Morsi fuera derrocado, nombró gobernador de Luxor a “un integrista asociado al grupo terrorista que atentó en Deir el-Bahari hace 15 años”, explica Galán. Este nombramiento fue ampliamente rechazado por los habitantes de Luxor, lo que motivó su dimisión días antes de la caída de Morsi. A pesar de que en su momento corrió la voz de que el gobernador destituido quería poner orden en el arte egipcio tapando estatuas poco decorosas, el egiptólogo ve muy poco probable que los grandes monumentos sufran ningún tipo de destrozo por la ira de los seguidores de los Hermanos Musulmanes, como ocurrió con las estatuas de Buda en Afganistán. “La población está muy pendiente y consciente de que su futuro depende de los monumentos, el pueblo los defendió en 2011 y ahora pasaría lo mismo”, concluye.
Fuente:lavanguardia.com
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